ES UN ERROR ACOSTUMBRARSE A LO QUE NO TE HACE FELIZ
A veces lo
hacemos, nos acostumbramos a lo que no nos hace felices, algo muy
humano y los motivos son muy variados, por comodidad, por
conformismo, por el que dirán, por nuestras creencias o por pensar
que sacrificarnos por los demás es una buena opción y desde luego
no lo es. La primera condición para hacer felices a quienes tenemos
junto a nosotros es precisamente ser felices con nosotros mismos, ya
que nadie puede dar lo que no tiene.
La felicidad no
duele y por tanto no debe oprimir, ni rozar, ni quitar el aire, sino
permitirnos ser libres, ligeros y dueños de nuestra vida, de
nuestras decisiones, de nuestros proyectos, en definitiva dueños de
nosotros mismos.
Aunque es
cierto que concentrarnos en una tarea en cuerpo y alma puede darnos
la felicidad, también es muy cierto que una buena parte de nosotros
nos adaptamos casi a la fuerza a muchas de nuestras rutinas
cotidianas, incluso siendo conscientes de que no nos hacen felices.
El mundo, la vida, acontece perfecta y risueña, mientras nosotros
seguimos cautivos de nuestras rutinas.
Nos adaptamos
para sentirnos seguros. A medida que nos hacemos mayores y
adquirimos responsabilidades de adultos, esa necesidad de sentirnos
seguros sigue muy presente. Sin embargo, esa búsqueda continua de
seguridad muchas veces no dirige nuestro comportamiento desde
nuestra conciencia.
Por curioso que
parezca, el más sensible frente a esta necesidad es nuestro
cerebro. No le agradan los cambios, los riesgos, ni aún menos las
amenazas. Es él quien nos susurra aquello de “acostúmbrate
aunque no seas feliz, porque la seguridad garantiza la
supervivencia”. Sin embargo, y esto debemos tenerlo claro, el
acostumbrarse no siempre va de la mano de la felicidad; entre otras
razones porque ese acostumbrarse muchas veces no se produce.
Es evidente que
nadie se puede acostumbrar a lo que no le produce satisfacción y
felicidad en la vida, al principio podrá parecernos que sí, pero a
la larga, nos pasará una factura muy dura que nos obligará a tomar
decisiones.
Hay quien sigue
manteniendo el vínculo de su relación de pareja sin que exista un
amor real, sin que haya una complicidad auténtica ni aún menos
felicidad. Lo importante para algunos es escapar de la soledad y
para ello no dudan en adaptarse a la talla de un corazón que no va
con el suyo.
Lo mismo ocurre
a nivel laboral. Son muchas las personas que optan por mostrar lo
que se conoce como “un perfil bajo”. Alguien dócil, manejable,
alguien que llega a bajar méritos y estudios cuando redacta su
currículum porque sabe que es el único modo de adaptarse a
determinadas jerarquías empresariales.
Como decía esa
frase conocida: “Adaptarse o morir, renunciar para subsistir”.
Pero cuando sintamos eso debemos preguntarnos inmediatamente: ¿De
verdad merece la pena morir de infelicidad?
Para ser feliz
hay que tomar decisiones. A pesar de que nuestro cerebro sea
resistente al cambio y nos invite elegantemente a permanecer en
nuestra zona de confort, está diseñado genéticamente para hacer
frente a los desafíos y sobrevivir ante ellos.
De hecho, hay
un dato relacionado con esto mismo que nos invita a la reflexión:
“La felicidad
no está en el exterior, sino en el interior,
de ahí que no dependa
de lo que tengamos sino de lo que somos”
-Pablo Neruda-
Se nos olvida,
tal vez, que para ser feliz hay que tomar decisiones, se nos olvida
que el amor no tiene por qué doler, que la sumisión en el trabajo
nos acaba quemando y que a veces, hay que desafiar a todo aquello
que nos somete y salir por la puerta de entrada para volver a
recuperar nuestro propio camino. Ese camino que nos llevara a la
felicidad.
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