Hay
personas que duelen.
Las
sentimos muy cerca, muy dentro, muy intensamente y sin parar, aunque
no las veamos, aunque no estén cerca, pero están, siempre están.
Hay
historias, grandes o pequeñas, que siguen latiendo en tu memoria y
que un día, ante un café o una puerta que se cierra, se despiertan
y bailan en tu cabeza y arañan tu pecho otra vez. Han pasado años,
tal vez, pero tus oídos siguen escuchando sus palabras y percibiendo
sus silencios y tus ojos siguen deseando ver que se acercan y te
miran y te ven y dejan de ignorar tus lágrimas. El tiempo pasa pero
tú sigues necesitando que te vea, que se de cuenta de tu dolor.
Hay
momentos que siguen arañando tu alma, a pesar de haber dado mil
vueltas y haber cruzado mil mares, a pesar de haber andado mil
caminos y haber perdonado mil ofensas… Hay imágenes que se quedan
retenidas en ti y aúllan, te salpican todavía cuando estás
tranquila, cuando tienes una tarde en calma, cuando lees un libro,
cuando te acuestas en la cama…
Cuando crees que todo está en
orden, el pasado saca pecho y rompe tus esquemas, asalta tus domingos
soleados y tus días planificados… Se mece en tu agenda, camina por
encima de tu escritorio y se sienta en las esquinas de tu casa y te
mira cuando te sientas en el sofá tras un largo día esperando
soltar angustia y malos ratos.
El
pasado que no está pasado siempre se refleja en tu copa de vino y tu
mirada, siempre duerme en tu cama limpia y deja su aroma en las
sábanas. Siempre camina a tu lado cuando caminas por la calle y ves
caras nuevas y te susurra que son las mismas, que piensan lo mismo,
que eres la misma, que todo siempre será igual. Te dice que estás
condenado a repetirte, a no salir del círculo, a caer en la misma
casilla y perder tu turno en la cárcel mental en la que tú solo te
metes cuando no puedes parar de pensar.
El
pasado que sigue abierto siempre evoca momentos tristes y te invita a
besar miedos. Siempre despierta bestias dormidas y pensamientos
usados y horribles que vuelven a ti y se hacen cabañas en tu
cabeza.
A
veces, parece que las personas duelen, que los recuerdos duelen, que
las historias pendientes duelen, pero en realidad te dueles tú.
Duele la forma en que miras al mundo porque lo ves tan triste y
patético como osas verte a ti, lo desprecias tanto como te
desprecias a ti… Te ves a ti en todo lo que ves. Te notas a ti en
todo lo que notas. Te imaginas en todo lo que imaginas y no te
imaginas como mereces sino a una versión deformada y sin piedad de
ti.
Miras
hacia delante y te llenas de miedo. Miras atrás y te salpicas de
cenizas y de rabia. Eso pasa porque estás en todas partes menos aquí
y ahora… Porque has pasado página sin leerla y comprender. Porque
has mirado adelante sin saber de dónde vienes. Porque has empezado
de nuevo sin romper con lo viejo. Porque volviste al camino sin haber
aceptado que no importa el camino, sino cada paso que das tú…
Porque perdonaste a otros pero sigues sin perdonarte a ti porque
todavía te sientes absurda, cansada, triste, avergonzada, ridícula,
ínfima, pequeña, estúpida y digna de ser atacada…
Porque
todavía te ves como te veías entonces y sigues pidiendo prestados
ojos ajenos para mirarte. Porque todavía no te has dado cuenta que
no es lo que ves sino cómo lo miras… Porque emprendiste un nuevo
momento usando esos ojos viejos y esos pensamientos usados y tristes…
Porque vas al baile con tu ropa usada y no te pones de gala para ti.
Porque
sigues queriendo que todo cambie sin cambiar tú de casilla, ni de
juego, ni arriesgarte a ver las cosas de otro modo. Porque sigues
esperando que la vida te permita y no te permites. Porque sigues
luchando para derribar muros que tú mismo has construido y buscas
que te vean cuando tú todavía no te ves.
A
veces, la vida duele, pero eres tú que te haces daño porque no te
consideras, no te ves, no te amas.
Hay
personas que hacen daño, personas que duelen todavía, pero tú
también “te dueles”… Te rompes, te ignoras, te arañas, te
abres las heridas y tiras sal, te zurces a medias y esperas salir a
la calle a dar el doble de lo que puedes… Te zarandeas y te sacudes
por dentro y te exiges tanto que nunca llegas, te piensas mal, te
hablas peor, te haces trampas, te saboteas, te cierras la puerta, te
sigues los pasos para ponerte la zancadilla, te robas tiempo… Te
desconsideras, te tachas de la lista, te engañas, te mientes, te
pides mucho y te das nada, te escondes la recompensa, te niegas el
regalo, te criticas sin tregua, te vacías sin piedad… Te culpas,
te miras de cerca y te menosprecias, te pides llegar al cielo
mientras te recortas las alas… Te cuelgas las etiquetas más
crueles y te golpeas con los pensamientos más terribles.
La
vida duele, las personas duelen, las circunstancias duelen, el pasado
duele pero nada duele tanto como dueles tú cuando no estás de tu
parte… Cuando decides ser tu peor enemigo y sigues esperando que el
mundo te perdone esa culpa inventada que arrastras y que sólo tú
puedes soltar.
Nada
duele tanto como tú para ti mismo cuando no te amas, cuando no te
respetas, cuando no eres capaz de darte una tregua y volver a
empezar.
Mercè
Roura
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