CON LOS OJOS CERRADOS Y LOS SUEÑOS DESPIERTOS
Solo cuando entiendes el lenguaje de la luna
empiezas a comprender la importancia de surcar los cielos y los mares, de
alimentarte de nubes de colores y de respirar la luz de las estrellas.., y todo
con la certera ilusión de estar haciendo lo que de verdad deseas…
Los sueños, como casi todo lo
que nos conforma, cumplen una extraordinaria función en
nuestra vida cuando se encuentran en equilibrio y armonía con ella. Sueños hay tantos como personas en
nuestro planeta; lo que ocurre es que, con frecuencia, por miedo, vergüenza o
desánimo solemos ponerle un candado a nuestra capacidad de soñar, encerrándola
por el temor de recibir daño, renunciando así a una parte maravillosa de nuestro
ser.
A veces cogemos la
llave que abre sus sueños, la tiramos al mar y, si la llave vuelve, la volvemos
a tirar. Así es que, sin darnos cuenta, cada vez que la recogemos nos hacemos un poquito más mayores sin hacernos ni más sabios ni más felices.
Es un proceso
silencioso y cabezota que va contra nuestra naturaleza y atenta contra nuestra esperanza. Pero esta no es una
esperanza necia, sino una esperanza sabia y conmovedora; es esa esperanza la
que precisamente nos hace humanos y nos saca de la cama para vivir un nuevo día
y no para sufrir una nueva jornada.
Además, a la vez que
encerramos a los sueños y a la esperanza, en el hilo de acero del mismo
candado también incluimos a la imaginación y a la capacidad de planificar. Desterramos todo aquello que no sea
rutina y empezamos a responder con alivio cuando salen, una
tras otra, fotocopias de la máquina del calendario.
Hay personas que no
son tan radicales y que siempre miran hacia delante proponiéndose objetivos
fáciles, objetivos que no conlleven el sacrificio de la
“normalidad” que intentan mantener. Estas
personas temen perder la poca autoestima que
tienen y buscan minimizar, ante todo, las posibilidades de no conseguir un
objetivo a la primera o en un corto espacio de tiempo.
Ellos son los que solo
se subirían en un barco si de antemano supieran que el viento va a ser a favor,
que no va a haber tormenta y que al mando del barco está el capitán con más
experiencia de la armada; son los que no se arriesgan por miedo a no ganar y
los que no caminan por temor a las piedras.
Pero, como sabéis, hay otro
tipo de personas, serían aquellas que tienen
sueños muy relacionados con objetivos muy seleccionados, verdaderamente
ilusionantes, y que suponen un reto para sus capacidades.
Dentro de su baúl de ilusiones, podríamos decir que coexisten dos tipos de sueños:
aquellos que se piensan conseguir en un corto o medio plazo y aquellos que
tienen que ver con un futuro que construyen poco a poco.
Estos dos tipos de
sueños son fundamentales, ya que unos nos aportan un aprendizaje y una
fuerza continua y extraordinaria, mientras que los otros dibujan a grandes
rasgos el boceto de una vida que nos apasiona y nos encanta.
Finamente, se
encuentran las personas que jamás pisan la tierra.
Dicho de otra forma, viven más en el futuro que
en el presente. Sus sueños suelen ser muy grandes, pero también poco elaborados
y motivadores, es decir, poco encaminados a la acción.
Este tipo de personas
son a los que todos conocemos como soñadores. Almas que viven en una constante montaña rusa de emociones
alejadas de la configuración actual de sus vidas. En
este sentido son unos niños grandes cuyo carácter suele ser inocente y su actitud pasiva ante el presente.
No soportan la rutina
y su actividad preferida es empezar cosas nuevas, aspectos que comparten con
nuestro segundo tipo. Pero ellos son unos auténticos enamorados de los comienzos, y menos mal, porque son muy raros los proyectos que
terminan. Además, los
que concluyen suelen demandarles un ejercicio de disciplina muy fuerte y un
ejercicio de autocontrol al
que no están acostumbrados.
Hemos descrito tres
tipos de soñadores como si fueran tres colores, pero lo cierto es que la mayoría de nosotros no cumplimos
ninguno de los perfiles de forma exclusiva, aunque nos podamos acercar más
a uno que a otro.
De hecho, lo más
probable es que en función del momento en el que nos encontremos y la faceta o
el ámbito al que nos refiramos nos acerquemos más a un lugar del “triángulo
soñador” que a
otro, favoreciendo así nuestra pluralidad y crecimiento.
Lo que sí
parece es que las personas más felices serían aquellas del segundo tipo, aquellas que luchan hasta el
final; en cualquier caso, de acercarnos al primer o al tercer tipo parece que
el tercero cuadra más con nuestra esencia e inquietud, permitiéndonos hacer un
libre uso de nuestras alas.
Así, aunque la
capacidad de soñar va dentro de nosotros desde que nacemos, lo que está claro
es que en nuestra mano está hacer realidad nuestros sueños o
dejarlos en un baúl.
Porque si todo es ilusión, elijamos las ilusiones más
bellas y pongamos a prueba nuestras alas, pues son las únicas que nos permiten
alimentar nuestra libertad, surcar el cielo y cultivar nuestro espíritu
aprendiendo el lenguaje de la luna.
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