CAMBIAR DE OPINIÓN: Un signo de inteligencia
Inteligente es todo aquel con la suficiente flexibilidad
mental como para cambiar de opinión ante la información nueva, usarla de manera
innovadora y resolver con ella problemas desafiantes.
Cambiar de opinión es un signo de inteligencia y una
práctica que deberíamos llevar a cabo de manera más habitual. Sin embargo, hay
quien piensa que hacerlo revela falta de convicción e incluso de carácter. De
nada sirve que las evidencias pongan en duda las afirmaciones que uno defiende,
lo importante es proteger el orgullo, lo decisivo es no rebajarse para admitir
el error.
Los expertos en inteligencia humana y creatividad nos sugieren algo muy concreto. Cuando nos despertemos por la mañana, planteémonos qué idea, enfoque o creencia vamos a cambiar hoy. Porque hacerlo es un ejercicio de flexibilidad mental que nos permitirá ganar en sabiduría, apertura cognitiva y también en felicidad.
El flujo de la vida requiere cambios y movimiento, al igual
que nuestra mente. Así, quien no se permita cambiar alguna de sus ideas de vez
en cuando acabará dando veracidad a hechos falsos. Tampoco será capaz de
manejar la incertidumbre y no rectificará jamás sus
equivocaciones. Y, como bien sabemos, resulta muy complicado convivir con
alguien con dicho talante.
La inteligencia va mucho más allá de ser un genio de la
física cuántica o tener dos doctorados en matemáticas. La mente
brillante es una mente flexible.
Si nos aferramos
de manera eterna a las primeras ideas que pasaron por nuestra mente, seremos
incapaces de afrontar los desafíos más complejos de la vida.
¿Por qué cambiar de opinión es un signo de inteligencia?
Pocas cosas resultan más cómodas que defender la misma
verdad que comparten nuestros amigos, pareja, compañeros de trabajo, familia…
Tener en común unas mismas creencias, ideologías y actitudes que nuestro grupo
de referencia nos ofrece satisfacción y cohesión. Ahora bien, ¿qué
ocurre cuando de pronto discrepamos del resto y defendemos una opinión propia y
antagónica?
Lo que sucede es que nuestro entorno se puede sentir
desafiado y, sobre todo, extrañado. ¿Desde cuándo piensas así? ¿Por qué de
repente tienes esas opiniones? ¡Alguien te ha lavado la mente! —nos dicen—.
Porque cambiar de opinión es algo que no todos entienden o respetan y
esto se vive a menudo con contradicción.
Nos prefieren con nuestras ideas focalizadas, enrocados en
los enfoques de siempre y siendo previsibles. Coherentes con lo mismo que
defienden los demás. Sin embargo, nadie es una veleta, un falso, un
vendido o menos honesto si de pronto defiende una idea que antes negaba.
Estar abierto a otros enfoques y reconocer su utilidad es un signo ineludible
de sabiduría.
La terquedad
cognitiva y dar por válidas ideas que sabemos que son erróneas no nos
hace más fuertes. Nos convierte en ignorantes.
El buen líder debe aprender a cambiar de opinión
Cambiar de opinión es signo de inteligencia, pero muchos
piensan que hacerlo les resta autoridad. Esto mismo es lo que descubrieron los
expertos Martha Jeong, Leslie K. John, Francesca Gino, y Laura Huang de la
Harvard Business School. En un trabajo de investigación pudieron ver que, una
parte amplia de los líderes y emprendedores son reacios a cambiar de enfoque o
a desestimar alguna de sus ideas.
Claudicar en sus verdades o admitir errores se vive como un
acto de falibilidad. Mantenerse firmes en sus posturas iniciales es para
algunos una muestra de poder y convicción. Sin embargo, los auténticos líderes o las personas altamente exitosas ya tienen
claro que los fanfarrones no llegan lejos. Solo quien se permite ser flexible y
cambiar de perspectiva de vez en cuando revela auténtica brillantez.
A veces, para estar en lo cierto hay que variar el
enfoque
Descubrir de pronto que algo que dábamos por cierto no lo es
tanto duele. Nos toca el ego, la moral, la autoestima y hasta la identidad. Por
ello, el hecho de ver cómo la información nueva contradice lo que defendíamos
genera lo que conocemos como disonancia cognitiva.
Este término define la desarmonía que experimentamos cuando
el sistema interno de ideas, creencias y actitudes entra en conflicto. Sabemos
que cambiar de opinión es un signo de inteligencia porque nos permite desechar
ideas poco útiles, pero hacerlo no es ni fácil ni rápido. Lo curioso es que para
evitar esa molestia psicológica, el ser humano recurre a increíbles
malabarismos intelectuales, la mayoría de las veces.
Este sería un ejemplo:
- Me
gusta fumar, pero me dicen que fumar produce cáncer. Asumir esto me
suscita molestia, prefiero dar por válida otra idea: Mi abuelo fumó toda
su vida y murió a los 100 años. Por tanto, no debe ser tan malo.
Más allá de tus convicciones está la flexibilidad
Miguel Servet, Giordano Bruno, Copérnico, Galileo Galilei…
Nuestra historia está llena de figuras que desafiaron un mundo que por entonces
procesaba las nuevas ideas como atentados al dogma de la fe. Ciencia y religión
nunca se llevaron demasiado bien. En la actualidad, son muchos los que
se aferran a sus convicciones como lo hacía la Inquisición con sus
credos.
La sociedad no
avanza si no hay apertura de mentes. En la actualidad, abundan
quienes defienden sus opiniones con violencia sin saber que dichas ideas se
sostienen sobre castillos de arena.
Cambiar de opinión es un signo de inteligencia, pero ello
requiere ejercitar la humildad intelectual. Y no es fácil llevarla a cabo cuando
nos educan bajo la idea de que somos nuestras convicciones y estas deben
defenderse a capa y espada.
Se nos olvida que el cambio facilita el avance, que la
verdad se esconde en el progreso y que para facilitarlo, hay que desechar
viejas ideas para asumir mejores argumentos y nuevas perspectivas.
Así que tengámoslo presente. Preguntémonos qué idea
o creencia vale la pena cambiar hoy.
https://lamenteesmaravillosa.com/cambiar-opinion-es-signo-inteligencia/
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