La
carta robada es
un cuento de Edgar Allan Poe publicado en el año 1844.
La
carta en cuestión contiene información muy importante y se sabe que
está escondida en la casa del ladrón. La policía consigue ingresar
en secreto a la casa y la revisa íntegramente, pero sin poder
encontrarla. La búsqueda fue minuciosa, se revisaron absolutamente
todos los posibles escondites, aun los más insólitos, pero la carta
no pudo ser hallada.
La
policía entonces acude a Auguste Dupin, un personaje parecido a
Sherlock Holmes, Hércules Poirot y otros detectives similares
(aunque anterior a todos ellos), quien finalmente consigue encontrar
la carta en unos pocos minutos.
¿Dónde
estaba la carta? Estaba a la vista de todos, un poco arrugada, junto
con algunos papeles irrelevantes. El ladrón sabía que a veces la
mejor manera de ocultar algo es dejarlo en un lugar tan evidente que
a nadie se le ocurriría buscarlo ahí.
El
autor va más allá. Propone que cuanto más inteligente es el que
busca, es más probable que cometa el error de concentrarse en
revisar los lugares más extraños e inaccesibles, como hizo la
policía en este cuento, y pasar por alto los más simples y obvios.
Historia
de los dos que soñaron
Historia
de los dos que soñaron es
un relato muy breve que pertenece a “Las mil y una noches”. En
esta historia tan original, que fue escrita hace más de mil años,
también hay algo muy valioso que está escondido y que es necesario
encontrar.
Un
hombre tiene un sueño en el que recibe un mensaje: debe dejarlo todo
e ir a una lejana ciudad en busca de un tesoro. A la mañana
siguiente emprende el largo camino. Tiene que superar numerosos
obstáculos y peligros. Al llegar todo sale mal y termina preso y
brutalmente golpeado. Luego es interrogado y relata su sueño. Se
ríen de su ingenuidad y alguien le cuenta un sueño similar pero
referido a la ciudad de la que él viene, El Cairo. En este otro
sueño hay una casa parecida a la suya, en cuyo jardín hay un tesoro
oculto. Demostrada su inocencia, el preso es liberado. Consigue
regresar a El Cairo y finalmente encuentra el tesoro en el jardín de
su propia casa.
En
“La carta robada”, eso que no podía ser hallado estaba a la
vista de todos. Y en “Historia de los dos que soñaron”, estaba
en la propia casa del protagonista. En ambos casos era mucho más
fácil de encontrar de lo que parecía.
Tal
vez esta idea que se repite en las dos historias pueda extenderse a
otras situaciones. Tal vez estemos buscando algo y no podamos
encontrarlo. Tal vez estemos buscándolo en el lugar equivocado. Tal
vez estuvo siempre a nuestro alcance pero no nos dimos cuenta.
Salud,
dinero y amor
Todos
queremos sentirnos bien. Todos queremos ser felices.
Para
saber dónde estamos buscando nuestra felicidad basta con que
respondamos una sencilla pregunta: ¿qué debería cambiar en nuestra
vida para sentirnos plenamente felices? Sea cual sea nuestro problema
es casi seguro que pertenece a una de estas tres categorías que
parecen abarcarlo todo: salud, trabajo y relaciones (o salud, dinero
y amor, como dice la canción).
Sé
que es un error condicionar la propia felicidad a cualquier situación
externa, pero la verdad es que hay problemas que me preocupan y me
hacen olvidar que puedo disfrutar plenamente de mi presente tal como
es ahora.
El
momento presente, es decir, ese único instante en el que todas las
cosas suceden, encierra un tesoro de alegría, plenitud y paz que tal
vez sólo hemos experimentado en algunos raros momentos.
Existen
numerosas referencias acerca de esta posibilidad que está siempre a
nuestro alcance pero que, sin embargo, normalmente no podemos
descubrir. Algunas son historias o parábolas, como la del anciano
que mendigaba sentado sobre un simple cajón, que llevaba siempre con
él, y que era una de sus muy pocas pertenencias. Un día le pidió
limosna a un Maestro que pasaba por el camino, quien se disculpó
porque no tenía dinero para compartir, pero le sugirió que revisara
bien su cajón, el que finalmente, para sorpresa del mendigo, resultó
haber estado siempre lleno de monedas de oro. O como el relato que
cuenta que durante la Creación, la felicidad quedó escondida en el
interior de cada ser, para recompensar a los más sabios o a los más
simples, es decir, a los únicos que la buscarían allí.
¿Donde
estamos buscando la felicidad? Para encontrarla no hay que hacer una
búsqueda interminable ni emprender un largo y peligroso viaje, como
en los dos cuentos mencionados.
Igual
que una casa abandonada
Cualquier
casa que queda deshabitada se deteriora con el paso del tiempo.
También puede pasar que algún intruso la ocupe. Obviamente ambas
situaciones perjudican al legítimo dueño.
Salvando
las distancias, algo parecido sucede con el momento presente. Podemos
vivir plenamente en él, experimentándolo con completa consciencia,
o podemos abandonarlo. Si nos identificamos con la incesante
corriente de nuestros pensamientos (casi siempre negativos, que que
nunca se detienen), literalmente abandonamos nuestro “aquí y
ahora”… y nuestra vida entonces se deteriora. El ego es ese
intruso que ocupa en nuestra mente el legítimo lugar que nos
corresponde ejercer, que es el de sentir, experimentar, ser
conscientes… En lugar de eso “pensamos” durante todo el día.
Pensar,
pensar y pensar, sin que en realidad haya una razón para hacerlo,
sin que haya un problema real que requiera ser analizado (lo cual
sólo puede llevar unos momentos), es innecesario y profundamente
desgastante.
Nuestra
mente crea nuestra realidad. Y aunque no estemos atentos y
conscientes para crear de manera deliberada las experiencias
positivas que queremos vivir, de todas maneras seguiremos creando.
Pero serán esos procesos inconscientes, normalmente negativos, los
que irán tejiendo nuestra vida. Y nuestra salud, nuestro trabajo y
nuestras relaciones reflejarán la falta de atención o de
consciencia con que estemos viviendo el presente.
El
primer paso es abrir bien los ojos y mirar atentamente el milagroso
mundo que nos rodea.
Y
sin más demora: echemos al okupa y volvamos a casa. ¡Ya es hora!
Axel
Piskulic
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