Variedad de emociones como clave de salud mental
En
la naturaleza, cuanta más diversidad exista en un ecosistema más
fuerte, rico y resistente será ese escenario. La emodiversidad sigue
ese mismo principio. Así, cuanto
más heterogénea sea nuestra paleta de emociones, mayor será
nuestra flexibilidad y fortaleza,
porque entender ese universo sin quedarnos solo en los extremos es
invertir en salud, es ganar en inteligencia y madurez.
Si
lo pensamos bien, una idea que promociona la propia sociedad, además
de un gran número de libros
de autoayuda,
es que para alcanzar el bienestar debemos experimentar en exclusiva
emociones positivas. Algo así nos aboca, casi sin darnos cuenta, a
un viaje artúrico en busca de ese grial de la felicidad donde
esquivar a toda costa colores como
la tristeza, la decepción, la frustración o la rabia.
Se
nos olvida quizá, que no hay mejor estrategia que comprender al
propio enemigo. Huir de las emociones negativas es ponernos una
venda en los ojos, es vetarnos un aprendizaje vital donde poder
lidiar con mayores recursos ante cualquier circunstancia. Porque la
vida, como las emociones, es diversa y altamente compleja. Solo
quienes se permiten profundizar en todo sentimiento y emoción para
comprenderlos se adaptará mejor a los vaivenes del cotidianos.
Hemos
sido condicionados para creer que los sentimientos negativos son un
enemigo del bienestar. Aún más, no falta quien piensa que quien
pasa de la alegría al enfado, de la decepción a
la ilusión en un mismo día es inestable y hasta voluble. Es
momento por tanto de aclarar términos, es
momento de introducir en nuestro lenguaje una idea esencial para la
salud mental: la emodiversidad.
“No
me cansaré de resaltar la importancia de aprender a usar las
emociones negativas por lo que son, llamadas para la acción”.
Tony
Robbins
Emodiversidad
define nuestra capacidad para sentir y experimentar una amplia gama
de emociones, y cuantas más mucho mejor. Esta
habilidad o, mejor dicho, el permitirnos sentir cada sentimiento sin
bloquearlo o negarlo, supone una ventaja adaptativa. Es decir, no
solo logramos ser más auténticos sino que nos permite tener
mayores recursos para afrontar las dificultades y
ganar en salud mental.
Esta
idea no es nueva. Ya en el 2012 y a raíz de un estudio publicado en
la revista Emotion,
quedó respaldada una conclusión para reflexionar. La Universidad
de Queensland investigó cómo podría afectar a la población
australiana y japonesa la clásica expectativa de que felicidad es
igual a emociones positivas. Este principio cultural aboca a la
población a no saber cómo lidiar con las emociones negativas, a
rehuir de ellas. La
búsqueda de la felicidad (anclada a este marco) genera tarde o
temprano infelicidad.
Para
aprender a ser felices debemos, por
así decirlo,
oprimir el botón de reinicio de nuestro disco duro mental.
Empecemos de nuevo borrando gran parte de lo que hasta el momento
nos han dicho (desaprender).
Un primer aspecto que debemos considerar es el siguiente: las
emociones negativas no son dañinas. Toda emoción sentida y
aceptada es un compromiso con nosotros mismos. Un compromiso para
comprendernos, para asumir realidades y ser responsables a la hora
de buscar soluciones o generar cambios.
Un
segundo aspecto que integrar
en nuestra “programación” interna es que permitirnos
experimentar el mayor número de emociones posibles es ganar en
resistencia emocional,
en salud mental y en habilidad psicológica. De este modo, quien se
sitúa en exclusiva en el polo de las emociones positivas carecerá
de herramientas para lidiar con las dificultades y frustraciones.
Asimismo, quien oscila solo en el polo de la negatividad y la
pesadumbre presenta un mayor riesgo de desarrollar depresiones,
trastornos de ansiedad, etc.
En
el 2014, las
Universidades de Yale, Pompeu Fabra y Cambridge realizaron un
extenso estudio para
analizar los beneficios de la emodiversidad.
Esta dimensión, entendida como esa capacidad para permitirnos
experimentar una amplia gana de emociones, impacta de forma directa
en nuestra salud física y emocional.
Algo
que vieron los responsables de este estudio es que aquellas personas
que o bien negaban sus emociones negativas o bien enfocaban su vida
en ese estado perpetuo de frustración, desánimo y mal humor, no
solo desarrollaban más trastornos psicológicos. También
presentaban menos defensas, mayor inflamación orgánica y tendencia
a desarrollar más enfermedades.
Las
emociones como vemos median en nuestra calidad de vida e impactan de
forma directa en nuestra salud.
Un
ecosistema emocional rico en sensaciones, vasto en emociones
aceptadas, nutrido en sentimientos descifrados y apreciados como
valiosos aprendizajes, conforma un entorno psicológico más fuerte
y más sabio. Debemos
aprender a cuidar de esa emodiversidad siendo sinceros y valientes
con nosotros mismos.
La
tristeza, la rabia, el miedo o la decepción no son malas hierbas
que arrancar.
No son esas semillas de baobab que temía el Principito porque según
él, harían explotar su pequeño planeta. Las llamadas emociones
negativas junto a las positivas conforman lo que somos, no podemos
actuar como depredadores vetando o escondiendo lo que no nos agrada.
Debemos
transitar con ellas, manejarlas, transformarlas y comprender que
toda esa riqueza de nuestro ecosistema psicológico y emocional nos
confiere valiosas
herramientas para construir escenarios más resistentes ante
cualquier adversidad y más nutridos para dar forma a una felicidad
real (y no a un falso sucedáneo).
Valeria Sabater
No hay comentarios:
Publicar un comentario