En
numerosas ocasiones ocurre que en nuestra vida, fuimos aquello que
pudimos o que otros nos dejaron ser. Sin embargo, con el tiempo, el
corazón se enciende y la mirada se vuelve valiente. Atrás quedaron
los miedos, porque hoy, por fin, somos todo lo que queremos, sin
restricciones ni reservas y sin miedo al qué dirán.
Lograrlo
no siempre es fácil, es resultado de un viaje para el que no
siempre compramos los billetes correctos. La realización personal
no llega con los años, como lo hacen las primeras canas o las
primeras arrugas. Alcanzar la plenitud y esa sensación de felicidad
y de equilibrio interno no es algo que se dé por sí solo.
“La
felicidad es cuando lo que piensas, haces y sientes está en
armonía”
Por
otro lado, hay algo curioso en todo esto. Constantemente escuchamos
a numerosas personas, una frase que casi siempre se repite. Es como
una especie de lamento o casi como una invocación: “Yo lo único
que quiero es ser feliz”.
Esta
frase contiene una buena dosis de desesperación y una gran cantidad
de anhelos. Es como si sintiéramos una especie de
“despersonalización”, como si estuviéramos enfrascados en una
realidad en la que no nos identificamos, que no nos pertenece porque
sencillamente, no nos confiere una felicidad real.
Cuando
tomamos conciencia de ello, no queda otra solución que hacer
cambios para construir una nueva vida más satisfactoria.
Durante
muchos años la investigación orientada hacia el estudio de la
felicidad estaba enfocada a explicarnos cómo podemos ser felices.
De hecho, a día de hoy tampoco faltan todos esos manuales de
autoayuda que enfocan el tema casi del mismo modo: la felicidad como
meta. Ahora bien, la felicidad no debería ser una meta sino una
consecuencia, el resultado de cada una de las acciones que llevamos
a cabo en nuestro día a día, esas por las que merece la pena
vivir.
El
secreto para una vida más plena puede empezar hoy pero para ello,
necesitamos dos ingredientes básicos: compromiso constante y
creatividad. Comenzar a realizar los cambios que nos lleven a ser
quienes queremos ser y a estar donde queremos estar generara nuevos
pensamientos, nuevas emociones, que en el día a día dará lugar a
pequeños cambios constantes que poco a poco, dan paso a algo nuevo.
Es así como entendemos que la auténtica felicidad parte de un
proceso y no como una menta inalcanzable que colocarnos en el
horizonte. Se trata de derribar muros, barreras y actitudes
limitantes para encontrarnos, para permitir que emerja nuestro
auténtico ser.
Hay
quien se enorgullece de no haber cambiado nunca. De mantener siempre
un mismo estilo de pensamiento, unas mismas actitudes y unas mismas
esencias. Hemos de tener cuidado con este tipo de personalidades
porque el ser humano, lo queramos o no, está obligado a avanzar
como persona, a crecer, a ser flexible y a adaptarse a esta compleja
realidad para construir una felicidad más íntegra, real y
satisfactoria.
No
ser la misma persona que ayer no es un drama. Porque a pesar de los
golpes, las decepciones y las pérdidas algo nuevo ha surgido de
todo ello. Algo hermoso, algo más luminoso y sin duda, mucho más
fuerte.
Lo
que somos hoy no es solo el resultado de nuestro pasado, porque en
nuestro ser albergamos también la esperanza del futuro y el placer
de un presente para disfrutar siendo nosotros mismos.
Entendamos
entonces que la felicidad es un proceso, no un fin. Aprendamos que
hoy es siempre el mejor momento para tomar decisiones, para
reafirmarnos y cruzar las barreras de nuestros miedos de manera que
consigamos alcanzar la cumbre de todo aquello que de verdad
merecemos.
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