A
veces no sé quién soy. No sé cuál de las personas que me habitan
es la más real. ¿La mujer cariñosa y confiada o la que está
siempre a la defensiva esperando una puñalada? ¿La que agradece o
la que se queja? ¿La que sueña o la que pisa firme en el suelo y
besa la realidad?
Me
busco en los detalles y me encuentro en las calamidades y los
errores. Me veo en las fotos cuando estoy triste y parece que esa que
ríe tenga que ser otra que no lleva mi equipaje ni carga con tantas
piedras todavía por soltar…
¿Quién
soy? La que dice ‘no’ porque tiene miedo o la que normalmente se
lanza antes de pensar… La que dice lo que piensa por esa boquita
sin freno y luego tiene que aguantar algunas miradas o la que a veces
se calla. No sé si soy la mamá furiosa y gruñona que lo hace todo
mal porque le falla la paciencia después de repetirlo todo cien
veces o la que a media noche acompaña a su hija cuando se asusta y
es capaz de calmarla con un abrazo y un par de palabras… No sé si
soy la obsesa del orden y el control o la que cuando se suelta puede
ir despeinada por la vida y no pasa nada.
No
sé si soy la que siempre mira el reloj para llegar a tiempo a algo
que realmente no importa y mientras se pierde la magia o la que queda
bien con todos menos con ella mientras ve como la vida se escurre
entre sus manos.
¿Soy
la que todavía está en el patio del cole esperando a que alguien le
pida que juegue con ella o la que se atreve a hablar ante un
auditorio de trescientas personas?
¿Soy
la mujer que no se gusta en bikini o la que se desnuda emocionalmente
en cada uno de sus libros porque siente que esa desnudez es necesaria
para ella y para otras personas?
¿Soy
la institutriz que me habita y que siempre me dice que nunca hago
suficiente o la niña que todavía juega en la orilla de la playa
y mira sus castillos de arena como si fueran de verdad?
A
veces, no sabemos quiénes somos porque nos invade la culpa, el
reproche, el miedo a no ser cono creemos que deberíamos. Porque un
mal momento en el que nos dejamos llevar por la rabia, el miedo, la
angustia o la tristeza parece que empaña el trabajo hecho durante
meses soltando lastre y confiando, el amor compartido y la confianza.
Como si una mala cara, un enfado, un grito de ansiedad, una palabra
fuera de contexto pudieran borrar todo lo que somos. Como si los
errores tuvieran que pesar siempre y no pudiéramos soltarlos y
aprender de ellos… Como si nos hubiéramos pegado una etiqueta que
jamás nos pudiéramos quitar y nos juzgáramos eternamente por el
fallo de sólo un instante.
No
soltamos nuestra carga ni nuestra sensación de culpa porque no
reconocemos esa parte oscura que todos llevamos dentro. Porque
ocultamos a la persona que grita y mostramos sólo a la que razona,
porque dejamos en casa a la mujer que llora como si la castigáramos
por su llanto y pena y sacamos únicamente a pasear a la mujer que
sonríe, porque nos avergonzamos de nuestra imperfección y no
podemos aceptar nuestros errores y malos momentos…
Renegamos
de esa parte indomable que tiene miedo y que sale a ratos y eso hace
que parezca más inmensa y gigante, que viva más al límite y se
sienta más culpable de lo que es… Cuando en realidad es un espejo
de ese dolor que acumulamos dentro porque no nos atrevemos a
reconocernos y aceptarnos… Porque no curamos nunca esa herida que
nos afanamos en tapar y no querer ver… Porque nos da tanto miedo
que los demás vean a la bestia que llevamos dentro que la encerramos
para que no salga y es cuando más pugna por salir y más aúlla.
Si
no somos capaces de abrazar nuestros errores y reconocer que somos
luz y somos sombra, no podremos usar ese dolor para crecer, para
soltar esa carga, para liberarnos de esa angustia que todo lo
impregna… Si no nos arriesgamos a visitar a la bestia y hablar con
ella, comprenderla y aceptarla, siempre, siempre estará luchando
dentro de nosotros por salir…
Si
no aceptamos nuestra oscuridad, no podremos brillar porque siempre
estaremos pendientes de escondernos, de vivir a medias, de cerrar las
puertas para que no se nos escape el remilgo o la mala cara, para que
no se nos note el llanto acumulado, para que nadie se dé cuenta de
que no siempre somos lo que parecemos…
Si
siempre estamos pendientes de parecer, nunca seremos. Si hacemos
callar a esa voz que llevamos dentro en lugar de aceptarla y
comprender de dónde viene, nunca dejará de gritar. Si no miramos en
nuestro interior, nunca sabremos quienes somos realmente.
A
veces, no sé quién soy, pero es porque no me permito sacar a pasear
a mi parte incorrecta, a esa mujer enfadada con todos porque siente
que la vida es injusta, a esa guerrera siempre a la defensiva que
podría dejarte seco con una mala palabra, a esa loba herida que no
se fía de nadie… A esa niña sola en el patio de la escuela que no
se atreve a jugar con otras niñas porque se siente insignificante…
Cuando
no sé quién soy es porque estoy renegando de mí, porque me estoy
avergonzando de esa parte asustada y oscura que llevo dentro
esperando que así se desvanezca, cuando en realidad así la hago
enorme y la pongo a rabiar.
Mercè
Roura
No hay comentarios:
Publicar un comentario