Muchas
personas todavía creen que la compasión les hace débiles. Es una
creencia que arrastramos desde hace mucho tiempo y que nos hace
sentir que si nos mostramos cercanos a los demás parecemos
vulnerables.
Tememos
ponernos en su piel por si al hacerlo, se nos contagia ese dolor o
esa desgracia que parecen arrastrar… Huimos del enfermo, del
triste, del amargado incluso porque a veces parece que nos amarga.
Huimos del dolor y del miedo ajenos como si en el fondo no fueran
propios ni compartidos.
Como
si en este mundo hiperconectado, lo que le pasa a otro no fuera un
poco nuestro. Señalamos con el dedo al que es distinto porque
nosotros también nos sentimos distintos y pensamos que al poner la
atención en él nadie se dará cuenta de nuestras diferencias y
podremos vivir en paz…
Aunque
no hay paz hasta que no vives tus diferencias y respetas las
diferencias de los demás. Hasta que no te arriesgas a vivir siendo
tú y decides que los demás pueden hacer lo mismo no encuentras esa
calma y ese sosiego del que vive en coherencia.
La
compasión es tan poderosa que transforma tu manera de ver el mundo.
Y no consiste en mirar con los ojos del que se cree por encima de
nadie, sino de los ojos del que sabe que podría ser tú e ir incluso
más allá, con los ojos del que te ve capaz. La compasión va más
allá de la empatía, porque supera su capacidad de comprender y la
trasciende, da un paso más. Consiste en mirar a la persona y no ver
el problema sino al ser humano grandioso que hay detrás y que puede
encontrar la solución o no, pero que es un ser valioso llenos de
posibilidades.
La
empatía nos pone en la piel de otra persona, la compasión nos hace
mudar de piel… Nos impulsa a cambiar y nos conmueve por dentro
hasta transformar nuestro mundo interior y, en consecuencia, todo lo
que nos rodea.
La
compasión es esa capacidad de muchos de conocer las debilidades
ajenas y aceptarlas y enfocarse en las fortalezas. Y eso no te hace
pequeño sino grande, no te hace pobre sino inmensamente rico, no te
hace débil sino fuerte, esa fortaleza del que puede aceptar que las
personas son como son y no como él o ella necesita que sean. La
fortaleza del que asume la realidad y cambia su forma de verla para
poder hacer lo que está en su mano para que todo sea más apacible
para todos… La fortaleza de decidir que eres vulnerable y no pasa
nada, que eres humano y es maravilloso.
La
compasión te da el poder de ver a la persona y no al enfermo, de ver
el talento y no el fracaso, de reconocer cada error y cada miedo como
un material valioso para evolucionar cada día y sacarse de encima
esos pensamientos y creencias que no nos ayudan a sentir lo que
realmente somos, seres extraordinarios.
La
compasión te da el poder de mirar más allá y reconocer tu propio
valor. Hay personas que creen que si vas por la vida sin defenderte,
te atacan. Que tienes que pasarte las noches y los días haciendo
guardia para que no te sorprendan, para controlar tu vida y que
ningún aspecto importante te pase por alto… Hay personas que creen
que si reconoces tus errores quedas expuesto ante tus enemigos, ante
otros en general que aprovecharán tus flaquezas para dinamitar tu
vida y hacer leña de tu árbol caído…
Yo
he pensado eso durante mucho tiempo, pero me he dado cuenta que no
hay más indefenso que el que espera el ataque, ni más fuerte que el
que reconoce su debilidad, la acepta, y hace gala de su talento
compartiéndolo con los demás. La vida no puede controlarse. De
hecho, cuánto más lo intentas, más se escapa de tus redes y más
inabarcable se vuelve.
No
hay persona más invencible como el que decide que no puede ser
atacado porque abraza su vulnerabilidad y la convierte en su anclaje
a una vida sin engaños ni creencias que le limiten… No hay mejor
defensa que abrir tus ventanas y mostrar tu luz, guste o no guste, es
la tuya, eres tú.
Cuando
decides que no eres atacable y que puedes mostrar compasión al
mundo, que puedes bajar tus defensas y soltar las armas… Llega una
paz inmensa. Cuando decides que puedes dejar de esperar el puñal y
ver el rostro amable de quien se acerca para compartir… Cuando
aceptas tus debilidades, descubres que en realidad son fortalezas
porque las has usado para aprender a amarte y confiar en ti.
No
se trata de dejarse pisar ni humillar, se trata de encontrar en ti
ese amor que te lleva a sentir que ser pisado no tiene sentido ni va
contigo .Y claro, habrá personas que tal vez lo intentarán y puede
que algunas lo consigan, pero el desgaste diario de defenderte del
mundo y el sufrimiento de haberse decidido digno de ataque ya no
estarán… Porque habrás empezado a amarte como mereces y habrás
decretado que por tanto eres digno de amor.
La
lucha cansa, cansa mucho y no te permite ver a dónde vas porque
estás pendiente de mirar a tu espalda buscando enemigos que no
existen. No permite actuar con las ganas y la coherencia que
necesitas porque estás pendiente de lo que otros piensan de ti y no
de lo que tú deseas y puedes aportar. Luchar por demostrar al mundo
tu fortaleza, te hace perder energía para conquistar tu mundo
interior y hacer tu camino cada día… Decidir que tienes que
defenderte es en el fondo una declaración de debilidad y no de
fortaleza.
Si
aprendes a mirarte de otro modo, verás al mundo de otro modo. Eso te
lleva a ver a los demás de otra forma distinta, a mirar en sus ojos
y traspasar hasta su alma, a comprender que ellos también siguen
luchando por dejar de ser perseguidos por ellos mismos y bajar la
guardia para poder brillar y compartir tu valor y talento.
Y
dejas de juzgar al mirar, para poder amar lo que es y aceptar. Y
decides con quién estás y con quién no, libremente, sin ataduras
ni dependencias.
A
menudo, miramos a los demás con el mismo reproche y la misma culpa
con que nos miramos a nosotros mismos, con ojos de decepción y
desamparo, proyectando nuestro dolor y nuestra angustia, esperando
que así se disipen y desvanezcan pero sólo conseguimos que crezcan
y se hagan más fuertes. Miramos con los ojos de alguien que no
acepta lo que ve y quiere cambiarlo, cuando muchas veces no está en
nuestra mano… Y eso nos etiqueta a nosotros y etiqueta a los demás
en una espiral sin fin de reproches y sufrimiento.
Cuando
miras a otra persona y la ves capaz, le das un poco de fuerza para
que sea capaz, para que se acuerde de que es capaz. Cuando ves al ser
maravilloso que lleva dentro y no a su circunstancia, estás ayudando
a borrar su circunstancia. Lo que pasa es que para ver luz hay que
ser luz… Y ya eres luz, pero puede que no te hayas dado cuenta.
Para ver amor, tienes que amarte primero como mereces y luego ver ese
amor en los demás. La compasión nos hace poderosos porque nos
permite ver el mundo como un lugar más apacible, porque lo
transforma y nos transforma. Porque demuestra que el más poderoso es
el más humilde, el que ve más allá de los miedos y las máscaras
que nos hemos puesto para soportar lo vulnerables que somos y decide
ser como es a pesar de lo que digan o piensen.
El
mundo está lleno de personas maravillosas a las que a menudo no
somos capaces de ver como realmente son, porque vemos sus etiquetas,
sus problemas, su dolor, sus circunstancias y hemos confundido todo
eso con el ser extraordinario que hay detrás oculto y que tampoco se
ve a sí mismo porque no deja de sentirse vulnerable y desagraciado.
Un
día alguien me preguntó qué hago en la vida y al pensar en ello,
me alegró decir que me dedico a guiar a las personas para que se den
cuenta de que son maravillosas, porque muchas no se acuerdan o
todavía no lo han descubierto. Porque cuando te amas y descubres que
podrías en este momento ser otro y vivir sus circunstancias es
inevitable querer compartir ese amor.
¿Has
visto alguna vez como se transforma el rostro de alguien a quién
miras y lo ves capaz? ¿Has visto los ojos del que no tiene
esperanza cuando le miras con tus ojos de esperanza? ¿Has visto cómo
cambia una persona cuando al mirarla ves su luz? Es algo
extraordinario… No hay palabras.
Mercè
Roura
No hay comentarios:
Publicar un comentario