LA PARÁBOLA DEL ÁGUILA
Las cosas siempre se ven mejor desde arriba, o desde fuera . . .
De
igual forma que no puedes solucionar un problema con la misma
mentalidad y desde la misma posición en la que este ha sido creado,
uno debe salir y ver las cosas desde otra perspectiva para poder
cambiarlas.
Y
al igual que con los problemas de la vida, lo mismo sucede con
nuestro crecimiento personal. Nunca podremos avanzar lo suficiente
mientras no hagamos y ejecutemos cambios que nos hagan ver las cosas
desde una nueva perspectiva, para poder elevarnos por encima de
nuestras limitaciones y expandirnos para abarcar percepciones más
amplias de lo que somos.
Ese
crecimiento personal pasa sin duda por reconocer nuestra verdadera
esencia, porque no somos lo que nos han hecho creer, sino lo que
queda cuando quitas lo que nos han hecho ponernos para pretender
encajar en el mundo. El trabajo más duro del mundo es dejar de ser
lo que nos han hecho ser, para ser lo que siempre fuimos. No somos
una personalidad determinada, un nombre escogido al nacer, una
profesión quizás equivocada o una ocupación impuesta por la
sociedad.
De
hecho, si nos quitan todo eso, muchos de nosotros tendremos problemas
para saber entonces que somos de verdad. Pero, lo que somos de
verdad, es lo que queda cuando quitas todo eso, porque es el único
momento en el que te sientes libre para abrir tus alas y, como dice
James Aggrey en la parábola que os pongo a continuación, te das
cuenta que siempre fuiste águila cuando te hicieron creer que eras
pollo.
Parábola del águila (de James Aggrey)
Erase
una vez un hombre que, mientras caminaba por el bosque, encontró un
aguilucho. Se lo llevó a su casa y lo puso en su corral, donde
pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a
conducirse como estos. Un día un naturalista que pasaba por allí,
le pregunto al propietario por qué razón un águila, el rey de las
aves y los pájaros, tenía que permanecer encerrado en el corral con
los pollos.
—
Como le he dado la misma comida que a
los pollos, y le he enseñado a ser como un pollo, nunca ha aprendido
a volar, respondió el propietario; — se conduce como los pollos y
por tanto no es un águila.
–
-Sin embargo, insistió el
naturalista, — tiene corazón de águila, y con toda seguridad se
le puede enseñar a volar.
Después
de discutir un poco más, los dos hombres convinieron en averiguar si
era posible que el águila volara. El naturalista le cogió en sus
brazos, suavemente y le dijo: “Tú
perteneces al cielo no a la tierra, abre las alas y vuela”. El
águila sin embargo estaba confusa: no sabía qué era y al ver a los
pollos comiendo, saltó y se reunió con ellos de nuevo.
Sin
desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevó el águila al
tejado de la casa y la animó diciéndole: — Eres una águila, abre
las alas y vuela; pero el águila tenía miedo del mundo desconocido
y saltó otra vez en busca de la comida de los pollos.
El
naturalista se levantó temprano al tercer día, sacó el águila del
corral y lo llevó a una montaña. Una vez allí, alzó al rey de las
aves y lo animó diciéndole: — Eres una águila y perteneces tanto
al cielo como a la tierra. Ahora, abre las alas y vuela.
El
águila miró alrededor, hacía el corral y hacía arriba, al cielo.
Pero siguió sin volar. Entonces el naturalista lo levantó
directamente hacia el sol; el águila empezó a templar y abrió
lentamente las alas y finalmente con un grito triunfante, voló
alejándose hacia el cielo.
Es
posible que el águila recuerde todavía a los pollos con nostalgia;
hasta es posible que de cuando en cuando vuelva a visitar el corral.
Que nadie sepa, el águila nunca ha vuelto a vivir vida de pollo.
Siempre fue un águila, pese a que fue mantenida y domesticada como
un pollo.
Cuando
el hombre aun no era hombre, todos éramos águilas, conectados a la
sabiduría inagotable del Ser del que provenimos, viviendo en
comunión con todo lo que existía en el planeta y en el universo.
Cuando el hombre empezó a ser hombre (lhumanu,
tras las primeras manipulaciones genéticas),
empezamos a ser pollos, se introdujo el componente de la mente
predadora en cada uno de nosotros, se nos desconectó de aquello de
donde veníamos, y se nos dio la realidad subjetiva en la que
vivimos, encerrando al planeta y su satélite bajo el paraguas de la
malla energética “de control” de la que ya hemos hablado tantas
veces.
Milenios
pasaron, y el hombre vivió como pollo sin saber que era águila.
Pero llego el naturalista (millones
de ellos),
y nos dijeron que empezáramos a volar. Nos dijeron que extendiéramos
las alas, y empezamos a hacerlo. Extender las alas dolía mucho,
porque estaban llenas de programas y miedos insertados a los pollos
para mantenerlos en el corral, pero a pesar de que varias plumas
caían con cada esfuerzo por extender las alas, millones de supuestos
pollos empezaron a abrirlas dejando ir las caretas que se habían
puesto para poder adaptarse a la vida en el corral. Cuando la careta
iba cayendo, la mente predadora se hacia más débil, y el águila
recordaba más ser águila de verdad.
Hace
poco, en una meditación, aquellos que yo llamo mis guías me
dijeron “pase
lo que pase, no mires atrás, mantente firme y siempre ve hacia
delante”.
Todos somos águilas, y hay que volar. Por mucho que quieran
mantenernos como pollos, no hay nada ya que nos pueda atar al
gallinero.
David
Topí
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