LOS CAMBIOS ÚTILES SIEMPRE SON INTERNOS
 Cuando ya no somos capaces de cambiar
 una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a
 nosotros mismos.
 ¿Quién cree todavía a estas
 alturas del siglo xxi que puede cambiar el mundo en los momentos en
 que éste parece empeñado en seguir otro camino?
 En realidad, podemos influir más o
 menos en situaciones y personas con nuestras acciones e
 inteligencia, pero donde sí podemos operar con plena eficacia es
 modificando nuestra manera de ver e interpretar los aspectos que nos
 perturban e inquietan. Y lo más curioso es que, tras la inteligente
 aceptación de los hechos, no sólo equilibramos nuestra vida
 emocional, sino que, además, el mundo también cambia.
 Una vez que aceptamos y adaptamos
 nuestra forma interna de sentir al curso de “lo que hay”, ¿qué
 extraña ley modifica incluso las actitudes y conductas de personas
 ajenas?
 En realidad, y según las más
 avanzadas leyes de la Física, la película que vemos en el exterior
 no deja de ser, en buena medida, una proyección del programa que
 tenemos en nuestro interior. 
Los acontecimientos discurren en
 función de unas leyes naturales, pero la interpretación que
 hacemos de lo que sucede es una opción íntima y subjetiva, y por
 ello, susceptible de ser modificada.
 Cada ser humano ve, piensa y siente
 las cosas de forma diferente, porque cada ser humano es único e
 irrepetible y diferente a los demás y ese es uno de los grandes
 retos en la evolución del ser humano, aceptar a los demás como
 son, sin intentar cambiarlos, enriqueciéndose de las diversas
 formas de sentir y pensar.
 A menudo, el hecho de aceptar una
 situación eligiendo la interpretación más positiva, desencadena
 una sorprendente influencia sobre la faceta externa que
 considerábamos inamovible y ajena. Una vez que aceptamos y nos
 adaptamos a la situación, se mueven energías insólitamente
 favorables. 
 Una vez hemos logrado relativizar las
 cosas que, anteriormente nos perturbaban, adquirimos un grado mayor
 de templanza. Sabemos que nuestra forma de mirar el mundo y de
 sentir a las personas, influye, tarde o temprano, en el diseño y
 guión de nuestras experiencias. 
 Sabemos también que muchas de las
 emociones que experimentamos son consecuencia de un proceso que se
 desarrolla en la parte inconsciente de nuestra mente. Es por ello
 que merece la pena evitar culpar a los demás, y tener en cuenta que
 si no nos gusta lo que recibimos, convendrá prestar atención a lo
 que emitimos.
 Cuando somos conscientes de que
 nuestro conjunto de creencias son las que crean el mundo emocional
 que habitamos, uno se pone en alerta con las opciones de pensamiento
 que aparecen ante su corriente de conciencia. Prestando más
 atención a las palabras que pronunciamos y a los patrones que
 subyacen tras nuestras actitudes.
 La persona que ha comprendido el
 enorme poder que su mente tiene en la configuración del mundo, ya
 no controla tanto las circunstancias externas sino que, más bien,
 dirige su mirada hacia las propias actitudes y pensamientos que
 sutilmente las posibilitan.
 Tenemos mucho más que ver de lo que
 parece en aquello que “nos sucede”. Cuanto más conscientes
 seamos de nuestros pensamientos y anhelos, el destino, cada vez,
 estará, en mayor medida, en nuestras manos.
 Se trata de cambiar el foco de visión
 elaborando opciones más positivas y formulando el mundo tal y como
 lo deseamos vivir. Sin duda, una competencia nacida de nuestra
 madurez co-creadora que aprendió que el secreto que mueve el mundo
 está en el corazón de nuestra propia alma.

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