19.9.19

Recordemos que solo tenemos una vida y que tiene que valer la pena.

QUE TUS CONDICIONES NO CONDICIONEN TU VIDA
CON LOS PIES EN EL SUELO NO SE PUEDE VOLAR

Para llevar a cabo los grandes logros personales hay que vivir convencidos que con trabajo esfuerzo y preparación, podremos conseguirlos

Hay un dicho que dice: “Por grande que sea una presa, un mínimo agujero en ella, generará una presión hidráulica, que la acabará rompiendo”.

Incluso los más altos sueños pueden verse truncados si los volvemos condicionales. Por pequeña que sea la condición, que pongamos para que se cumplan, puede ser grieta suficiente para que no podamos conseguirlos.


Uno de los errores de nuestra cultura es pensar que solo lo posible vale la pena. Hemos puesto la atención únicamente en lo realizable, lo tangible, lo real y lo medible, y hemos dejado a un lado el valor de lo inalcanzable, de las utopías, las ilusiones y los sueños. 

Las personas se enorgullecen de tener los pies en la tierra, de ser realistas y sensatas, y se burlan de aquellos que están en las nubes”, Ken Robinson escribía en uno de sus libros: “Vivir a expensas de que algo tenga un final feliz sería como decir no vivas, qué vas a morir”.

El ser humano actual se ha mercantilizado hasta el punto de verse como un producto más. En el amor, si nos gusta una persona pero tarda en correspondernos, o si las cosas van mal, “a por otra”; en el trabajo, “al que antes me coja” o “al que más me pague” y en las relaciones personales, se habla de “dar para recibir”, como si la generosidad fuera un intercambio.

Hacemos las cosas siempre bajo la misma condición “que nos salga bien lo que nos proponemos sea lo que sea”.

No hay viaje que pueda disfrutarse preguntando “cuánto falta”. “¿Y si la riqueza está en la aventura de los mares y no en el cofre de la isla?”.

Lo que realmente da valor a un ser humano no es lo que hace cuando hay garantías, sino lo que emprende cuando no las hay.

El amor, como la valentía, reside en el espacio del “podría ser que no”. No es una cuestión de optimismo o pesimismo, es una cuestión de condicionalidad. Mientras que, en esa bifurcación, un pesimista piensa “¿y-si-no?” y un optimista “¿y-si-sí?”, un amante se pregunta “¿y-qué-más-da?”, porque un amante sabe que lo importante no es conseguirlo, sino el proceso que te lleva a ello.

La diferencia está en quién lo hace para conseguir algo y quién lo realiza porque ama lo que hace. Son esos dos violinistas en diferentes estaciones de metro, uno mirando las monedas y el otro sintiendo cada nota con los ojos cerrados.

Ser un amante es estar dispuesto a continuar cuando no hay premio, es hacerlo aunque no llegue. Ser amante es estar dispuesto a trabajar sin tener recompensa, a quedarte sin nada, en el aire. Lo contrario es ser comerciante.

El amor es la muerte de la condición. La dificultad o frustración temporal no pueden ser la causa de abandono de un sueño atemporal. Los sueños no tienen fecha. Todo sueño verdadero es atemporal e incondicional.

Plantéalo así. Si te garantizaran que si lo dejas todo y te dedicas a lo que amas, al final lo consigues, ¿lo harías? ¿Y si no te lo dijeran? esa es la diferencia. Si tu segunda respuesta es sí, eres un amante.

Cuando me preguntan por mi sueño, muchos lo llaman fantasía. No me enfada porque sé que hablan desde la razón, la prudencia y la seguridad. Tres herramientas que sirven para lo que sirven, pero no para el desarrollo de la creatividad y el ensanchamiento de las posibilidades.

A veces es mi propia voz la que me dice “y si nunca lo consigues?”, e incluso a veces se pone muy trágica y pregunta: “¿y si te mueres sin lograrlo?”, a lo que respondo: “lo voy a conseguir, no sé si en esta vida o en la siguiente, pero claro, si muero antes… ¡así cualquiera no lo consigue!”. Desde mi pequeño Universo, os aseguro que cuando se está realmente enamorado de los sueños que uno tiene, el final de la historia es lo de menos.

EL QUE TENIENDO UN SUEÑO NUNCA LO ABANDONA,
NUNCA FRACASA DE VERDAD.”.

Todo, absolutamente todo (salvo la muerte), es una elección. Lo demás son impuestos que nos otorgamos. ¿Qué eliges? ¿Vas a elegir tu vida en función de la dificultad?, ¿de la inmediatez? ¿de la seguridad? ¿O vas a elegirla desde el amor? ¿desde la posibilidad o desde lo que tú crees?

Somos tan grandes como nuestros sueños. El que tiene uno grande y por temor a no lograrlo apuesta por uno más pequeño, está condenado a una vida menor. El que teniendo un sueño nunca lo abandona, nunca fracasa de verdad. Incluso aunque no lo cumpla.

Miro alrededor y no puedo evitar sentir cierta pena al ver a padres asustados recomendando seguridad y a hijos confundidos que buscan en el dinero, la fama o la gloria: vidas ambas al servicio de los resultados. Creo que es hora de levantar la voz y recordarnos que solo tenemos una vida y que tiene que valer la pena. 

Tenemos una ocasión extraordinaria de escuchar a nuestro corazón, olvidarnos de la imposibilidad, disfrutar el camino y devolverle a los sueños el decoro, la importancia y el lugar que merecen. 

CON LOS PIES EN EL SUELO NO SE PUEDE VOLAR.



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