FLUIR… ¿TE APUNTAS?
Ya
no quiero ser correcta, quiero sentirme viva.
La
corrección es enemiga de la belleza, de la sabiduría, de la
capacidad de caer y volver a empezar, de la capacidad de
transformarse y aprender a quererse.
En
un mundo completamente simétrico, seríamos todos sólo un espejo de
nuestra cara amable y nos perderíamos esa parte oscura de la que
tanto podemos aprender. Nunca veríamos ni abrazaríamos a esa
persona que está en nosotros y que cuando somos capaces de asumirla
y comprenderla nos transforma la vida… Somos un cúmulo de fracasos
maravillosos esperando ser vistos como un campo de flores
imperfectas, pero maravillosas.
Si cerramos la puerta a lo que nos
hace salvajes, estamos poniendo límites a lo que nos convierte en
nosotros mismos.
Si
huimos de lo que nos asusta, estamos escapando de las garras de la
vida, de las infinitas posibilidades de pisar un abismo sin márgenes
donde podemos crecer hasta salir de nuestro mapa…
¿Te
imaginas ser tan grande que superas a tu sueño? Que ya no hay nada
imposible salvo tal vez que vuelvas a ser pequeño, diminuto, que
vuelvas a estar asustado a golpe de pensamiento y cedas de nuevo a la
creencia de que no llegas y no puedes…
Imagina que de una vez por todas sabes que lo que te convertirte en lo que realmente eres depende de ti, de que te invites a ti mismo a pasar la línea, a cruzar la frontera de lo que crees que eres para llegar a lo que puedes llegar a ser si lo imaginas… ¿Te ves saliendo de ti mismo y mirando al mundo de tú a tú? Como si siempre hubieras llevado un mar inmenso dentro de ti esperando a desparramarse y fluir a la vida, a inundarlo todo con tu recién descubierta belleza.
Imagina que de una vez por todas sabes que lo que te convertirte en lo que realmente eres depende de ti, de que te invites a ti mismo a pasar la línea, a cruzar la frontera de lo que crees que eres para llegar a lo que puedes llegar a ser si lo imaginas… ¿Te ves saliendo de ti mismo y mirando al mundo de tú a tú? Como si siempre hubieras llevado un mar inmenso dentro de ti esperando a desparramarse y fluir a la vida, a inundarlo todo con tu recién descubierta belleza.
Yo
ya no quiero ser perfecta, quiero equivocarme mucho. Todavía más…
Hacer tanto lo que se supone que es el ridículo que llegue un
momento que ya no sepa qué es correcto y qué no, pero que tenga
claro lo que me hace feliz y lo que me arrastra a la rutina. Y que si
me miran, no importe, porque al fin y al cabo cuando miras a otro y
te ríes de él es porque te duele no ser capaz de mirarte a ti
mismo. Los que te juzgan se juzgan a ellos mismos a través de ti…
Vivimos en un juego de espejos y reproches que si somos capaces de
comprender, nos lleva a darnos cuenta de que perdemos un tiempo
maravilloso culpándonos y culpando a otros por sentirnos tan
perdidos…
Quiero
respetarme los tiempos y respetar los tiempos de los demás…
Sentirme capaz de saltar y de decidir no saltar si me apetece rodear
el muro para saborear el roce delicioso de las hojas frotando mis
piernas… El beso del viento que siempre sabe por dónde tiene que
colarse para llegar a su destino y barrer de un soplo la monotonía.
Quiero ser el viento y no tener cauce, no tener que saber por dónde
voy a pasar ni medir, ni planificar.
Amar
la incontinencia de mis palabras más empalagosas y mis errores más
sonoros. Saber que me equivoqué intentado ser y no aparentar, sin
reproche ni llanto acumulado, sin malgastar un minuto en lo que pudo
ser.
No
quiero huir del lobo, quiero comprenderle. Quiero amar al lobo que
hay en mí para que sepa que puede liberarse… Para que aúlle y les
cuente a otros lobos que la jaula es imaginaria y los barrotes en
realidad están dibujados.
No
quiero esconderme de mis monstruos, quiero abrir el armario y mirar
bajo la cama e invitarles a salir para que bailen conmigo y sepan que
ahora la que manda en mi vida soy yo.
Quiero
perder. Ya he perdido, no importa. Así me queda claro que no compito
con nadie, que camino y saboreo la vida sin más intención que
vivirla y ser yo. Pierdo porque sé que mi victoria es estar y mirar
a la cara a la vida aceptando lo que llega, lo que va, lo que sube y
lo que baja…
No
importa que me miren y no me vean, yo me sé… Soy la punta de un
iceberg grandioso que siempre flota. Ese momento de quietud y
silencio en el que descubres quién eres de verdad y sientes que eso
compensa todo lo pasado… Cuando te das cuenta que no eras diminuto
como creías, sino que eras tan grande que no podías imaginarte, no
podías abarcarte con los sentidos y comprenderte en tu magnitud…
Cuando pensabas eras un punto en el infinito y en realidad eras el
infinito entero, porque tus ojos acostumbrados a la pequeñez no
veían lo que tu mente era incapaz de creer… Buscabas una gota y te
perdías en el mar de tu inmensidad.
No
quiero ser perfecta, quiero ser y participar de cada uno de mis
procesos maravillosos y de cada uno de mis momentos como si fuera el
primero, como si fuera el último. Con los ojos de una niña y la paz
de una anciana. Con la sensación inagotable de saber que ocupo mi
lugar en el mundo y que ya no me importa ceder, ni dejar la pelea,
porque ya gané cuando asumí mi propia grandeza y el poder que tengo
sobre mi forma de mirar la vida.
No
hace falta ser de ningún modo concreto, sólo ser y notar que eres.
Lo demás llega de esa plenitud, de esa belleza, de esa sensación
sin gravedad de fluir… De aflojar, soltar, dejar ir lo que sobra,
dejar de controlar… De dejarse llevar y llegar a donde quieres sin
forzar, sin medir, sin esperar nada más que flotar, que sentir…
Mercè
Roura
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