Estamos
tan sujetos a nuestras creencias que no podemos ver lo que realmente
importa. Necesitamos verdades absolutas a las que agarrarnos,
plegarias que decir para suplicar que lo que tanto nos asusta no
pase… Y cuando descubrimos que eso no existe, que todo se mueve y
cambia, que no hay nada que no sea incertidumbre a nuestro alrededor
y que aquello a lo que nos agarramos es en realidad arena fina, nos
sentimos perdidos…
Buscamos
donde no hay. Vivimos a través de
frases escritas en las redes sociales donde alguien nos da una
fórmula que se supone que es para todos la misma, que es infalible,
que se aplica tanto si eres joven o anciano, si vives en Ecuador o en
Islandia, que funciona tanto si tu problema es que no tienes dinero
como si acabas de perder al que crees es el amor de tu vida…
Sí, es cierto,
hay una fórmula, pero no está fuera, está dentro y no es fácil
aplicarla. Puede serlo, no quiero ahora engendrar en ti y en mí otra
creencia, pero a mí me ha costado mucho y me sigue costando… Es un
gesto, una manera de vivir, una decisión… Amarse.
Es tan simple y tan complicado a la vez. Simple porque se trata de
que ahora decidas que, todo lo que vulnere ese amor que sientes por
ti y no haga que crezca, salga ahora mismo de tu vida… Complicado
porque no vas a hacerlo (¿o sí?) porque todavía no estás al
límite y no crees que el beneficio que esa decisión supone, pueda
superar esta pegajosa sensación que tienes ahora (tenemos, me
incluyo) en la que quejarnos y lamentarnos porque todavía no somos,
creemos que nos compensa.
Porque hemos convertido el lamento y el “casi, casi llegar” en algo cómodo y llevadero y no queremos renunciar a ello para vivir plenamente. Digamos las cosas por su nombre… No pasa nada, decirlo en voz alta calma y sosiega. Todos lo hacemos. En realidad, lo hemos hecho lo mejor que sabemos y no vamos ahora a exigirnos más sino a comprendernos hasta el fondo.
Porque hemos convertido el lamento y el “casi, casi llegar” en algo cómodo y llevadero y no queremos renunciar a ello para vivir plenamente. Digamos las cosas por su nombre… No pasa nada, decirlo en voz alta calma y sosiega. Todos lo hacemos. En realidad, lo hemos hecho lo mejor que sabemos y no vamos ahora a exigirnos más sino a comprendernos hasta el fondo.
Porque
mientras no te amas, nadie te ama y mientras no te aman como mereces
realmente, tienes (tenemos) una gran excusa para ir por ahí a
medias, sin comprometernos a nada del todo…
Porque así nos podemos exigir un poco menos, que sería un alivio, y
seguir buscando esa perfección que no existe y que un día nos va a
romper en dos y nos va a parar en seco.Y cuando alguien te reclama,
estás de suerte, porque cuando no te amas, la vida no va bien, pero
tienes la coartada perfecta cuando te comparas con otros (eres
incomparable en realidad) porque tú eres ese o esa pobre persona que
no recibe tanto como da, que no tiene suerte, que por más que haga
no llega la recompensa… Y en ese ejercicio de comparación insano y
demoledor siempre tienes una excusa para medirte con otros y no
ganar, para poder soportar que te miren y no te reprochen puesto que
tu puesto de salida siempre está más lejos que el de los demás…
Sé qué haces,
sueñas que un día saldrás desde el mismo punto que los demás. Te
han dicho “Sueña… Persigue tus sueños” ya lo sé, yo también
lo hago, lo hice pero es el sueño equivocado (no soy nadie para
decírtelo ni sé nada, pero sí sé lo que he vivido). Porque el
verdadero sueño no es competir y llegar a la meta como hacen los
demás, es descubrir tu propia meta y dejar de medirte y calcularte.
Descubrir que ya eres, que ya vales, que no necesitas compararte ni
demostrar. Sueña que llegas, pero a ti. El sueño es la paz de saber
que eres el ser más amado del mundo porque cuentas con la persona
más increíble y extraordinaria a tu lado, tú… Lo más sólido a
lo que agarrarte cuando vienen malos momentos eres tú, no hay nada
más.
Todo lo demás
son creencias y frases hechas, algunas mejores y otras peores, pero
no son tú. Cree en algo que te abra la mente, el corazón… Algo
que te diga que seas, no que demuestres, algo que te invite a ser sin
embarcarte en una carrera que no sea una aventura… Hazlo
porque lo deseas y porque antes de terminar y llegar a la meta ya
sabes que, sea cual sea el resultado, te hará feliz,
porque no te estás midiendo sino disfrutando, porque estás ahí
para contagiar esa belleza que acabas de descubrir que posees y
quieres compartirla. Porque quieres ser maestro y alumno a la vez,
porque ya sabes que aportas mucho al mundo y te abres a cambiar todo
lo necesario para seguir amándote…
Esta semana me
hice una pregunta ¿qué haría en
caso de desesperación y no me atrevo a hacer del todo ahora? Es una
versión de la gran pregunta ¿qué harías si no tuvieras miedo?
puesto que cuando te desesperas, te descubres dispuesto a todo y
borras tus límites… Justo en ese momento, descubres por qué la
vida te ha puesto en esa situación, te está alentando a que hagas
eso que, hasta que el agua no llegue al cuello, no estás dispuesto a
hacer… Te arrastra a que dejes tus creencias limitantes de lado y
existas sin tener que pedir permiso… Te pide que claudiques y cedas
en el orgullo, no en la dignidad, ni en tu poder… Que renuncies a
tus límites y miedos y a tus máscaras, no a tu ser, ni a tus
sueños… Te dice “hasta aquí
has llegado escondiéndote del amor que eres, ahora para seguir no
basta con sucedáneos… Tienes que ir en serio contigo,
comprometerte de verdad hasta las últimas consecuencias”.
La vida te pone al
límite para que no tengas más remedio que confiar en ti.
Puedes decir que no y
seguir en esa espiral de angustia.
Puedes decir que sí…
Y me gustaría decir que se abre el cielo y sale una mano enorme y te
salva… Pero no, lo que pasa es que de repente, una capa fina de
algo maravilloso te cubre y entra en ti y te empiezas a ver de otro
modo… Eres la persona que ha dicho sí, que ha sido capaz de
renunciar a lo que le estorba para ser ella misma y vivir en
coherencia… Y eso te da mucha fuerza y poder, eso se parece tanto
al amor verdadero que mueve montañas… Y descubres que la mano que
sale de cielo es tu mano… Que si existe un dios o una energía
creadora e inteligente (cada uno sabe si lo vive y lo siente, y lo
llama como quiere) actúa solo cuando le das permiso porque lo hace a
través de ti.
Y dejas de pedirle al
mundo que te mire y te haga caso porque ya no es necesario… Te lo
haces tú. Y todo se transforma porque tú eres tú.
Hay una fórmula
infalible… Incluso yo te cuento una fórmula, fíjate, aunque no sé
nada y me equivoco mucho… Ámate
por encima de cualquier circunstancia y situación, diga lo que diga
el mundo… Ámate
en el caos más absoluto y cuando te veas caer por el precipicio más
profundo. Ámate cuando nadie te
vea ni te diga que estás, que eres, que cuentas… Ámate cuando
sólo veas belleza ahí a fuera y no en ti… Ama
tu dolor, tu culpa inventada, tu vergüenza, tu miedo, tu
desesperación y date cuenta que sólo abrazándolos podrás librarte
de ellos y reconocer que son la puerta de salida de tu mundo de
sombras, que cuando aceptes que están y sepas que no eres lo que son
descubrirás lo que eres… No
eres tu sufrimiento, eres la persona que sabe usarlo y aprender de él
para soltarlo de una vez…
La
belleza que ves es la belleza que eres… Ya
eres todo, sólo te hace falta mirarte y ejercer de ti mismo. Cuando
consigues entender eso, todo da la vuelta… Y no importa que todo se
tambalee, porque tú estás en ti, tú eres lo que habías buscado
siempre.
Mercè Roura
No hay comentarios:
Publicar un comentario