LO
QUE DUELE ES NO HABERLO INTENTADO
La
intuición nos habla casi a cada instante, pero no siempre la
atendemos. Las corazonadas son como el rumor que uno escucha al
poner el oído en una caracola. Están ahí, pero no siempre
desciframos su lenguaje, hasta que un día, comprendemos lo que
quisieron decirnos en su momento: “hazlo,
atrévete, vete a ser
feliz“.
Entre
las múltiples y singulares experiencias del mundo emocional está
sin duda esa extraña sensación donde uno pone la mirada atrás y se
da cuenta de muchas cosas. Una de ellas es la de haber descubierto
tarde algo que ya percibimos en su momento. Un viaje para el cual
debimos comprar el billete, un rostro y un nombre que nunca debimos
amar o una cerradura en la que nunca debimos introducir la llave.
“Las
personas probamos por medio de la lógica, pero descubrimos a través
de la intuición”
-Henri
Poincaré-
¿Por
qué actúa así el ser humano? ¿Por qué no procedemos de forma
acorde a nuestras intuiciones o
deseos en un momento dado? Hemos de entender en primer lugar que las
personas no somos infalibles. Avanzar en nuestros ciclos vitales es
como poner los pies sobre las rocas que cruzan un río. Unas serán
más seguras que otras, y a
veces, será necesario confiar en nuestro instinto para dar ese salto
arriesgado pero acertado.
En
otros momentos, sin embargo, no hay más remedio que retroceder para
tomar perspectiva y recuperar el equilibrio. No
siempre estamos preparados para esos grandes pasos aunque una voz
nos diga que es lo mejor para nosotros. Lejos
de lamentarlo, lejos de sumirnos en un adagio triste y perpetuo de
lo que “pudo ser y no fue”, es necesario instaurar nuevas
perspectivas.
El
momento perdido y el “yo” melancólico
Empezaremos
siendo objetivos: hay trenes que ya no vuelven a pasar. Llegarán
muchas más ofertas de trabajo,
sin duda, pero no aquella que no te atreviste a aceptar porque te
obligaba a irte lejos. Llegarán también muchas más personas a tu
vida, pero nunca esa voz sincera que prometía ser lo mejor para ti,
y que aún así, dejaste ir. Ahora bien, que dejáramos pasar una
oportunidad concreta no implica que aparezcan otras diferentes e
igual de ilusionantes.
Poner
nuestra mirada en el retrovisor de nuestras vidas nos hace caer a
menudo en un extraño sortilegio. Llegamos
a pensar que lo que hicimos o no hicimos en su momento pudo traernos
la auténtica felicidad.
“¿Por
qué lo dejé ir si era lo mejor para mí?” ¿Por qué decidí
hacer esto o lo otro si algo en mí me indicaba que no era lo
correcto? Este
tipo de pensamientos que
nos llevan a una suerte de deriva emocional tienen un nombre: son
los pensamientos contrafactuales.
Cuando
empezamos a especular imaginativamente sobre lo que hubiera
podido ocurrir, aplicamos el pensamiento contrafactual. Es
un mecanismo mediante el cual el ser humano imagina, visualiza
o construye alternativas a los hechos y a los acontecimientos ya
sucedidos. Se activan con una meta fallida, con una relación
perdida, con un sueño evaporado por la falta de valentía, para dar
forma mediante la imaginación a lo
que tendría que haber pasado.
Son
muchas las personas que viven mentalmente sumidas en este especie de
“multiverso” o universos múltiples donde diferentes “yos”
llevan a cabo “lo
que pudo haber sido y no fue”. No
obstante, lo único que se consigue con ello es diluir por completo
la propia identidad. Vale la pena recordar lo que dijo Heidegger una
vez sobre este mismo tema: el ser humano está destinado a
renovar su pasado nostálgico -y a veces dramático-, hacia un
futuro más esperanzador y sabio.
La
voz de la intuición a la que no siempre atendemos
Comparábamos al
inicio nuestras corazonadas con ese rumor que
se escucha al poner el oído en una caracola. Uno
lo oye, no hay duda, pero no sabe muy bien qué es ese sonido o de
dónde viene. Es interesante saber que esos murmullos del interior
de las caracolas, lejos de ser el rumor del mar o producto de
nuestra imaginación, es en realidad el aire del exterior vibrando
en ese objeto semicerrado. La
propia caracola hace de amplificador.
Con
las corazonadas, sucede algo parecido. Tenemos una sensación que
escuchamos a modo de rumor sin darle demasiada importancia. Sin
embargo, es así como se construyen las intuiciones: un
elemento externo interactúa con nuestro corazón, con nuestra mente
para tomar contacto con nuestro ser inconsciente. Es
entonces cuando una voz interior vibra para darnos un mensaje
concreto acorde a nuestra identidad. “Hazlo, es tu OPORTUNIDAD”.
A
veces, el hecho de desoír
esa voz trae una consecuencia que ya conocemos: el arrepentimiento.
Malcolm
Galdwell, sociólogo
y experto en esta materia nos indica que los mensajes que envía la
intuición son difíciles de descodificar. No siempre los
entendemos, no siempre queremos escucharlos porque la lógica o la
presión de quienes nos envuelven pesa demasiado. Es algo que vamos
entrenando con el tiempo, siendo más receptivos, libres y
conscientes de nosotros mismos.
Queda
claro también que muchas veces “esa voz” se equivoca, pero si
hay algo que de verdad duele, que de verdad pesa y lacera el alma no
es precisamente el habernos equivocado en un momento dado. Lo
que duele es no haberlo intentado cuando tuvimos la oportunidad.
Valeria
Sabater
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