CUANDO DAR ES RECIBIR
No es ni siquiera por lo que das, es por lo que agradeces…
Es por lo que eres, es por la maravillosa sensación de sentir que mereces, que
lo hermoso está en tu vida y en ti. Por mirar alrededor y ser capaz de ver la
belleza en cualquier rincón y sentirse tocado por algo más grande que tú, algo
compartido, algo precioso que sólo ves cuando decides ver y sólo tocas cuando
primero decides que puede ser tocado.
Es la sensación de dar la vuelta a tu vida en un segundo y ver que llueve y sentir la lluvia, en lugar de añoranza del sol… Sentir que casi no cabes en ti mismo porque tu grandeza no se mide, ni tasa, ni encierra en una habitación… Es reconocerla y sentir que la compartes, que cada paso que das adelante es un paso colectivo. Que los que te rodean están igual que tú pero tal vez algunos no se han dado cuenta de lo mucho que valen y pueden aportar. Y tu mirada tal vez se lo haga evidente y puede confortarles si lo desean.
No es para que te den las gracias, es porque sientes la
gracia de poder dar y compartir. De acercarte a otro y abrazar su dolor o su
tristeza sin dejar de ver su poder, su capacidad, su fortaleza… Mirar al ser
humano y no a la circunstancia y compartir desde ahí, no una limosna sino algo
que esa otra persona merece de pleno derecho y que temporalmente estaba en tus
manos…
Desde ahí se da con toda la consciencia y las consecuencias
y lo que se recibe es inmenso, indescriptible, inconmensurable, imposible de
definir con palabras… Tiene que ser sentido. Es la inmensa gratitud del que da
y nota que no pierde nada, sino que multiplica, que comparte, que devuelve la
coherencia y el equilibrio a tu vida porque se siente pleno.
Das porque amas y mientras lo haces recibes mil veces más.
Das sin esperar nada porque te sientes tan pleno que no necesitas más. Das
acompañando, no desde arriba, como quién se siente superior. No desde abajo,
como el que espera ser reconocido y valorado y pide migajas. Das porque eres
abundancia y sabes que lo que das está en ti, que lo creas y fabricas y quieres
compartirlo, necesitas compartirlo porque sabes que no es sólo tuyo…
Das como algo natural que se deriva de tu condición de ser
humano que se siente afortunado, agraciado, que se respeta y se valora, que se
conoce y sabe cuál es su lugar.
No es lo que das, es para qué. No para que se sepa, ni se
note, ni se te devuelva… Das porque no puedes evitar compartir esa sensación
deliciosa de saber que hay para todos, pero no a todos les está llegando y
necesitas que pase. Das porque no se trata solo de dar un pedazo de pan ni unas
buenas palabras, sino de recordarle a otro ser humano que lo merece, que
también es suyo, que no es lo que le pasa, es lo que es… Que su valor está
fuera de duda y ahora no lo recuerda, pero merece lo mejor de la vida.
Das porque sientes una gratitud inmensa dentro de ti que
pide ser contada y explicada, compartida…
Notas cuando das de verdad, sin artificio, sin pompa ni
foto, porque recibes más siempre. Porque te transformas, porque no sientes que
pierdes sino que ganas mucho más… Porque repones reservas de entusiasmo, de
alegría, de gratitud y de paz de forma inmediata… Porque te sientes
inmensamente rico sin tener que comprobar tus cuentas, porque te sientes
inmensamente amado estando contigo, porque no piensas que nada te falte…
Vamos por la vida mirando con recelo a los que la comparten
con nosotros. Algunos conocidos, otros todavía por conocer. Juzgamos a los
demás a través de nuestros miedos, nuestras creencias y nuestras propias
limitaciones. Les ponemos etiquetas y les exigimos todo aquello que a veces nos
duele tanto exigirnos a nosotros mismos. Nos proyectamos en ellos y les pedimos
que nos salven, que nos escuchen, que nos curen, que nos hagan sentir valiosos,
que nos respeten… Les pedimos que hagan aquello que a veces no somos capaces de
hacer por nosotros mismos, que cubran el vacío enorme que llevamos dentro, que
sean la solución a nuestro dolor y el refugio seguro ante nuestro miedo atroz a
no llegar, a no parecer, a ser desterrados y no pertenecer… Cuando en realidad,
la magia llega cuando hacemos todo lo contrario. Cuando les miramos como
soñamos ser mirados, cuando les escuchamos como necesitamos ser escuchados,
cuando les damos la oportunidad que no nos damos y tanto merecemos… Cuando les
contemplamos sin esperar ni medir, cuando al juzgarles nos damos cuenta de que
habla nuestro resentimiento y nuestras creencias y no nosotros mismos y
decidimos esperar para conocer… Presumiendo inocencia y cambiando la percepción
que tenemos de todo lo que nos rodea.
Escatimamos incluso nuestro talento porque nos parece que
compartirlo es perderlo, porque tenemos la sensación de que lo podemos perder o
se pueden aprovechar de él y eso atenúa nuestro brillo… Como si la luz que
somos se apagara al usarla para alumbrar a otros y ver que encienden la suya…
Como si su luz nos eclipsara.
Vamos por la vida esperando que otros nos den lo que creemos
necesitar cuando en realidad la única forma de conseguirlo es ser nosotros lo
que buscamos. Ser nuestro pilar, nuestra fuerza, nuestra alegría, nuestra
esperanza y compartirla. Convertirnos en lo que buscamos, ser nuestra propia
solución y aportarla… Contagiar aquello de lo que esperamos ser contagiados.
Ser la música que deseamos escuchar.
Dar lo que deseamos recibir porque nos sentimos tan plenos
que sabemos que no nos falta. Agradecer lo que vemos, lo que somos, lo que está
en nuestra vida… Dar para ser y no para tener, porque reconoces que ya eres eso
que buscas y anhelas, porque no esperas que otro te dé lo que tú ya llevas dentro.
Hace un rato, alguien me contaba una buena noticia. El final
de un proceso doloroso, ganado a pulso, superado, vivido como un camino largo
pero lleno de esperanza… Y le daba las gracias por ser ejemplo, por ser vida y
compartir la vida… Porque cada vez que uno de nosotros da un paso adelante y
sube un peldaño más en esta complicada escalera de la vida, lo subimos todos…
Cada vez que compartimos, recibimos. Cada vez que somos lo que realmente somos,
estamos haciendo camino para que otros sean y ellos a su vez también nos hacen
el camino…
Esta capacidad de dar se concibe solo desde el amor a uno
mismo, la autoestima de saberse pleno y permitirse ser, de darse a uno mismo lo
que ama y merece, de pensar en lo que se necesita y dedicarse tiempo. Sin ese
paso previo, es casi imposible dar y agradecer a la vida lo suficiente como
para compartir toda la belleza y abundancia que hay en ella. Para dar hay que
sentirse lleno, próspero, amado, respetado, inmenso, repleto… Si no es así, el
maravilloso ejercicio de compartir se convierte en una transacción pura, en un
intento desesperado de hacerse notar y demostrar algo, de conseguir respeto
ajeno, de esperar algo a cambio…
Cuando das porque deseas dar, todo regresa, todo se expande…
Nada te hace sentir más tu verdadera grandeza que dar desde la gratitud del que
sabe quién es y lo mucho que merece… Del que comparte porque necesita que otros
sientan ese mismo amor por la vida… Nada te hace tan grande como la humildad de
compartir lo que eres sin esperar nada más que la maravillosa sensación de
sentir que compartes. Justo en ese momento mágico, te das cuenta de que desde
ese lugar de gratitud inmensa, dar es lo mismo que recibir.
Nada, nada transforma tanto tu vida.
Mercè Roura
https://mercerou.wordpress.com/2020/10/27/cuando-dar-es-recibir/
No hay comentarios:
Publicar un comentario