LA
FELICIDAD DE SENTIRNOS BIEN
Nos han enseñado que debemos
depositar nuestra confianza, para resolver nuestras dudas, en los más
eruditos. Nos hicieron creer que cuanto más sepa uno es más
feliz por entender mejor los procesos de la vida y las cosas y por
ser más capaces de reaccionar con lógica y sensatez ante las
adversidades y problemas.
Pensábamos que el sabio era el que
conocía profundamente el latín, el álgebra y cualquier disciplina
de las que su nombre asusta. Y sin duda, recurríamos a su
conocimiento para desentrañar lo que parecía no tener solución.
Hoy sabemos que la capacidad de ser
feliz en la vida, nada tiene que ver con la cantidad de datos que uno
tiene en su cabeza, nada incluso con el nivel de vida que lleguemos a
alcanzar, nada tampoco con el coeficiente intelectual que los test
nos otorguen.
Porque lo que realmente nos
proporciona felicidad es estar bien por dentro, sentirnos seguros y
tranquilos, pero sobre todo saber que nos aman, sentirnos amados y
amar.
Sentirnos bien equivale a saber
gestionar las emociones, a controlar los impulsos que nos precipitan
a los desastres de la conducta y a dejar libre la expresión del
corazón para que podamos dar y recibir el amor que nos merecemos.
Sentirnos bien equivale a saber
priorizar lo verdaderamente importante de lo accesorio, ser
conscientes de la importancia de las personas sobre las cosas y
asumir que en realidad hay muy pocas cosas por las que merezca la
pena enfadarnos, preocuparnos y desesperarnos.
El nivel de felicidad en nuestra vida,
se mide por la capacidad de emocionarnos con lo más sencillo, de
entusiasmarnos con aquello que para otros pasa desapercibido y de
entregarnos a lo que conmueve nuestro corazón aunque no pueda
rentabilizarse en términos económicos.
Felicidad significa tener sensaciones
únicas cuando un hijo deposita su beso en nuestra mejilla, cuando
una mano amiga aprieta la tuya en señal de apoyo o cuando el amor de
tu vida, aunque no sea para ti, te recuerda.
Sensaciones inigualables producidas
por las notas de una sintonía que llega directa al corazón o por
las imágenes que entran en nuestra retina provocando una explosión
de recuerdos o impresiones capaces de fundir de un solo golpe toda
desesperanza.
Todos podemos gozar de una felicidad
sólo nuestra, única e inigualable. Aquella que hayamos construido
con nuestras acciones y decisiones en nuestro día a día.
Teniendo siempre presente que no hay
mayor felicidad, que hacer felices a todos aquellos que nos rodean.
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