Lo
siento. Me quedo en la zona de confort. Al menos un rato. Hasta las
seis o las siete. No para demorar mi salida de este remanso de falsa
paz y angustia controlada, sino para descubrir qué me retiene aquí.
Necesito explorarme a mí misma un rato y saber qué siento.
Reconocerme a mí misma metida en esta jaula mediocre pero
maravillosa a ratos y saber por qué a veces no me muevo de aquí
a pesar de mis ansias por llegar a otros lugares que parecen mejores.
Si no me quedo un tiempo (no sé cuánto) y me miro en sus espejos
distorsionados no sabré qué es lo que me mantiene aquí y me
amarga, con qué me seduce este momento que no me deja visitar otros
momentos…
Qué
sucedáneo de vida consigo metida aquí que creo que no podré
obtener en el otro lado de mi vida, qué imagino que va a pasar ahí
afuera si salgo de este entorno mullido y caliente para visitar el
frío destino donde parece que están mis sueños…
A
veces, hay que retozar en el lodo para saber qué te ata a él hasta
sentirte capaz de levantarte y abrir la puerta. Hay tantas formas de
vivir en esta zona de comodidad como seres humanos habitan el mundo.
Lo que para ti es un lugar espantoso, para otra persona es un remanso
de paz. Si abandonas tu zona de confort sin descubrir qué te retenía
en ella, vayas a donde vayas, te vas a montar una nueva sucursal.
Será en otro lugar y la llamarás de otro modo, la revestirás de
cambio y valentía porque habrás dado un paso saliendo de la primera
y porque todavía no te habrás dado cuenta de haber caído en otra…
Nos
pasamos la vida revisitando el pasado sin atrevernos a mirarlo de
otro modo, a reinterpretarlo, a cambiar nuestra percepción de lo que
pasó y comprender lo que nos pasa… Hoy no me propongo quedarme
estancada en mi dolor, me propongo estar en él y observarlo para
encontrarle un sentido y poder seguir adelante sin llevarlo en mi
mochila como una carga… Nuestra “zona de confort” es el
resultado de no atrevernos a volver a mirar nuestra vida con otros
ojos y seguir anclados en ella sin ser capaces de perdonar y
perdonarnos y abrazar lo que fuimos… Si no abrazamos lo que fuimos
sin reproches, no amamos lo que somos y no podemos avanzar sin
lastre.
Nos
engañamos pensando que caminamos hacia delante cuando en realidad lo
hacemos en círculo. Pensamos que nos largamos con valor y en
realidad huimos, creemos que persistimos en conseguir algo
nuevo cuando en realidad aguantamos lo que es inaguantable… Porque
cambiamos el escenario, pero no cambiamos nosotros. Lo que importa no
es lo que pasa (lo sé, duele y asusta) es cómo decidimos vivirlo y
experimentarlo. Siempre culpamos a la vida (es absolutamente dulce y
macabra, cierto) pero lo hacemos para no mirar en nosotros y
descubrir que cuando reparten asco, muchas veces, seguimos levantando
la mano y nos ponemos en la fila para conseguir un pedazo enorme
y nos ponemos también en la fila del miedo, de la modorra, de la
rabia, de la culpa, de la vida sin vivir y de las decisiones
pendientes.
La
manida zona de confort no es un lugar, es un estado mental y
emocional. Es una decisión de no preguntarse para qué hago lo que
hago y qué sentido tiene en mi vida. Es un dejar de sentirte en tu
piel y habitar otros estados emocionales esperando que sean más
placenteros. Es un no permitirse imaginar otra vida, es conformarse y
tragar sin preguntar, sin tener que aceptar nada porque, eso sí,
decidimos seguir peleados con todo y con todos.
Se
puede abandonar la zona de confort sin moverse de lugar, porque el
que se mueve eres tú, por dentro. Se puede llegar a la meta sin
cambiar nada porque descubres que tu meta era encontrar la paz de
saber que ya no buscas más y estás entero.
Vamos
por ahí dando fórmulas para que todo el mundo se arriesgue a dar el
salto hacia otro tipo de vida y nos presionamos a nosotros mismos
para hacerlo sin saber ni siquiera dónde estamos y dónde queremos
llegar. Sin reconocer qué nos apega tanto a este lugar del que no
salimos nunca, sin sumergirnos en él para descubrir qué mentiras
nos contamos para no soltar la rama con la que nos sujetamos a un
árbol que está muerto y que se cae…
Nos
instigamos tanto para arriesgarnos y vencer miedos que salimos del
infierno y nos montamos otro igual en nuestro nuevo lugar de destino.
Tal vez, en lugar de enamorarte de tus sueños y metas tienes que
enamorarte de ti ahora y de la persona que puedes llegar a ser cuando
los consigas, de esa sensación de plenitud y confianza en ti que te
recorrerá las venas.
Para
salir de tu jaula tienes que aceptar la persona que eres viviendo en
ella y comprometerte a no culparte, ni reprocharte, ni menospreciarte
por haberte sentido cómodo en ella… Comprender qué te ata a
este momento presente en el que no eres feliz y qué mentiras te
cuentas para permanecer en él en este estado, porque si no, vayas a
donde vayas, te montarás un futuro idéntico.
Bendita
zona de confort por todo lo que podemos aprender de ella… Dejemos
de denostarla porque nos herimos a nosotros mismos y la hacemos
grande y enorme, la ponemos en nuestra lista de miedos y empezamos a
resistirnos a abandonarla sin sentirla ni comprender por qué la
hemos habitado durante tanto tiempo.
Bendita
zona de confort por lo que nos cuenta de quiénes somos y de lo que
nos asusta… Si renegamos de lo que somos ahora, corremos el riesgo
de no comprendernos, no aceptarnos, no saber qué nos retenía en
este estado de letargo y no poder salir nunca.
Si
no amamos lo que somos ahora y lo respetamos aunque no nos guste,
seguimos cargando piedras que nos hacen más difícil llegar a
amarnos como merecemos.
Yo
me quedo un rato, no como excusa, para observar qué me ata y cómo
me ato aquí. No para mirar afuera y lamentarme y quejarme de lo que
consiguen otros y yo no, sino para mirar en mí y sacar la basura que
guardo escondida y finjo que no existe, mientras me culpo por como
soy y culpo al mundo por ser como es. Aprendemos tanto de
nuestra luz como de nuestra sombra y en este lugar hay un poco de
todo.
Dejemos
de huir de lo que somos porque en ello están todas las respuestas
que buscamos.
Se
ha hablado tanto de la “zona de confort” que todos nos afanamos
en dejarla sin haber sido muchas veces capaces de comprender qué nos
ata a ella… A menudo pensamos que la dejamos pero como no hemos
aprendido nada, lo que hacemos es huir y montarnos otra en la
siguiente parada, más amplia tal vez, con más luz y más vistas,
pero es lo mismo, un lugar donde el miedo nos quema y enjaula.
Sin
embargo, hoy quiero recuperar su valor como fuente de
autoconocimiento
He
aprendido tanto de estar en ella como de salir corriendo para no
permanecer nunca más…
Mercè
Roura
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