La
vida es un bucle en el que todo es cambio constante y cuando te
quedas quieto cinco minutos y miras al suelo, te das cuenta de que ya
no existe. La vida te obliga a bailar para que no te quedes parado,
te obliga a saltar para que pases a la siguiente fase, te obliga a
vivir para que no te quedes rezagado… Siempre que crees que has
encontrado las respuestas, te cambia las preguntas. Y te vuelve loco,
hasta que descubres que lo que realmente importa es la transformación
que la búsqueda de respuestas experimenta en ti y no las respuestas
que buscas.
La
vida te invita a caer para que no tengas más remedio que levantarte.
Siempre que sientes que estás ante el amor de tu vida, le borra la
cara para que sepas que la verdadera historia de amor que tienes que
vivir es contigo.
Cuando
estás en el suelo, roto y descosido, sin ganas, sin casi aliento,
con los ojos abiertos sin ver nada más que tu miedo y las manos
cerradas porque crees que ya no hay nada para ti, algo te levanta.
Eres tú y no eres tú a la vez.
Es esa versión de ti que se ríe de
los miedos y siempre va un paso por delante. La que te dice “venga,
hazlo” cuando tú tienes ganas de permanecer sentado un rato más.
La que te pide que te calles cuando vas a quebrar tu silencio para
decir algo que no busca más que confrontación y pelea. Es una parte
de ti que lucha sin luchar, que camina sin casi poner los pies en el
suelo, que siempre cae de pie porque confía en sí misma. Es esa
parte de ti a la que haces callar a veces porque te asusta lo
valiente y osada que es.
¿Lo
has sentido alguna vez? Es algo indescriptible. Una certeza absoluta
por algo que todavía no puedes tocar. Una fe inmensa que traspasa
muros de hormigón y se comunica contigo aunque esté a mil
kilómetros de tu conciencia. ¿Has notado eso alguna vez? conectar
con esa capacidad de estar por encima de todo y en plena tormenta ser
capaz de intuir el sol… Notar que hay suelo en plena caída libre…
Saber que hay algo a lo que agarrarse aunque mires alrededor y no
veas nada. Intuir que está pero que todavía no lo ves porque no ha
llegado el momento perfecto. Saber que cuentas contigo, que
sacarás la fuerza de algún lugar, muy dentro, cuando llegué el
momento y sabrás exactamente qué hacer.
Siempre
que llega el final es un comienzo disfrazado. Algo nuevo que nace
porque algo muere o se transforma. Algo que surge porque has
renunciado a algo que te ataba a lo que ya no podía ser, a lo que ya
no era, a lo que ya no eras tú. Un devenir constante en el que si te
quedas quieto te salen escamas y si no lloras cuando necesitas
llorar, te estalla la garganta… Un estar atento y al mismo tiempo
confiado, estar alerta y soltar el lastre. Desechar lo que no sirve
para dejar hueco a lo que está por llegar. Dejar de hacer guardia
por si te atacan mientras abres la puerta a lo desconocido. Dejar de
confiar en los relojes y empezar a darte tu tiempo, a amar tu
presente, a ver con los ojos de tu consciencia…
Siempre,
siempre que algo se va, llega algo nuevo. Sólo tienes que cruzar el
umbral de tu miedo, aún con tu miedo a cuestas, porque no se irá.
Seguirá a tu lado y tú decides si le haces caso y te quedas o si te
escuchas a ti y das ese paso.
Siempre
que crees que acabas, estás empezando de nuevo, siempre. Porque tal
vez la única forma de llegar a tu certeza es atravesar tu
incertidumbre. La más oscura y espesa. Atravesar la más absoluta
oscuridad para no tener más remedio que aferrarte a tu luz. Vivir la
más insufrible preocupación para que no te quede otra opción que
soltarla y empezar a creer en ti y besar tu paz.
Siempre
que crees que has llegado al final, en realidad, estás ante un nuevo
principio. Lo que pasa es que no lo ves porque te aferras a lo que
era y no puedes contemplar lo que es. Te agarras a una rama y para
saltar tienes que soltarla y agarrarte a otra. Tienes que confiar.
Tienes que encontrar en ti la deliciosa certeza de que pase lo que
pase no te vas a dejar solo…
Cuando
algo acaba, algo comienza.
Siempre,
siempre que buscas algo, en realidad te buscas a ti.
Mercè
Roura
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