Me
costó mucho comprender que no veo las cosas como son, sino como yo
decido que sean. A pesar de esas muchas situaciones dolorosas que
vivimos en nuestra vida, todos hemos pasado por ellas y se nos hacen
eternas, la vida es el resultado de un amasijo de creencias y
percepciones. Estamos programados desde la infancia y nuestra
programación nos dibuja a cada uno un mapa diferente de la vida. Y
vivimos lo que esperamos vivir, lo que hemos pensado y, sobre todo
imaginado, que será nuestra vida.
Es
como si de niños hubiéramos elegido un cuento para protagonizarlo
durante los siguientes ochenta años y cumpliéramos fielmente con
cada capítulo. Hay cuentos con finales más felices que otros,
aunque todos tienen moraleja (no me gusta esta palabra, pero es la
que se usa siempre cuando se habla de buscar el aprendizaje del
cuento).
Lo
sé, que el cuento sea alegre y tenga buenos momentos no nos priva de
los momentos duros. Lo que ocurre es que la forma en que tenemos de
afrontarlos lo cambia todo. Cambia el proceso y el resultado. Cambia
incluso el cuento y lo reescribe. Lo que realmente importa es cómo
vivimos cada tramo. Yo he vivido algunos que me han parecido
insoportables, como si me hubiera sumergido en un remolino y no
encontrara nada a lo que sujetarme para evitar ser tragada por un
agujero enorme que no sabes a dónde te lleva ni por cuanto tiempo.
Nos
resistimos tanto a caer en él por temor a lo desconocido, por no
confiar en nuestra capacidad de salir airosos y ser capaces, que
acabamos cayendo en otro más profundo todavía… El de no movernos
un milímetro a pesar de estar con el agua al cuello por si la otra
opción es peor, porque no nos reconocemos lo suficiente como para
creer que somos valiosos, que tenemos el poder de encontrar algo
mejor para nosotros.
No
elegimos muchas cosas de las que nos pasan, pero elegimos cómo
verlas y etiquetarlas, elegimos si nos rompen, si nos atan, si nos
motivan o nos asustan.
Nos
han educado para preocuparnos. Sentimos que si no destinamos una
parte del día a sufrir por lo que creemos que va a pasar, es como si
fuéramos irresponsables, como si no pusiéramos remedio a nuestras
tragedias futuras.
Oigo
dentro de mi cabeza todavía frases como “si no te preocupas, no
saldrá bien” o ” si eres feliz recibirás un castigo y lo
perderás todo por habértelo creído, por ir de listilla y sobrada”.
Como
si dejarnos llevar por ese miedo tuviera que evitarnos sentirlo y
vivirlo. Cuando en realidad, es todo lo contrario, lloramos mucho por
adelantado y nos sumergimos en muchas tragedias anticipadas…
Acumulamos horas de miedo como si acumuláramos horas de vuelo, como
si fuéramos pilotos esperando que la tormenta derribe el
avión. Son horas y horas en piloto automático, horas de
pensamientos de ataque, de pensamientos cíclicos y funestos, dando
vueltas a lo que no depende de nosotros, a lo que no podemos cambiar
o comprender…
Como
si el mero ejercicio de sufrir nos supusiera encontrar la respuesta a
nuestras preguntas, como si preocuparse nos sirviera para manifestar
un salvavidas para poder salir del mar de dudas en el que llevamos
tiempo nadando e intentando no ahogarnos. ¿Alguien ha encontrado una
respuesta cuando está presa de la desesperación? me refiero a una
respuesta que no sea salir corriendo o atacar. Ese pánico, ese
subidón que sentimos a veces cuando nos desesperamos es muy válido
y necesario para salir de situaciones límite para nuestra
supervivencia. Cuando nos atacan, cuando hay un peligro físico,
cuando un barco real se hunde… No cuando el barco de tu vida (en
este caso es una metáfora) hace aguas.
Entrenar
la mente para que te cuente historias con final feliz no es la
solución a todos los problemas, claro, aunque es muy necesario. Se
ha pervertido tanto la idea de “pensamiento positivo” que parece
que si lo practicas no vayas a salir nunca de casa y encontrarte bajo
la lluvia sin paraguas, no vayas a tener rupturas amorosas o vivas
cien años con una salud de hierro. Nada nos ahorra ciertos momentos
en la vida que son como son y pasan porque pasan. Por más positivos
que seamos vamos a morir todos a no ser que alguien encuentre un
antídoto. Lo que pasa es que la vida es, en un 99 por ciento, días
en los que los únicos dramas que existen son los que nos hemos
inventado.
Hay
personas con vidas duras, con dolor, con especial dificultad… Y
basta verlas para darse cuenta que muchas de ellas nos dan una
lección vital sobre cómo llevar la adversidad. Predisponerse para
lo bueno ayuda y mucho. No hablo de una predisposición para lo bueno
desde la ignorancia sino desde la inocencia. Sabiendo y aceptando lo
que hay pero siendo optimista. No hablo de sonreír cuando pierdes a
un ser querido, hablo de poder llorar su pérdida pero sin perderse a
uno mismo… No se trata de exigirse estar bien, sino de arroparse a
uno mismo y reconocer tu capacidad para salir del bache.
Ser
positivo no va de obviar la tristeza y el dolor, va de mirarlos de
frente y usarlos para crecer y evolucionar. Va de observarlos y
sentirlos y decidir que no son tú, que tú eres el ser humano que
los experimenta y que todo pasa, aprender la lección sin
presionarse, vivir cada momento sin culpa y encontrar tu paz a pesar
de las circunstancias. Si te sientes roto por dentro no puedes
sonreír tal vez, no puedes dejar de pensar que lo que pasa es
terrible, es cierto, pero puedes abrazarte y saber que incluso
entonces, en ese momento de dolor, sigues siendo tú y lo que eres no
se rompe ni arruga. Eso es para mí ser positivo, vivir cada fase de
tu dolor sin olvidar que ese dolor no eres tú. Y ya está, no
exigirte más. Todo tiene su tiempo y mereces respetarlo y
respetarte. Y cuando puedas, sonríes, para que tus labios se
acostumbren de nuevo…
La
forma en que miras cambia lo que miras. No porque lo vuelva a
dibujar, sino porque te posiciona distinto ante ello y te permite
observar tu vida sin arañazos. Te da el poder y el timón. Si
decides que lo que pasa es un aprendizaje, eso te convierte en
alguien que está aprovechando la oportunidad.
Ya
sé, piensas que hay situaciones que dan asco, evidentemente, pero
¿quién no las vive? no hace falta que nos gusten, aunque no nos
parezcan justas, aunque sean horribles, lo son… ¿Si no las
aceptamos podemos cambiarlas? ¿Si nos resistimos a verlas de otro
modo van a desaparecer? Hay muchas cosas que no están a nuestro
alcance, que no podemos controlar por más que insistamos y, en este
caso insistir, nos desgasta y deja sin energía.
A
veces, cuando hablo de aceptar, algunas personas saltan a mi yugular
y me dicen que ni hablar… Yo las comprendo muy bien porque he
estado en su posición durante años y me sentía muy
angustiada y violenta cuando alguien me decía lo que les digo yo
ahora… Tienen todo mi respeto. Y les pregunto ¿Hay otra opción?
¿Aceptar implica que no podemos trabajar para hacer un cambio? No he
dicho resignación, he dicho aceptación. Si hoy por hoy está
ahí y no depende de nosotros ¿Nuestra oposición frontal sirve de
algo?
Le
damos mucha fuerza a lo que no nos gusta y a lo que no queremos en
nuestra vida intentando cambiarlo cuando no está bajo nuestro
control. Lo hacemos grande, enorme, importante, le damos poder sobre
nosotros y lo convertimos en un muro insondable… Cuánto más
miramos hacia la basura más huele y menos vemos lo que hay al otro
lado y que es una puerta abierta a otra realidad. Nos quedamos con la
visión túnel y nos encerramos en nuestra obsesión. Y con
esto no quiero decir que no lo tengamos en cuenta, al contrario, hay
que conocer “la basura” y ver qué nos dice en la vida, hay que
fijarse en lo que pasa y comprenderlo, sentir todas las emociones que
lleva asociadas y qué nos dicen de nosotros. La adversidad es un
material valioso a explorar y hay que observarla, pero sin caer en
ella, sin enredarse más de lo necesario, sin sentirse su víctima ni
perder tu poder.
Ya
sé que hay situaciones en la vida en las que otras personas parece
que nos quitan el poder y no nos dejan actuar, ni opinar, ni siquiera
pensar o eso creemos. Sin embargo, nuestro mundo interior nunca les
pertenecerá. Pueden decirnos una y mil veces que no valemos nada,
pero nunca podrán convencernos de ello si no les dejamos. No es
fácil no dejarse llevar por sus palabras y actos, soy consciente, ya
que a veces estamos en un marasmo del que no podemos salir y vamos
cayendo sin podernos sujetar a nada. Nos manipulan, nos exigen, nos
aíslan…
Aunque
siempre, siempre, siempre, incluso en los peores momentos de nuestra
vida, seguimos siendo nosotros, digan lo que digan. Tu valor como ser
humano no está en tela de juicio, por más que te humillen y pisen,
por más que intenten degradarte y consumirte, por más que te
golpeen física y psicológicamente. Tú no eres lo que ellos ven en
ti porque sólo proyectan sus miedos. Eres lo que eres, fuera de
duda… No eres lo que te pasa. Eres la persona que vive a pesar
de ello.
Cuando
estás hundido no eres el hoyo profundo sino la persona que
sale de él.
Cuando
estás herido no eres la herida, eres la persona que se está
curando. Cuando estás triste no eres tu tristeza, eres la persona
que vive esa emoción y aprende de ella…
Cuando
te equivocas no eres el error, eres la persona que saca una lección
y asume sus responsabilidades…
Cuando
estás hasta el cuello, no eres el agua que roza tu barbilla, eres la
persona que encuentra la forma de flotar.
A
veces lo conseguimos y otras no, nada de esto se hace pestañeando y
muchas veces no se consigue sin ayuda… Pero pase lo que pase,
seguimos siendo nosotros y lo que somos no depende de lo que otros
piensan o hacen. Nuestro valor como seres humanos está fuera de
duda. Nuestro potencial es enorme. Somos maravillosos y merecemos lo
mejor… Si pudiéramos recordar esto siempre, en nuestros peores
momentos, tal vez la vida daría un vuelco.
Si
pudieras recordar esto siempre, nunca estarías solo.
Mercè
Roura
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