QUERIDA VIDA, VOY A VIVIRTE
HASTA DEJARTE SIN ALIENTO
Querida vida, quiero pedirte
perdón por todas esas veces en que te descuidé y no saqué el
máximo partido de todo lo que me ofrecías. Ahora que han caído mis
miedos, mi timidez y mis prejuicios, prometo bailarte hasta el
amanecer, prometo quererte, escucharte y hacerte reír hasta que te
duela la tripa, hasta que quedes sin aliento. Porque tú y yo nos
entendemos, porque valemos la alegría.
Decirnos esto mismo en algún
momento de nuestro ciclo vital puede suponer sin duda todo un punto
de inflexión, o como diría cualquier amante de la espiritualidad,
un “despertar”. Sin embargo, no siempre logramos desplegar todos
nuestros recursos y actitudes para iniciar un compromiso tan firme
con nosotros mismos como para permitirnos disfrutar de todos esos
días que nos quedan por delante.
“La dicha de la vida
consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar
y alguna cosa que esperar”
-Thomas Chalmers-
Tal vez, dicho propósito, el
de vivir de forma intensa hasta quedar sin aliento nos parezca algo
demasiado hedonista. Sin embargo, tras esta visión se encuentra algo
muy simple en lo que coinciden desde antropólogos hasta sociólogos,
pasando por los psicólogos positivistas. Cada una de las acciones
que llevamos a cabo las personas responden a dos pulsiones muy
básicas: sobrevivir, y mientas lo logramos, ser felices.