UNA VIDA SIN AMOR
En su libro «Crónicas del ángel gris», Alejandro Dolina hace algunas
reflexiones acerca de esas ciudades a las que todo el mundo va de vacaciones.
Dolina es argentino, por eso toma como ejemplo la ciudad de Mar del Plata. Pero
cada país tiene una o varias de estas ciudades.
Dice Dolina acerca de las vacaciones en esos destinos turísticos: Es difícil encontrar una explicación convincente. Todo el mundo detesta las aglomeraciones. En Mar del Plata hay aglomeraciones. Luego, nadie debería acercarse por allí.
Me atrevo a postular una teoría audaz. No hay en Mar del
Plata turistas lisos y llanos sino individuos que viven del turismo y trabajan
en esa ciudad durante el verano: vendedores de chorizos, croupiers, empleados
de hoteles, camioneros, cocineros, mozos, recepcionistas, aviadores, actores,
músicos, futbolistas, árbitros, bailarines, magos, periodistas, editores,
locutores, humoristas, telefonistas, cantantes, adivinos y publicitarios.
Si agregamos a los familiares y acompañantes de estos trabajadores, hallaremos que suman millones. Todos se abastecen mutuamente: el croupier va al teatro, el actor va a ver fútbol, el futbolista come pizza y el pizzero escucha la radio. De este modo, la ciudad se mueve y los fenómenos económicos se cumplen como si hubiera turistas verdaderos.
Claro que está escrito en broma, las cosas no suceden así en
Mar del Plata. Sin embargo, en muchas otras situaciones de la vida real, sí es
cierto que las cosas no son lo que parecen.
Por ejemplo, con frecuencia las instituciones de nuestra
sociedad se convierten en algo muy distinto de lo que deberían ser. Muchas
veces los políticos son corruptos, los jueces favorecen a los poderosos, la
policía comete delitos y los medios de comunicación desinforman o manipulan la
opinión pública.
A través de la publicidad, las compañías de seguros afirman
que quieren protegernos, las empresas de servicios médicos dicen que su misión
es cuidar de nuestra salud y las que venden alimentos aseguran que sus
productos son frescos y saludables, aunque contengan todo tipo de sustancias
sospechosas. Pero el verdadero interés de todas estas compañías es ganar
dinero. Los productos y servicios que nos ofrecen pueden ser muy buenos, pero
sólo son un medio para maximizar sus ganancias.
Y como la sociedad es más o menos un reflejo de los
individuos que la componen, en nuestras vidas también suele haber cosas que son
muy diferentes de lo que deberían ser.
Conductas impostoras
Un buen ejemplo es ese trabajo al que vamos todos los días.
Nos levantamos bien temprano, llegamos muy puntuales y nos pasamos allí gran
parte del día. Seguramente le dedicamos a esa actividad más tiempo y energía
que a ninguna otra. Es decir que nos comportamos como si nos encantara ir a
trabajar. Además, tratamos con respeto a nuestro jefe y nos esforzamos por
hacer todo lo que nos pide. Como haríamos con una persona a la que queremos
entrañablemente.
Dice Dolina, continuando con el tema de las vacaciones:
Los escribanos y las profesoras de geografía dicen
encontrar en sus vacaciones anuales la ocasión para hacer lo que en verdad
desean. Lo que equivale a confesar que durante el resto del año, estas personas
viven contrariando su verdadera voluntad.
Es decir que no siempre hacemos lo que nos gustaría hacer.
Claro que necesitamos pagar las cuentas y eso nos obliga a
buscar un trabajo. El problema no es grave si comprendemos nuestra situación y
sólo elegimos por necesidad algunas «conductas impostoras». Pero a veces
también podemos ir más allá y adoptar ciertas «emociones sustitutas», que no
son auténticas, que fuimos eligiendo por costumbre o por comodidad, y que nos
impiden sentirnos bien.
Emociones sustitutas
En una etapa lejana de mi vida tuve una verdadera adicción a
los videojuegos. Y de tanto que jugué y de tanto que observé jugar a otros,
puedo asegurarte que sólo hay dos clases de jugadores. Unos juegan muy
relajados, exploran siempre nuevas alternativas y disfrutan del juego, y otros
juegan con cierto temor, un poco inseguros, con miedo de perder. En ambos
grupos hay excelentes jugadores y hasta puede resultar difícil distinguir a
unos de otros.
Pero si se trata de jugar, la motivación natural debería ser
la diversión, no el miedo. El temor a perder puede hacer que un jugador se
desempeñe muy bien, pero es una emoción desagradable e inadecuada, que en
realidad está sustituyendo al placer de jugar. Se trata de una «emoción
sustituta».
En la vida diaria, podríamos llevar a cabo cualquier
actividad motivados por una sola emoción: el amor. El amor a nuestros seres
queridos, el amor hacia nosotros mismos y el amor por nuestro trabajo… ese
sería el mejor estímulo para enfrentar lo que sea que tengamos que hacer. Y si
el trabajo no nos gusta demasiado o si hay tareas aburridas o desagradables que
estamos obligados a hacer, siempre podemos aceptarlas y llevarlas a cabo con
amor; sólo tenemos que pensar amorosamente en aquellas personas que recibirán
el resultado de nuestro trabajo.
Tal vez no nos salga espontáneamente, pero siempre podemos
tratar de cultivar en nosotros esa actitud.
Claro que también podemos actuar movilizados por otras
emociones. El miedo, por ejemplo, puede hacer que nos esforcemos mucho. Miedo a
no alcanzar nuestras metas, miedo a perder el trabajo, miedo a que los demás
nos desaprueben… El miedo puede ser un estímulo muy eficaz. La escuela, el
trabajo y la sociedad tienden a disciplinarnos a través del miedo.
El rencor, los resentimientos y el odio también pueden
impulsarnos a actuar, pero detrás de estas emociones tan negativas siempre
descubriremos el miedo. Parece ser que sólo hay dos emociones básicas: el amor
y el miedo.
Vale la pena entonces examinar nuestro corazón y ver cuáles
son nuestras emociones más frecuentes. ¿Están del lado del amor o del lado del
miedo?
¿Qué es lo que
realmente nos motiva?
Es fácil y cómodo decirnos a nosotros mismos que nuestra
mente es ciento por ciento paz y amor. Pero mejor observémonos con objetividad
y aprendamos a conocernos. Podemos programar la alarma del teléfono para que
suene dentro de diez minutos y comprobar en ese preciso momento cuál es la
emoción que estamos experimentando. Y podemos repetir ese sencillo ejercicio
las veces que sea necesario para descubrir hacia dónde va nuestra mente cuando
actúa por sí sola, cuando funciona de manera mecánica.
Examinemos entonces qué nos motiva a actuar y seamos cada
vez más conscientes de este proceso. Atesoremos cada pensamiento positivo que
nos movilice en la dirección correcta y quitemos nuestra atención a todo aquello
que nos cause temor o enojo.
Que sólo el amor guíe nuestros pasos. Nuestra felicidad
depende de que así sea.
Axel Piskulic
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