SIMPLEMENTE, DÉJALO IR
“Nos enfrentamos a una tormenta de cambio”, anticipa Peter
Russell, pensador acerca de la consciencia y la espiritualidad. Y para
enfrentarnos a lo que se avecina, “tendremos que soltar todo lo que se
interponga en nuestro camino para ser seres humanos más inteligentes, más
creativos, más ingeniosos y compasivos, más en contacto con nuestro ser,
respondiendo al cambio con mayor claridad y sabiduría”.
Licenciado en Física teórica y en Psicología por la
Universidad de Cambridge, Russell también ha estudiado meditación y filosofía
oriental en la India. Es autor de una decena de libros, el último publicado por
Editorial Kairós es “Déjalo ir. Relaja la mente y descubre el milagro de tu
verdadera naturaleza”, con prólogo de Eckhart Tolle.
Esto es lo que nos ha compartido, sobre algunos temas que desarrolla en dicha obra.
Peter, nos invitas a soltar “lo que no existe”, pero
parecería que tozudamente pensamos que sí existe. ¿Soltar qué, concretamente?
Cuando nos encontramos con el deseo de desprendernos de
algo, tal vez de algo que nos disgusta, o algo que deseamos, podemos pensar que
el problema es la cosa en sí. Pero lo que necesitamos dejar ir no son las cosas
en sí, ni nuestros pensamientos y sentimientos sobre ellas, sino nuestro apego
a ellas, la razón por la que creemos que son importantes. Nuestro apego no es
realmente algo que experimentamos. Es una forma de ver las cosas, lo que los
psicólogos llaman una mentalidad.
Podemos considerarlo como la lente a través de la cual
miramos el mundo. Imagina que llevas unas gafas azules, todo lo que ves en el
mundo tiene un tinte azul, pero las gafas en sí no forman parte del mundo que
ves. Del mismo modo, las mentalidades a través de las cuales experimentamos el
mundo no son en sí mismas parte de ese mundo. No son otra “cosa” que
experimentamos. En ese sentido, “no existen”, pero sí “colorean” la forma de
ver nuestro mundo.
Esto es lo que tenemos que dejar ir: una forma particular de
ver el mundo a la que nos aferramos. La mentalidad principal que está detrás de
la mayoría de nuestros apegos es la creencia de que a lo que nos aferramos nos
hará felices de una u otra manera, sentirnos más realizados o satisfechos en la
vida.
Recientemente, necesité desprenderme de un montón de libros
que había estado almacenando durante muchos años. Al principio, parecía muy
difícil. Los libros parecían tan importantes; posiblemente algún día quisiera
volver a ver algunos de ellos, o incluso tenerlos en las estanterías de una
nueva casa. Luego me di cuenta de que no era a los libros en sí a los que me
aferraba, sino a la creencia que, de una forma u otra, se convirtieran en algo
importante. Eso era lo que tenía que dejar ir. Cuando lo hice, fue mucho más
fácil soltar mi apego a ellos.
En el soltar, ¿qué sucede en nuestra mente? ¿Se relaja?
Al dejar ir, estamos soltando el agarre que nuestra mente
tiene sobre alguna cosa o idea. Imagina que sostienes una pequeña piedra en el
aire. Cuando quieres soltarla, relajas el agarre de tu mano y la piedra cae. De
la misma manera, cuando dejamos ir algún apego, estamos soltando el agarre
mental que tenemos sobre él. Al hacerlo, la mente se relaja y nos sentimos más
tranquilos. Vemos las cosas tal y como son, sin una capa de miedo o ansiedad.
Nos damos cuenta de que lo que buscábamos al aferrarnos —seguridad, felicidad,
alegría, paz mental— estaba ahí todo el tiempo. Pero nuestro aferramiento
velaba su presencia.
¿Es una posibilidad que el dolor o el sufrimiento no
desaparezcan a pesar de soltar?
Es importante distinguir entre dolor y sufrimiento. El dolor
o el malestar es la sensación física real. El sufrimiento, en cambio, proviene
de nuestra aversión al dolor, deseando que no esté ahí. Es una capa añadida de
malestar que resulta de no aceptar nuestra experiencia, aferrándonos a nuestra
idea de cómo deberían ser las cosas. Pero en el momento presente, si hay dolor,
es real, está ahí.
Resistirse al dolor no ayuda, solo aumenta el sufrimiento.
Nuestra tendencia natural ante cualquier malestar es tratar de deshacernos de
él. En cambio, lo que sugiero en este libro es que a menudo es mejor hacer lo
contrario y abrirse a la experiencia, por incómoda que sea, y permitir que las
sensaciones estén ahí sin resistencia.
Por eso planteo el dejar ir como un primer dejar entrar y
luego dejar ser. Cuando dejamos de resistirnos, la mente puede relajarse y el
dejar ir empieza a suceder espontáneamente. Por lo tanto, el dolor o la
incomodidad pueden seguir ahí, pero es posible que descubramos que no estamos
sufriendo tanto.
También planteas volver a la mente natural. ¿Cuál es?
Cuando no hay amenazas inmanentes a nuestro bienestar,
cuando nuestras necesidades están satisfechas y no tenemos nada de qué
preocuparnos, nos sentimos relajados y tranquilos. Esta es la mente en su
estado natural e imperturbable, no empañada por quejas, deseos o
preocupaciones. La llamo natural porque así es como nos sentimos cuando todo
está bien en nuestro mundo, nos sentimos bien por dentro, en paz con nosotros
mismos.
Nuestras preocupaciones y afanes nos alejan de este estado natural
y relajado. Pero cuando nos desprendemos de ellos, volvemos a sentirnos
tranquilos y contentos. Por lo tanto, el resultado de dejar ir es volver a este
estado mental natural.
¿Nuestro malestar se debe a que nos sentimos mejor
haciendo que siendo?
Podemos estar atrapados en el “hacer” cuando estamos
ocupados atendiendo algo en el mundo que necesita nuestra atención, o
simplemente atrapados en un modo de pensamiento de hacer, pensando en lo que
tenemos que lograr o hacer que suceda en nuestra vida. Esto puede sentirse bien
en la medida en que hay alguna expectativa de lograr algo que nos hará sentir
mejor en el futuro. Pero también puede crear tensión y descontento en el
momento presente.
Así que, aunque estemos ocupados “haciendo” para ser felices
en el futuro, en realidad puede obstaculizar nuestro sentimiento de felicidad
en el momento presente. Cuando simplemente estamos siendo, es decir, aceptando
nuestra experiencia en el momento presente, tal y como es, no estamos creando
preocupaciones e incomodidades adicionales, por lo que nos sentimos más
tranquilos. Estamos experimentando la paz que creemos que llegará en el futuro
como resultado de todo nuestro “hacer”, pero la experimentamos en el momento
presente.
En la meditación se produce un soltar, sin duda. ¿Es un
ejercicio preparatorio para luego, en la vida cotidiana, soltar otras cosas?
Los tipos de meditación que me interesan son los que
permiten que la mente se relaje y se aquiete. Hay muchos otros tipos de
meditación con diferentes objetivos, como lograr ciertas percepciones o
entrenar la mente centrándose en algún objeto. Pero en lo que respecta a
permitir que la mente se relaje y se aquiete, dejar ir es realmente importante.
El aspecto principal de dejar ir en la meditación es dejar ir los pensamientos
que surgen.
No hay nada malo en tener pensamientos en la meditación,
todo el mundo los tiene. Pero en la meditación que yo defiendo, cuando nos
damos cuenta de que algún pensamiento se ha colado, simplemente elegimos no
seguirlo más y permitimos que la atención regrese y descanse en el momento
presente: las sensaciones del cuerpo, el flujo de la respiración o los sonidos
que oímos, permitiendo que estén ahí, tal y como son. Sin querer otra
experiencia; sin tratar de llegar a otro lugar. A medida que lo hacemos, la
mente se va asentando y nos encontramos más tranquilos, más relajados,
descansando en una quietud interior natural.
Después de haber practicado esto en la meditación, podemos
llevarlo a nuestra vida diaria. Cuando nos demos cuenta de que estamos
atrapados en algún pensamiento sobre algo que nos distrae o nos crea una
preocupación innecesaria, podemos simplemente elegir no seguir ese pensamiento.
Cuando lo hacemos, la mente se relaja. Volvemos a sentirnos tranquilos y nos
hacemos más conscientes de nuestra experiencia en el momento presente. Podemos
hacer esto muchas veces al día.
Siempre que nos demos cuenta que estamos atrapados en alguna
idea, o deseemos estar en un estado mental más tranquilo, podemos simplemente
elegir no seguir el pensamiento que estaba preocupando a nuestra mente y volver
a un estado de tranquilidad más suave.
¿En qué consiste “rezar a uno mismo”?, ¿por qué y para
qué hacerlo?
Solemos pensar en la oración como una apelación a algún
poder superior o ser divino para que nos ayude a tener un mundo mejor, o para
que otra persona se sienta mejor o se cure de alguna manera. Eso puede ser muy
útil. Sin embargo, muchas veces lo que necesitamos no es una intervención
divina en el mundo, sino una intervención en nuestra mente. Nos hemos atascado
en una forma particular de ver las cosas y nos aferramos a cómo creemos que
deberían ser.
Por eso, cuando me sorprendo a mí mismo sintiéndome molesto
por algo, me resulta útil recordar que mi molestia puede provenir de cómo estoy
viendo la situación, más que de la situación misma. Si es así, tiene más
sentido pedir, no un cambio en el mundo, sino un cambio en mi percepción del
mismo.
Me acomodo en un estado de quietud, y luego pregunto, con
una actitud de inocente curiosidad: “¿Podría haber otra forma de ver esto?”. No
intento responder a la pregunta por mí mismo; simplemente la planteo. La dejo
pasar. Y esperar.
A menudo, una nueva forma de ver se me ocurre. No llega como
una idea, sino como un cambio real de percepción. Me encuentro viendo la
situación de una manera nueva. Los resultados de rezarme así no dejan de
impresionarme. Veo que mis miedos y quejas desaparecen. En su lugar hay una
sensación de tranquilidad. Quienquiera que sea o lo que sea que me moleste,
ahora lo veo con ojos más amorosos y compasivos.
¿Qué soltamos cuando perdonamos?
Normalmente pensamos en el perdón como en perdonar el
comportamiento de otra persona. Es como decir “sé que hiciste mal, pero no te
voy a castigar esta vez”. Pero el verdadero perdón no consiste en dejar que
alguien se libere, ni siquiera en pensar que lo hizo mal. Es dejar de lado
nuestro propio juicio sobre ello.
Cuando alguien no se comporta como esperábamos, o como nos
hubiera gustado que se comportara, podemos sentirnos enfadados. Es fácil,
entonces, pensar que la otra persona nos ha hecho enfadar. La hacemos
responsable de nuestros sentimientos. Sin embargo, al investigar más de cerca,
solemos descubrir que nuestro enfado no proviene de su comportamiento, sino de
cómo lo hemos interpretado: la historia que nos contamos a nosotros mismos
sobre lo que ha hecho y lo que debería haber hecho. Sería más exacto decir que
nos hemos enfadado por cómo hemos juzgado su comportamiento.
Por lo tanto, cuando perdonamos a alguien dejando de lado
los juicios y agravios que hemos mantenido contra ellos, en realidad nos
ayudamos a nosotros mismos a sentirnos mejor.
El verdadero perdón llega cuando reconocemos que, en el
fondo, la otra persona quiere lo mismo que nosotros. A su manera, busca estar
en paz, liberarse del dolor y el sufrimiento, sentirse amado y respetado. Esto
no implica que debamos aceptar el mal comportamiento de alguien, ni siquiera
aprobarlo.
Es posible que sintamos la necesidad de darles una respuesta
o hacerles sugerencias sobre cómo podrían comportarse mejor, pero es mejor
hacerlo desde un corazón compasivo, en lugar de hacerlo desde una mente que
juzga.
¿Qué podemos soltar individual y colectivamente en estos
tiempos de pandemia, de cambio climático, inciertos e inestables?
No cabe duda de que hay muchos cambios e incertidumbre en el
mundo actual, y sospecho que habrá más en los tiempos venideros. Además, el
ritmo de cambio en muchos ámbitos se está acelerando. Por muy rápidas que
parezcan las cosas hoy, serán aún más rápidas en el futuro.
Nos enfrentamos a una tormenta de cambio. En el caso de una
tormenta física, tenemos una idea de lo que va a ocurrir y podemos tomar
medidas para prepararnos. Pero, ¿cómo nos preparamos para lo inesperado cuando
no sabemos lo que va a pasar?
Me gusta establecer una analogía con los árboles que se
enfrentan a una tormenta. En primer lugar, necesitan raíces fuertes y firmes.
Del mismo modo, necesitamos estar firmemente arraigados en la tierra de nuestro
propio ser, para permanecer frescos, tranquilos y serenos en medio de los
cambios, sin que cada acontecimiento inesperado nos haga sentir miedo o pánico.
Tendremos que dejar de lado nuestras creencias sobre lo que nos hará felices,
recordando que lo que buscamos en la vida -paz, tranquilidad, satisfacción-
está disponible aquí mismo, dentro de nosotros mismos.
Al igual que los árboles, que pueden oscilar con el viento,
nosotros también debemos ser flexibles. Tendremos que desprendernos de nuestras
ideas sobre cómo deberían ser las cosas y cómo podría ser el futuro. Y también
dejar de lado las formas de responder del pasado, que tal vez ya no sean
apropiadas en el futuro. Para ver las cosas con ojos nuevos, en lugar de los
del pasado. Nadie sabe cómo se desarrollará todo, pero, sean cuales sean los
cambios que se produzcan, la habilidad de dejar ir será más importante que
nunca. Tendremos que soltar todo lo que se interponga en nuestro camino para
ser seres humanos más inteligentes, más creativos, más ingeniosos y compasivos,
más en contacto con nuestro ser, respondiendo al cambio con mayor claridad y
sabiduría.
Peter Russell: www.peterrussell.com
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