Nunca es nuevo lo que vemos, porque miramos siempre lo
mismo y de la misma forma. No vemos lo que es, sino lo que esperamos ver, lo
que hemos aprendido a ver y a imaginar… Lo que nos han dicho que debíamos.
Vemos lo que somos y nos movemos poquito, para no hacer ruido y romper el mundo que nos mantiene en pie. Nos sentimos como un secreto guardado, como un álbum de fotos viejo, como un hogar en desuso de esos en los que ya sólo viven palomas…
Vemos lo que somos y nos movemos poquito, para no hacer ruido y romper el mundo que nos mantiene en pie. Nos sentimos como un secreto guardado, como un álbum de fotos viejo, como un hogar en desuso de esos en los que ya sólo viven palomas…
Pensamos que miramos al futuro, pero vemos el pasado. Lo que creemos nos ha filtrado la realidad
para que proyectemos siempre pasado cuando pisamos el presente, para repetir
situaciones y atraer siempre las mismas circunstancias a nuestras vidas. No
paramos de repetir, en bucle, porque no aprendemos, porque pensamos siempre lo
mismo y encontramos las mismas soluciones a nuestros dilemas eternos.
Es como si cuando éramos niños nos contaran siempre el mismo cuento y esperáramos que tuviera un final distinto. El pasado pesa y se prolonga, se arrastra, proyecta su sombra en nuestras pupilas, en nuestras relaciones, en nuestros calcetines… Nos espera al pasar por la fuente camino a casa y se acuesta con nosotros en la cama cada noche.
Es como si cuando éramos niños nos contaran siempre el mismo cuento y esperáramos que tuviera un final distinto. El pasado pesa y se prolonga, se arrastra, proyecta su sombra en nuestras pupilas, en nuestras relaciones, en nuestros calcetines… Nos espera al pasar por la fuente camino a casa y se acuesta con nosotros en la cama cada noche.
Está en la rebanada de pan del desayuno y está en el
asiento de al lado cuando subimos al tren. Nos sujeta las bolsas cuando
regresamos del supermercado y nos acaricia la nuca cuando nos sentamos en el
sofá después de un día largo… Siempre está porque no lo soltamos. Su recuerdo
nos lastra cada paso… Nos ponemos zapatos nuevos, pero escogemos el mismo
camino… Encontramos un nuevo amor, pero le amamos a la vieja usanza, como
siempre, esperando que nos resucite y nos devuelva la vida que en realidad
nunca tuvimos porque no nos soportamos. Iniciamos un nuevo juego, pero hacemos
las trampas de siempre porque no soportamos la posibilidad de perder aunque sea
como aprendizaje…
En un alarde de valentía, soltamos el equipaje más pesado
y luego buscamos como locos en las estaciones y en los bares un nuevo fardo que
abulte lo mismo para poder cargarlo y seguir lamentándonos…
Todas las canciones nos recuerdan que ya no nos ama,
porque no nos amamos.
Todos los sueños que usamos para motivarnos son prestados
o carecen de magia.
Hurgamos entre nuestros monstruos y sacamos alguno a
pasear a ver si se va y nos deja tranquilos, pero luego buscamos otro que lo
reemplace, a poder ser aún más feroz y más feo.
Compramos ese vestido que nos tiene que cambiar la vida y
lo dejamos en el armario.
Leemos ese libro que nos han dicho que zarandea
conciencias y lo dejamos a medias, como nuestra vida.
Viajamos a ese lugar apartado del mundo donde esperamos
oír nuestra voz.
Nos perdemos usando palabras nuevas que hemos robado de
un vídeo que cuenta como volver a empezar… No nos llegan, no nos invaden, sólo
nos perturban porque arañan nuestros valores gastados que ya empezamos a ver
que no nos definen pero no lo admitimos porque nos duele.
No acariciamos nuestros sueños, porque no son nuestros y
pensamos que nos vienen grandes, porque somos pequeños y nos sentimos vacíos.
Alquilamos una sonrisa a ese personaje que soñamos que
somos y la colgamos en facebook para que el miedo se pase, pero siempre se hace
más grande a la espera de un like. No hay likes suficientes para quien necesita
que el mundo le apruebe.
Nos tatuamos algo que nadie comprende para tener una
parcela que nadie pise ni se atreva a juzgar… Y luego criticamos sin piedad a
los que como nosotros suplican compasión y llaman la atención contando sus
miserias sin que nadie les pregunte…
Somos un amasijo de quejas siempre pendientes de lanzar
al mar. Un milagro que no sabe que es milagro y sólo ve su sombra porque teme
brillar.
Nos gusta creer que lo que deseamos es imposible, porque
buscamos castigo por nuestra innata imperfección y nuestra culpa heredada ya
nadie sabe por qué. Nos alejamos de lo que amamos porque nos asusta brillar.
No hay tumbas para los amores imposibles y uno se ve
obligado a llorarlos en silencio y eso los hace más idílicos, más platónicos,
más grandes de lo que nunca fueron…
No podemos ir a llorar al niño que fuimos, porque no
sabemos donde le encerramos en nuestro afán por esconder nuestra oscuridad… Y
cuando anochece, oímos que llora desconsolado y nos pide que vayamos a verle
pero nunca le podemos encontrar. En el fondo, sabemos dónde… Está justo en ese
recodo del pasado donde nunca miramos por miedo a no poderlo soportar.
Nos ahogamos en mares ficticios y nos olvidamos de que
nacimos para volar.
Tenemos tanto miedo a no hacer la foto y poder mostrarla
que nos perdemos el paisaje y el viento que nos cruza la cara y nos hace sentir
vivos.
Nunca encontramos nada nuevo porque miramos al mismo
rincón. Porque nuestros ojos cansados viven encerrados en un perpetuo ensayo
general de la vida esperando empezar la función.
Somos autómatas que esperan la señal para ponerse a
bailar. Nos arrastramos cansados buscando una oferta que nos calme la sed y nos
ponemos tristes cuando solo encontramos saldos que no nos consuelan ni hacen
vibrar.
Esperamos tanto de todo que nunca llega, nunca llena,
nunca está. Porque se supone que tiene que venir a ocupar un hueco que nos
atraviesa por el que siempre se cuela el viento helado y nos recuerda que
estamos incompletos y que somos diminutos…
No podemos ir a llorar al adulto que ahora somos y que se
atraganta buscando su felicidad porque le tenemos encerrado en el fondo de un
abismo de mensajes y sentado en un sofá.
Siempre es de noche cuando no eres capaz de sacarte de
dentro la noche.
Siempre es mentira si no eres capaz de decirte toda la
verdad.
A veces, te ronda la extraña idea de que estás muerto,
porque no te notas… Te mataste con silenciador para no molestar a este mundo
que has inventado tú y que sólo quiere que te hagas selfies y consumas algo que
te haga olvidar.
Ya lo sabes, pero no te gusta admitirlo. El mundo no
calla por lejos que marches.
Los vestidos nunca te cambian la vida.
El antídoto a todo esto es tan sencillo que te hace
desconfiar.
Para y empieza a respirar.
No hagas nada que no sientas.
No calles nada que te corroa.
No bailes ninguna música que no sea la tuya.
Empieza otra vez. Mira hacia otro lado. No des nada por
hecho, nada por sabido, nada por dogma ni verdad. No te fíes de tus ojos si ves
lo de siempre. No te fíes de tus oídos si siempre escuchan la misma voz…
Olfatea la vida y toca sin pesadumbre, la vida está para manosearla y hacerla
rodar…
Si te pones la misma ropa, soñarás el mismo sueño y
volverás a decirte que no. Desnúdate y anda sin ataduras mientras todavía no
sepas qué te quieres poner.
No te obsesiones por ser tú mientras no sepas si ese tú
eres tú de verdad.
No sueñes el sueño de otro, ni subas a sus cimas, ni
bailes su música, ni camines por sus atajos porque para ti puede que sean un
rodeo.
Sacúdete el miedo amando tu miedo. Sacúdete la rabia
amando tu rabia, maestra suprema para poder conocer cuáles son las piedras en
tu zapato y los muros en tu camino. Supera cada error con un error mayor. Besa
tus debilidades y agradece tus demonios porque te llevarán a dónde sueñas
llegar.
Y cuando no sepas quién eres, entonces estarás en ese
punto en el que puedes empezar a crear y sentir.
Lo que has vivido hasta ahora es el pasado, un tiempo
prestado y remoto en el que te asustaba vivir.
No hay lugar donde llorar por los besos que no hemos dado
ni por los que dimos a la persona equivocada. Será porque los errores son en
realidad regalos por abrir y estrenar.
No hay milagros para quién no cree en milagros, no porque
no estén a su alcance sino porque no podrá verlos.
No lo sabes, pero hasta ahora tus sueños eran prestados y
viejos…
No lo sabes, pero has estado viviendo en círculo…
Mercè
Roura
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