LA
CAPACIDAD DE ASOMBRO
Asombrarse es la
capacidad de mirar siempre con los ojos renovados. Es un acto en
peligro de extinción en el momento en que nos basamos y regimos
siempre desde la lógica de las cosas.
El mero acto de
asombrarse va ligado a una actitud de cierta ingenuidad e inocencia;
virtudes asociadas a la ausencia de conocimientos. Disponer de una
capacidad de asombro no significa buscar el renovarlo constantemente,
quizás el mismo hecho de observar el transcurso de los
acontecimientos dispara el apreciar hasta el más mínimo detalle.
Significa, pues, encontrar un significado en lo puntual, una carga de
contenido en lo sencillo, y un asombro interior incluso en lo que
damos por sentado.
Reservamos el asombro
para cuando ocurra lo extraordinario, desperdiciando así un proceso
de florecimiento en lo ordinario. Dependiendo de la mirada, dependerá
nuestra receptividad. El asombro de un niño es una buena prueba de
ello. Para él todo es nuevo, grandioso, majestuoso, y su curiosidad
se expande en todo aquello que le asombra.
Esa capacidad la
perdemos, se desinfla o la corrompen. Se deja paso al tedio, el
aburrimiento y la familiarización con las cosas que nos rodean,
perdiendo un renacer a lo que se va presentando. No logramos
identificar el milagro frente a nuestras narices, porque lo
analizamos, lo diseccionamos, y extraemos una conclusión reducida a
la razón.
Nuestra mente ha
resuelto el misterio. ¿Para qué más extender el asombro? Algo vivo
como una flor ha quedado enumerada en partes, en clasificaciones, en
tipos de flores. El misterio de exhalar su aroma ya no es
sorprendente, porque como ella, hay millones más. Hemos asesinado lo
asombroso, hemos reducido en una parte algo en lo que se manifiesta
la totalidad.
Nuestra carga de
conocimiento puede entorpecer el asombro. En el momento en que
¨sabes¨, te cierras a saber; en el momento en que ¨conoces¨, te
niegas a dejar entrar el conocimiento. Se van acumulando memorias y
en cuanto lo sorprendente se posiciona delante de nosotros, giramos
la mirada. No podemos cargar con más, es mucho lo acumulado. Es
mucho lo que todavía no nos ha dado tiempo a digerir como para
ingerir más. Pero esa es la visión de la mirada que pertenece al
pasado, o la visión de la expectativa del futuro. Si soltamos ambos
extremos, podemos juntar las manos y sucede el milagro.
De una manera
espontánea, en apertura, en actitud relajada, accedemos al asombro.
Dejamos la identidad que tanto enjuicia para ser consciencia
dejándose embriagar; operamos con la inocencia del niño que aún no
necesita reducir todos los contextos a una experiencia racional. Así
la vida es un asombro continuo de momentos, incluidos los menos
deseados, incluidos los más detestados.
El asombro no es sólo
por los estímulos del exterior, también el misterio de vivir, de
pertenecer a una existencia. El milagro de ver nacer a un bebé, la
observación del rocío al amanecer, el ensimismamiento de un
silencio al atardecer. Asombrarse no significa exaltarse
continuamente, ni acceder a la euforia desmedida, es una comprensión
más profunda de ver lo milagroso en lo que nos rodea, lo divino en
lo que nos alberga. Es estar despiertos a lo que es, recibiéndolo
con una fuerte carga de alerta y receptividad, porque sabemos que su
connotación de sentido no se volverá a repetir.
La capacidad de
asombrarnos se pierde en cuanto nos llenamos de decepciones, de
desencantos, de frustraciones, de una supuesta madurez hermética de
la que no podemos escapar. La capacidad de asombrarnos es recuperar
la mirada del niño, pero sin su ausencia de ¨saber¨. Es volver a
descender a los grados en los que todo conformaba un espectáculo
lejos del raciocinio. Es el saber de una ausencia de conocimiento que
se perpetúa inmaculado y que permite asombrarnos en la propia
instantaneidad, aportando con nuestro asombro color a lo incoloro,
curvas a lo lineal e intensidad a lo monótono.
Recuperemos el asombro
que hemos silenciado en nosotros por encajar en unos patrones
determinados. Avivemos la llama que cada vez se va consumiendo por
buscar el ser correctos y diplomáticos. Nuestra seriedad puede
reconciliarse con una actitud más expandida a captar lo que nos pasa
inadvertidos por estar infundados en una personalidad de estructura
petrificada.
Para retornar a
nuestra capacidad de asombrarnos no hay que recurrir al libertinaje,
simplemente en silencio, en la quietud del momento, pues como dice el
zen: ¨La hierba crece sola¨.
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