DIEZ
DÍAS SIN VOZ
Creo
que me he pasado media vida viajando en tren. Hay algo mágico en los
trenes. Te conectan con otros lugares y otras personas y también te
conectan contigo. Es como una sensación de salir de lo que te rodea
para entrar en ti, como si la vía que recorres llevara también a tu
interior. Viajar siempre te lleva a ti mismo. Te deja a solas contigo
y te obliga a estar en silencio, a conectar, a sentir que
respiras, a notar tu cuerpo y hacer control de daños y magulladuras.
Por eso, cada viaje te cambia.
Cuando
me bajo del tren nunca soy la misma que subió. Estos días lo he
comprobado.
La
verdad es que a este hecho de viajar hacia mí misma, le añado ahora
otro hecho importante. Llevo muchos, muchos días afónica y sin voz.
He perdido la cuenta casi, pero no menos de diez. Diez días sin
hablar, sin matizar, sin comentar nada positivo ni negativo, sin dar
órdenes, sin responder, sin criticar, sin excusarse, sin poder
corregir a otros, sin quejarse ni lamentarse por no poder hablar ni
por nada… No es la primera vez que me pasa, pero es la primera vez
que dura tanto y que no me he resistido y he intentado gestionarlo
desde la aceptación. Lo he vivido casi como un experimento.