VIVE DE FORMA QUE CUANDO TENGAS QUE IRTE, NADIE QUIERA QUE TE VAYAS
Cuando
se calcula la esperanza de vida no se tienen en cuenta los días y
los momentos que vivimos a medio gas. De ser así, sería mucho más
corta. Es la diferencia entre existir o vivir, entre hacer de la
vida un viaje llevadero o hacer de la vida un viaje espectacular.
Ante
cada decisión, tenemos dos formas de plantarnos en el presente:
como rácanos que juegan a no perder su ganancia o como aventureros
que buscan un tesoro en cada momento que viven.
En
una cultura que confunde tener y ser y que al confort llama
felicidad, no es de extrañar que se haya interiorizado que el éxito
es la ausencia de errores en lugar de saber que el verdadero fracaso
es la ausencia de intentos.
Esta
creencia errónea ha devenido en el extraño hábito del ser humano
de medirlo todo, compararlo y razonarlo. Demasiada confianza en la
razón, útil para decisiones sencillas, pero corta para las grandes
ambiciones.
Lo
más importante no se mide en cantidades lógicas, racionales y
cuantificables. Lo mejor de tu vida no vas a poder ponderarlo nunca
en kilos, metros o grados. Ninguna báscula, regla o termómetro
podrá calibrar el peso, poso y calidez que en ti dejaron los buenos
momentos.
Esto
no es una invitación a ser un temerario o a actuar como un
descabezado. Es un recordatorio de que el éxito no depende de
factores externos, resultados o medallas, sino del desarrollo
pleno de las capacidades internas. Dicho de otra forma, el
éxito no es ganar la carrera, es correr todo lo que puedas.
Dalo
todo y no pierdas el tiempo con lo que no está en tu mano. Que por
ti no haya sido. Y ya sea con una pareja, con tus amigos, en un
viaje o en un compromiso que no te apetecía nada, intenta exprimir
cada momento. Que donde estés, estés, pues estar en un sitio con
la cabeza en otro lado es no estar en ninguna parte. Si cabeza
cuerpo y corazón no se alinean, no es presencia sino ausencia. La
vida no es una bandeja que hay que picotear, es un plato que hay que
rebañar.
Al
dolor lejos de temerlo o rehuirlo, haz de ÉL una buena señal y
desconfía de las despedidas que te dejan indiferente y de los
sitios que hay que irse llorando.
Unas
veces tendremos que irnos nosotros y otras se irán ellos (momentos
y personas), pero si algo es seguro es que no se puede disfrutar
aquello que no estamos dispuestos a perder.
En
el precio de evolucionar correctamente está incluido salir de la
zona segura, soltar, moverse. Y una vez empiezas a moverte ya no
dejas de decir adiós. Crecer es un continuo echar de menos.
Se
trata de un auténtico pacto de valientes: por cada adiós, un
saludo; por cada saludo un adiós. Hasta saldar un día las cuentas
entre el mayor de los saludos, nacer, y el mayor de los despidos:
morir.
Niégate
a morir sin un gran epílogo. Yo ya he decidido mi epitafio: quiero
uno que ponga algo como “Aquí yace una persona que ojalá se
hubiera quedado”. ¿Qué frase quieres tú? ¿Qué has hecho hoy
por tu epitafio?
“DARLO
TODO, DAR LO MEJOR DE TI CADA MOMENTO, ES EL REFUGIO Y EL CONSUELO
DE LAS VIDAS EXCELENTES”.
Hagas
lo que hagas, entrégate, dalo todo y allá los demás; exponte sin
temor a esas experiencias donde las pasiones arden y los corazones
ensanchan; cumple tu parte y no racanees en la vida con una versión
de ti más baja de lo que puedes dar, porque son esos pequeños
ahorros de entrega los que poco a poco van quitando brillo a nuestra
historia y van dejando a nuestro paso un rastro de aventuras
deslucidas.
Si
te dejas algo en el tintero puede que te evites algún borrón, pero
también puede que te pierdas uno de los mejores párrafos de tu
historia.
Mientras
que las garantías son los avales de las existencias pobres, darlo
todo es el refugio y el consuelo de las vidas excelentes.
Es
en el coraje de exponerse ante el mundo sin reservas, a sabiendas de
que puede no irnos bien, donde la entrega se convierte en el
sentimiento que mantiene las cabezas altas.
Vive
de forma que a ti te duela marcharte y a los demás que te marches.
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