A
todos nos gusta la sociabilidad, a todos nos gusta tener amistades
en nuestras vidas. Lo cierto es que somos seres sociales, impelidos
a conectar con los demás desde nuestra condición de humanos.
Animados a la relación por estar impreso en nuestro ADN y porque la
relación con los demás nos aporta un conocimiento que de otra
forma no podríamos tener.
Sin embargo,
no todo puede verterse al exterior. Cuando uno vive poniendo fuera
su punto de apoyo está condenado a desplomarse tarde o temprano.
He aprendido,
con dificultad, trabajo y experiencia, que en el silencio hay un
gran poder. Nos aleja de los problemas, nos permite tomar distancia,
nos posiciona de frente y nos da otra visión. También he entendido
que ofrecemos gratuitamente mucha información que ni interesa al
resto, ni es necesaria, ni nos conviene parar preservar nuestra
intimidad, a no ser con aquellos que elijamos para ello, con nuestro
círculo más íntimo.
El silencio
nos permite entrar en la luz (conocimiento) en silencio, comienzas a
ver y a reconsiderar tu forma de actuar. Posiblemente sea necesario
un reajuste. Incluso mimetizar las actuaciones del resto de la gente
en aquello que funciona a nivel social.