Hay
miradas que dejas que te calen y te quiten poder… No porque lo
tengan sino porque
se lo das y permites que te cuenten historias sobre ti que no son de
verdad, que no son tu verdad… Historias
que nada tienen que ver con tu esencia y tu capacidad enorme para
compartir lo que eres con el mundo. Historias de miedo y fracaso.
Historias de incapacidad y de falta de valor…
Te hablo de esas miradas que te dicen “no puedes” o ¿cómo te va a pasar eso a ti? o “no te lo mereces”. ¿Sabes a qué miradas me refiero verdad? Las has notado muchas veces en la nuca mientras subes una escalera ante alguien e inmediatamente te falla el pie al subir el escalón. Las has notado directamente, clavándose en tus ojos, cuando recibes un reconocimiento y en los ojos de alguien se dibuja un gesto de dolor, de desaprobación, de «no entiendo como eso lo recibes tú y no yo».
Puede
que esa mirada de «nunca llegarás» y «me decepcionas siempre» se
la hayas visto a tu madre o tu padre desde que eras un niño o en tus
compañeros… Es una mirada se te queda incrustada dentro, muy
dentro, y que parece no se borra con nada.
Hay
muchas miradas así y todas ellas están ahí para contarnos algo de
nosotros, porque para que surtan efecto tienen que pasar antes un
filtro, tienen que recibir nuestro visto bueno y nos las tenemos que
creer. A nadie le ofende que otro le mire con desprecio si él mismo
no se siente despreciable. Para que lo que otro piensa de ti te
duela, tienes que dejar que cale en ti y creértelo. Que conste que
eso no significa que esa persona no sea responsable de sus actos y de
su mirada de desprecio, naturalmente, pero eso forma parte de sus
tareas pendientes no de las nuestras. No podemos hacer nada para
cambiarlo ni evitarlo y eso nos desgastaría y nos desviaría de
nuestro camino.
Hay muchas miradas así… Entre todas ellas, la tuya es la más terrible. Cuando te miras y te rompes y desarmas a ti mismo. La mirada de quién lucha por llegar a la cima pero se percibe a sí misma como una persona completamente incapaz… Qué cruel es mirarse así, exigiéndose lo máximo y creyéndose sólo capaz de lo mínimo… Yo he sentido esa mirada pegada a mí toda la vida, es un cobertizo oscuro y sin entradas de aire, una mazmorra sin llave, sin más llave que la voluntad de querer salir pero otra vez no verse capaz…
Me
he sentido mil veces avergonzada de mí misma, ridícula, cansada de
intentar llegar a una nota mínima que no sé quién otorga, pero que
para otros parece más fácil de conseguir que para mí… Me he
sentido invisible, minúscula, como si me rodeara un halo de
mediocridad que me impedía llegar a donde otros llegan y alcanzar lo
que alcanzan… Como si dentro de mí hubiera algo maravilloso que
necesitara compartir pero no fuera posible porque no fuera a tener la
oportunidad o nadie se atreviera a asomarse dentro.
Me
he sentido vulnerable y desamparada mientras temía que vieran mi
propia desnudez, mi temor a no llegar a un mínimo para entrar en su
mundo y conseguir lo que ellos tienen casi sin tener que demostrar
nada… Me he sentido rota por no poder romper ese perímetro de
niebla que me circunda y aparta del mundo donde pasan las cosas que
yo quiero que me pasen. Como si fuera una Alicia que transita por un
País de las Maravillas donde nunca escoge la poción correcta y
nunca consigue encajar en la escena que siguiente…
He descubierto que la paz y el equilibrio no consisten, como nos han vendido, en acabar convenciéndose a uno mismo de que podemos con todo y que somos capaces de todo…La paz llega cuando te amas y te descubres capaz de lo maravilloso, pero no te presionas para conseguir nada ni demostrar nada. Llega cuando vives este momento, lo notas y percibes lo que surge de él. Sin más.
Cuando
te dejas llevar por lo que eres sin pensar en lo que produces o haces
para que otros se fijen en ti, te acepten y aprueben. Entonces, todo
lo que haces se impregna de una especie de magia que no es más que
confianza y fe en ti y en lo que sabes que puedes compartir con los
demás… Tu talento y tus dones no están ahí para que demuestres
nada o recibas aplauso. Están para ser compartidos y vividos como un
inmenso regalo.
Mientras
nos deshacemos por hacer, no somos lo que realmente somos. Mientras
nos sacrificamos para que nos vean, nos convertimos en seres
invisibles… Todo lo que damos para recibir amor se convierte en
desprecio porque en ese acto hay una consideración previa de
desaprobación a uno mismo… La
de creer que debe esforzarse para ser amado y dar para recibir algo a
cambio y no por el puro acto de compartir…
Si
crees que necesitas que te reconozcan para reconocerte a ti mismo,
estás cediendo tu poder y
entrando en una espiral de la que sólo se sale amándote y mirándote
con respeto a ti mismo. Esa es la llave de la mazmorra y, lo sé,
cuesta de encontrar… Si todo lo que haces es para que te consideren
es que en el fondo sientes que no eres digno de consideración sólo
por existir. Es como regatear tu valor a la espera de que alguien lo
compre… Como esperar a que otros te digan que vales para decidir
que así es. Y nunca sirve de nada porque aunque medio mundo te
hablara de tu valor, si tú no lo sientes, no serías capaz de verlo.
La
única mirada de desprecio que puede hacer que te sientas
despreciable de verdad es la tuya. Todas
las demás están ahí para que te des cuenta que las has dado por
buenas porque han recibido tu aprobación y te las has creído.
Hay
quién te mira y en lugar de despreciarte te pone en un altar y te
exige tanto que acaba consiguiendo lo contrario porque espera mucho
de ti. Y tú compras esa idea y te fundes con ella y te acabas
sometiendo a un rutina escandalosamente rígida y tremendamente
insoportable. En este caso, quién decide que esa mirada es válida
también eres tú.
Lo
sé, no es fácil. Muchas veces te pasa esto cuando eres niño o niña
y no tienes herramientas para poder superarlo todavía.
Entre la mirada del “no vales nada” y la de “puedes con todo” está esa mirada de amor inmenso e incondicional por ti y por la vida que te dice “Eres un ser maravilloso por descubrir todavía. No te desgastes intentando demostrar, parecer o conseguir un resultado. Sé ahora tú y explora la vida, existe y haz lo que sientes que debes, comparte lo que eres con ganas”.
No
hay cima que escalar, hay un camino interior que andar y mucho dolor
por liberar. Hay miedo, mucho miedo, un miedo que siempre va a estar
ahí y debes convivir con él, no pasa nada. Necesitas empezar de
nuevo contigo y para ello tienes que mirarte con ojos nuevos… Con
esa mirada que te observa y por su forma de calarte te dice que eres
capaz de lo más grande y te empodera, te llena de vida, pero no te
exige ni te pide que te rompas y sacrifiques por nada… Tú mirada…
La mirada de alguien que ama lo que es y ya no busca nada que no
tenga… No
hay mirada que impacte tanto en tu vida como la tuya propia…
Esa
es la única mirada que puede cambiar tu vida. La
única que te da la fuerza para seguir y saber cuándo parar y volver
a empezar… La que te permitirá aceptar lo que pueda parecer
inaceptable y vivir lo que duele, la que te tenderá la mano para
levantarte y te dirá que no pasa nada a cada error porque era
absolutamente necesario. La mirada de un amor incondicional que no
espera de ti más que comprendas que todo pasa… Que no necesitas
subir más montañas ni arañarte las manos con las espinas de las
rosas que quieres coger porque son hermosas pero claven espinas
demasiado profundas… La mirada de alguien que te dice basta de
intentar deslumbrar al mundo para que te acepte…
Brilla
para ti y comparte lo que eres.
Mercè
Roura
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