Dicen
que hay trenes que pasan una vez en la vida, pero… ¿Cómo aprovecharlos si nos
incitan a bajarnos en cada parada que tenemos a la vista? Muchas personas se
esmeran en adquirir una formación sólida, incluso buscan y encuentran un buen
trabajo relacionado con aquello que les gusta, sin embargo su atención se
centra en aquello que les falta, sintiendo una insatisfacción perpetua,
enraizada en la idea de que podían tener algo mejor.
Se
encuentran en el eterno dilema de elegir luchando por vivir la vida que desean,
pero se olvidan de que las personas raramente encuentran un medio idóneo para
llevarlo a cabo. Es el eterno lamento de “esto no es para mí”, “no era esto lo
que soñé”. Empiezan la jornada aligerando los pies, pero con una inmensa losa
de frustración mental.
El
filósofo Ortega y Gasset nos advertía en su libro “La rebelión de las masas” de
la catástrofe de la especialización. Mujeres y hombres altamente cualificados
en un dominio concreto, pero incapaces de adquirir una visión del mundo general
que les ayude a desenvolverse en la realidad en la que se mueven, no en la que
desearían.
Les
pasa a estas personas y nos pasa a nosotros, ¿cuántas veces contar con una gran
cantidad de oportunidades nos ha paralizado, sintiendo en la piel ese miedo que
produce tener que renunciar necesariamente a algo bueno? Lo cierto es que a
veces hay que situarse en un punto, agarrar con fuerza la única oportunidad
presente y obviar las potenciales. En este mundo actual, a veces cuando se
agotan las oportunidades surge la mejor opción: vivir la vida tal y como viene.
La diferencia
entre aceptación y resignación
En
la línea que estamos trazando, una pregunta aparece en el horizonte: ¿Cual es
la diferencia entre aceptar y resignarse? En el fondo son términos tan
incompatibles como el aceite y el agua, pero nos empeñamos en agitarlos y
mezclarlos. La aceptación es el primer paso para el cambio. Tiene que ver con
situar en el mapa el punto en el que nos encontramos, con independencia de si
nos gusta o no.
La
aceptación también es el primer paso para la adaptación en el caso de que no
exista posibilidad de cambio. En este sentido tiene que ver con integrar en
nuestra historia eso a lo que tanto nos resistimos. Por ejemplo, para alguien
que ha sufrido un accidente y ha perdido una pierna, la aceptación supone un
enorme paso hacia la re-adaptación y hacia los cambios que va a tener que
realizar en su vida. También supone un paso enorme a la hora de integrar en su
historia personal aquello que le ha ocurrido.
La
resignación sin embargo tiene un componente de frustración y de inhabilitación,
más allá de la aceptación. El componente de frustración es importante ya que
suele degenerar en un inmovilismo o en la insistencia, mucho más esporádica que
antes, en los intentos de utilizar los mismos medios y las mismas formas para
lograr un fin.
En
este sentido, a veces nos encontramos con mil oportunidades para salir de una
mala situación, pero ninguna de las alternativas nos parece perfecta. En muchas
ocasiones podemos intentar crearla, pero en otras muchas solo cuando llegamos
al límite del sufrimiento aceptamos elegir entre las opciones posibles, aunque
ninguna de ellas sea la ideal. Por supuesto, para la persona que ha perdido la
pierna, su alternativa ideal sería recuperarla, pero desgraciadamente muchas
veces la medicina no ofrece esta opción.
Cuando
se agotan todas las oportunidades ideales, surge la mejor opción: un cambio de
actitud que pasa por la revalorización de una opción, que sin duda, no es
perfecta. Así, toda alternativa recupera su dignidad y nos dignifica si nos
saca de una situación de dolor, rutina y resignación.
Si
nos encontramos exhaustos y sin motivación diaria no hay caminos posibles. Cada
paso se hace en el aquí y ahora, poco a poco y disfrutando de algún momento
cada día. El esfuerzo suele tener recompensa; un “premio” que suele necesitar
de una motivación para encontrar en lo cotidiano algún resquicio de lo que
deseamos.
Quizás
sin aspirar tan alto y acogiéndonos a un plan más honesto y sencillo, nos haga
la travesía más amable. Quizá las condiciones que impone la realidad no
complazcan del todo a lo que nuestra imaginación anticipó, pero eso no quita
que nos haga sentir bien.
La
lluvia de lo que no existe no debería empañar el momento
Conozco
infinidad de personas que trabajan en algo que nunca habían pensado y son
felices. Disfrutan de su situación, aceptan los cambios temporales y no hacen
caso de comentarios abusivos acerca de su supuesto “fracaso”. Chanzas que
muchas veces parten de personas sin la menor aspiración y con la única afición
de juzgar lo que hacen los demás.
Estas
personas que han hecho fruto dulce de la fruta que les ha tocado son personas
que se encargan de ellas mismas, que toman las riendas de su vida sin pretender
ir a galope, solo disfrutando de los pequeños placeres de la vida.
No
es un autómata el que trabaja mucho, sino el que trabaja gastando demasiado
energía en maldecir su situación.
La
línea que separa la lucha por una vida digna y la crítica eterna de lo que se
vive a veces es muy fina. Sin embargo, por fina no deja de ser importante:
separa a las personas que se han cansado de desear para obtener AHORA un
pequeño placer ocasional, ganado a pulso y sintiéndose activos. No existen los
trabajos, viviendas o relaciones indignas de por sí. Existen actitudes y
acciones que las convierten en eso. En el deseo del ideal, lo supuestamente
convencional siempre colapsa en amargo cuando se trasforma en obsesión.
Por
suerte, algunos han aprendido que la diferencia la marca tomar un poco de
tiempo de cada día para tomar un café más despacio y con vistas a la eternidad
que les aporta vivir en el presente, construyendo un futuro. Se quedaron sin
las oportunidades ideales y solo les quedó elegir entre las opciones que
quedaban. Sin embargo, frente a lo que deseaban y no existía, eligieron la
actitud de vivir y no la de sobrevivir.
Cristina
Roda Rivera
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