Clave de la evolución consciente
Los
sabios de todos los tiempos siempre nos han dicho, que no debemos
rechazar lo que no nos gusta de nosotros, porque eso que rechazamos
también somos nosotros.
Nos
guste o no, bajo la máscara de nuestro yo consciente descansa,
oculto y reprimido, un variado catálogo de emociones destructivas
como la ira, el rencor, los celos... y partes repudiadas o
reprimidas que conforman ese territorio arisco e inexplorado que la
Psicología denomina “LA SOMBRA”.
Desde
nuestra más tierna infancia, se nos fue indicando que eso que, a
veces, sentíamos era “MALO”, por lo que no tuvimos más remedio
que reprimirlo y ocultarlo en el fondo de nosotros mismos ya que, de
otra forma, corríamos el riesgo de ser amenazados por castigos y
devaluaciones dolorosas.
Aquellas
rabietas y frustraciones que, por una cuestión de edad y
desarrollo, no pudimos resolver, fueron sepultándose en el sótano
o subconsciente de nuestra mente. Y dado que todavía éramos
criaturas emocionales sin casi presencia del discernimiento,
cualquier ofensa a nuestra importancia personal hacía aumentar el
espacio de nuestra SOMBRA.
Cuando,
alguna vez, hicimos el ridículo o nos sentimos abandonados, cuando
nos culpamos de tener ideas asesinas y suicidas o nos aterrábamos
ante la posible pérdida de los seres queridos, cuando sentimos
envidia, miedo u odio por seres que paradójicamente amábamos, y no
éramos capaces de encajar apropiadamente tales sentimientos, crecía
nuestra SOMBRA.
Un
espacio emocional que, tarde o temprano, aflora al exterior
escondido entre las más variadas exageraciones que expresamos cada
día, en nuestra vida.
Es
por ello que cuando nos veamos exagerando, bien sea por defecto o
por exceso, ¡Atención!, eso indica que nuestra SOMBRA está detrás
de la escena como una hidra que aflora sus tentáculos y muestra
curiosamente qué parcela de uno mismo debe ser revisada y, en su
caso, resuelta.
El
“disolvente mágico” más terapéutico y eficaz para resolver la
sombra es la luz de la consciencia.
El
hecho de observar y examinar, de manera sostenida, todas las
ramificaciones que dicha parte reprimida ha desarrollado en nuestra
mente subconsciente, transforma sus neuróticas reacciones en
opciones voluntarias.
Al
aceptar la SOMBRA, ensanchamos el ámbito del yo a un territorio
cuya integración aporta poder personal y dinamiza el propio proceso
de liberación y madurez. En realidad, lo primero que requiere dicho
proceso de maduración es reconocer las diferentes partes de que
consta nuestra personalidad, ya sean bonitas o feas.
Se
trata de sub-personalidades que nos resistimos a mirar porque,
sencillamente, no nos gustan. Una vez reconocidas, conviene pasar a
la aceptación del peso psíquico negativo con el que nos vemos
obligados a vivir y del que no somos, en absoluto, culpables.
Por
último, y a partir de tal reconocimiento y aceptación, conviene
proceder a elaborar nuevas y más deseables opciones de pensamiento
y conducta.
No
podemos seguir creyendo ingenuamente que la virtud se alcanza
tapando el vicio. Tal vez, la vida no consista en lograr el bien
aislado del mal, sino a pesar de él. Realmente, las únicas
personas “malvadas” que pueden existir, son aquellas que se
niegan a admitir su propia negatividad.
Desde
la perspectiva de la consciencia, todos los errores pueden
corregirse, excepto los que se cometen de manera inconsciente. De
hecho, para la parte “malvada” de la persona, el hecho de
ejercitarse en la auto-observación sostenida es como una especie de
suicidio.
Es
por ello que la “medicina mágica” que todo lo transforma está
basada en el observar todas las ramificaciones y causas de la propia
conducta negativa. se trata de una atestiguación ecuánime sin
reproche ni culpa.
En
realidad, sólo seremos conscientes de que somos luz sin opuesto
cuando seamos capaces de abrazar compasivamente el lado oscuro de
nuestra realidad mental y permitir que se ilumine de manera
progresiva.
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