Dice
el coach Raimon
Samsó que
el 65% de los alumnos actuales de Primaria van a estudiar carreras
para puestos de trabajo que no existirán.
No
lo dice ahora, ya en su libro “El código del dinero” sobre
libertad financiera y cambio personal lo dejaba claro hace años
afirmando que si el trabajo que haces lo puede hacer una máquina u
otra persona por menos estás perdido. En el que libro ya trata
sobre de la diferencia entre vender tu tiempo a cambio de un sueldo o
aportar tu valor y ser tu propio jefe.
Hace
tiempo que entramos en otra era, pero parece que no nos hemos dado
cuenta o no queremos porque nos asusta demasiado asumir el poder de
llevar las riendas de nuestras vidas. Fingimos que todo es como
antes, trabajos seguros, vidas estáticas… Y nada es así ni lo
será. Estamos abocados a trabajos de subsistencia que no te
permiten subsistir o a tomar la decisión de apostar por nosotros
mismos y por la excelencia, por aportar el talento y dar un plus…
Esos trabajos que tienen que ver con la creatividad, con innovar y
servir a los demás son la única baza que tenemos para vivir las
vidas que merecemos y encontrar nuestro sitio.…
No
educamos a nuestros hijos para que ocupen su lugar en el mundo y
entiendan que tiene poder sobre su vida. Les
educamos para pelear hasta el absurdo, hasta la extenuación, por
algo que ni tan solo saben si desean.
Me
decía mi hija el otro día que desde hace un tiempo en la escuela
“ya no crea nada nuevo” seguramente porque se hace mayor y han
dejado de lado la experimentación para pasar a la fase de almacenaje
de datos puros y duros. Y eso que en su escuela transmiten mucho más,
están abiertos y los profesores son personas que ponen el alma en lo
que hacen, pero lo hacen con las herramientas que les dan y ceñidos
a un programa establecido… La verdad es que conocer es
importante, pero no como mero acto de almacenar para luego volcar en
un examen sino para comprender y crecer a partir de lo que eso te
sugiere. Sabemos mucho de historia, pero está claro que no la hemos
interiorizado porque nos dedicamos a repetir los mismos errores…
Hay que aprenderlo, no nos va mal la gimnasia mental y
saber el origen de todo, pero hay que revisarlo porque hay que
trascender la teoría y entusiasmar. Hace falta incentivar a
crear, a cuestionar, a buscar otras maneras, a despegar, a despertar
la curiosidad…
Y
eso no es sólo trabajo de la escuela, es un trabajo de toda la
sociedad, empezando por lo que ven y oyen en casa.
No
podemos vivir vidas a medias y esperar que nuestros hijos sepan lo
que son vidas enteras.
No
podemos conformarnos con pensar dentro de un recuadro y esperar que
nuestros hijos entiendan que pueden ir más allá y romper moldes.
Estamos
ante un nuevo paradigma y de nada sirve esconder la cabeza y esperar
que a que pase, porque no pasará. Hay que enseñarles a pensar y
decidir, a asumir, a comunicar, a aceptar y encontrar el aprendizaje,
a empatizar con otras personas y a liderar sus vidas.
No
podemos educarles como a ovejas y esperar que sean pastores.
Debemos
enseñarles a entender a las personas y cooperar con ellas…
Eso es el futuro. Las personas… Lo que sueñan y lo que necesitan.
Hay
algo que pueden hacer nuestros hijos que otras personas necesitan y
pagarán por ello. Hay que darles alas para que lo descubran y
desplieguen su valor, para que pongan en práctica sus dones y se
enamoren de lo que son capaces de hacer, que lo vivan y lo contagien.
Para
que descubran cómo dar servicio a las personas. Cómo entretenerlas,
cómo hacerlas pensar, cómo conmoverlas, cómo entusiasmarlas, cómo
cuidarlas cuando están enfermas, cómo calmarlas cuando están
desesperadas, cómo ayudarlas a planificar su futuro, cómo construir
casas mejores para ellas, cómo acompañarlas …
Como
dice Samsó, cualquier cosa que no haga una máquina.
Cualquier
cosa que suponga poner tu talento y tu actitud a su servicio. Que te
haga útil y te diferencie de lo que ofrecen los demás. Nuestros
hijos triunfarán en sus vidas si reconocen sus diferencias y las
ponen a trabajar… Sin embargo, es difícil que lo hagan si nos
pasamos la vida inculcándoles que es mejor encajar y pasar
desapercibido. Si cuando alguien es distinto, le señalamos con el
dedo.
Nos
tenemos que plantear ya enseñar a nuestros hijos a tener el poder
sobre sus vidas, cómo administrarlas, darles cultura financiera,
gestión emocional… Nos falta mostrarles cómo cambiar los dogmas y
darles la vuelta, cómo despertar y disolver todas sus creencias
limitantes. Aunque tal vez para eso, primero debemos aprenderlo
nosotros porque nos movemos como autómatas y vivimos con el piloto
automático puesto…
La
verdad es que hemos delegado nuestra tarea como padres porque
estamos ocupados pensando cómo sobrevivir y trabajando mil horas
para un suelo de miseria… Y eso es lo que ven nuestros hijos…
Cansancio, negatividad, pensamientos en bucle corrompidos por ideas
que ya eran caducas cuando nacieron porque hablaban de una forma de
ver la vida con miedo… Ansiedad, desesperanza, queja constante…
Nuestros hijos ven como comemos sin notar que comemos, como dormimos
sin dormir, como se nos pasa la vida sin vivirla como merecemos.
Y
aprenden a creer que no se merecen más. Y cuando crees que no lo
mereces, no lo consigues porque ya no no forma parte de tu vida,
porque ya no lo imaginas posible.
No
les educamos para quererse a ellos mismos… Cuando
un ser humano no se quiere a sí mismo, se conforma con migajas y
tolera lo intolerable para él y para otros. No les dejamos
experimentar, ni caer, ni ensuciarse ni hacer nada al revés, a ver
qué pasa…
Estamos
educando a nuestros hijos para tener miedo, con miedos prestados, los
nuestros, los de siempre, los de nuestros padres y los padres de
nuestros padres. No les enseñamos a imaginar otros mundos,
otras posibilidades, a hacerse preguntas impertinentes… No les
enseñamos a crear las oportunidades que necesitan, no les hemos
dicho que su vida dependerá de cómo ellos sepan crearla. Les
educamos para que sean personas tristes y desesperadas con un futuro
triste y lleno de desesperación.
Y
en la escuela, les
enseñan a ser hombres y mujeres del siglo XX.
Les educan para el pasado… Para ser personas limitadas y
determinadas, sin saber gestionar ni sus emociones ni su economía,
con una cultura basada en callar y obedecer.
Nos
obsesiona que dominen la técnica, que sepan qué botón apretar. Y
no nos damos cuenta de que cuando sean mayores todo el mundo sabrá
qué botón apretar (de hecho, ya casi nadie apretará botones) pero
no les preparamos para aguantar la presión que supone apretarlo,
decidir cuándo, llevar un equipo de personas, gestionar sus
emociones, confiar en sus capacidades, vivir con la actitud necesaria
para sentirse capaces de lo que sueñan, ser quienes verdaderamente
son y no limitarse.
Les
educamos para sufrir como nos educaron a nosotros. Como
si sufrir fuera la forma de conseguir lo que quieres, como si
sufriendo se acumularan puntos y al final de la partida los
pudiéramos canjear por… ¿felicidad? no, nunca, cuando
sufres por algo nunca consigues paz… Tal vez una falsa sensación
de perdón o de dejar la culpa un rato. La felicidad es vivir en paz
cada día y saber que estás de tu parte, que confías en ti y en la
vida, que sabes quién eres y actúas de forma coherente a cada
momento.
Falla
el sistema, que educa para bajar la cabeza y resignarse. Para pasarse
la vida luchando por muy poco y quejándose por no llegar a la cima a
pesar de esforzarse al máximo… Nos educan para cargar culpas y
obedecemos sin rechistar, nos educan para pensar que no conseguiremos
nunca nada y no conseguimos nunca nada…
Nos
despojan de nuestro poder al nacer y nos obligan a intentar derribar
muros macizos en lugar de decirnos que los podremos saltar si nos
dejamos llevar por nuestras ganas e imaginación… Y nos golpeamos
una y otra vez porque no sabemos que hay alternativas.
Nos
educan para que pensemos que el trabajo es un privilegio y que hay
que sufrir mucho en él… Y no disfrutamos haciéndolo porque no nos
identificamos… No nos hace sentir que valemos, que aportamos…Y no
en consecuencia, no llega la magia que se crea cuando amas lo que
haces y brillas.
Triunfar
requiere trabajo, cierto, pero con amor, con felicidad, con
entusiasmo, con emoción… Se trata de un trabajo interior sobre
todo. Eso que hace que parezca un suspiro y cuando llega el lunes
estés pensando en el montón de cosas maravillosas que tienes por
hacer…
El
futuro no debe dolernos… Y
para ello no nos debe doler el presente. No tenemos porque ser
infelices para ganar una miseria… Seamos felices haciendo lo que
amamos y que eso sirva para que otras personas sean felices.
Y
mi hija me pregunta… ¿Cómo sabré qué quiero ser yo
de mayor, mamá?
Complicado,
pero si te escuchas a ti misma, lo sabrás. Porque es algo que te
saldrá solo. Algo a lo que dedicarás horas sin darte cuenta y te
sentirás satisfecha. Algo que harías sin cobrar, pero que
tiene mucho valor para los demás y merece el dinero que cobrarás y
aún más… Algo que será bueno para otras personas y les aportará
beneficios. Algo que te hará vibrar y que te dejará tiempo para ser
millones de otras cosas en la vida… Algo que te hará feliz a ti y
a demás… Algo que te llenará tanto que no te quedará duda
alguna que es tu misión, lo que has venido a hacer a este mundo…
Lo
sabrás porque todo lo que haces, en el fondo, es lo que tú eres.
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