TRES FORMAS DE PROYECTAR
En el libro Un Curso de Milagros encontramos
muchas veces, repetida de diferentes maneras, la idea de que en realidad «nunca
estamos enojados por la razón que creemos».
Sin embargo, cada vez que nos enojamos «sabemos» con absoluta claridad con quién estamos enojados y exactamente por qué motivo. Esta aparente confusión se aclara cuando comprendemos el mecanismo de la proyección:
Lo que nos enoja de cierta actitud de alguien o lo que
nos molesta de una determinada situación que nos toca enfrentar, es que nos
muestran, tal como si fueran un espejo, un rasgo o un conflicto que en realidad
son nuestros, que forman parte de nuestro mundo interior.
La situación o la persona que nos enojan, recrean frente a nosotros una característica propia, de nuestra personalidad. Pero no una característica cualquiera, sino una con la que no estamos conformes, que nos resulta especialmente desagradable y a la que combatimos en nosotros mismos.
Pero aún si sabemos de antemano cómo funciona el mecanismo
de la proyección, cuando realmente nos enojamos, cuando nos sentimos
profundamente afectados por una persona o por una situación, nos resulta muy
difícil aceptar esta explicación y tendemos a «olvidarla». Inclusive si en esos
momentos alguien nos la recuerda, tal vez nos sintamos inclinados a creer que
no se aplica a esa situación en particular, que estamos frente a algo así como
una excepción.
La interpretación de cuál es la verdadera causa del dolor
que experimentamos durante un conflicto, es una tarea exclusivamente personal.
A veces otras personas pueden ayudarnos con una interpretación acertada, pero
esa ayuda nos será de utilidad sólo si nos conduce a una comprensión
personal acerca de la verdadera causa de nuestro malestar. Con esta
salvedad y sólo como una guía muy general para tratar de interpretar
correctamente qué rasgo nuestro nos está mostrando una determinada situación
externa, te propongo una sencilla clasificación. Se trata de tres formas muy
frecuentes que adopta el mecanismo de la proyección para «ocultarnos» alguna
característica nuestra que aún no hemos podido aceptar:
1) Con frecuencia encontramos especialmente
desagradables algunos rasgos de la personalidad de otras personas que también
podemos observar en nosotros. Por ejemplo, si somos impuntuales y esa es una
característica nuestra que nos disgusta o nos avergüenza, tal vez también nos
moleste mucho ver ese «defecto» en los demás.
2) A veces las características de otras personas
que nos disgustan exageradamente no son rasgos de nuestra personalidad. De
hecho, nunca y bajo ninguna circunstancia nos permitiríamos actuar de esa
manera «tan desagradable». Bien, probablemente sí se trate de una
característica nuestra, pero de una que hemos reprimido, tal vez como
estrategia defensiva durante el proceso de educación si nos resultó muy
estricto. Por ejemplo, los padres de hoy que se enojan por lo desordenados que
son sus hijos adolescentes, educados en un entorno más tolerante. Sin lugar a
dudas hay rasgos de la personalidad que efectivamente son valiosos y que
ciertamente es conveniente tener. Así, es preferible que seamos ordenados,
responsables, honestos o generosos, antes que desordenados, irresponsables,
deshonestos o egoístas. Pero sólo si hemos podido desarrollar una determinada cualidad, a lo largo de un
proceso de maduración o crecimiento, podemos realmente considerarla nuestra y
ser indiferentes a lo que hagan los demás. No si la adoptamos por temor.
3) Por último, solemos ser especialmente
susceptibles a ciertas formas de trato desconsiderado o de maltrato. En estos
casos es muy probable que estemos siendo tratados exactamente de la misma
manera en que nos tratamos habitualmente a nosotros mismos. Y lo que el enojo
que sentimos hacia el otro pretende ocultar es el profundo malestar que nos
causa la falta de una relación sana y amorosa con nosotros mismos.
Creamos nuestra
realidad a través del mecanismo de la proyección…
Finalmente, para terminar este artículo con una visión
positiva y optimista, también es cierto que lo que vemos de bueno y de
agradable en «el exterior», es decir, en las situaciones que nos toca vivir y
en nuestras relaciones con los demás, lo bueno y lo agradable que vemos cada
día, eso también es un fiel reflejo de nuestro mundo interior. Y en la medida
en que vayamos conociéndonos, aceptándonos y queriéndonos más y más
profundamente, así también irá mejorando nuestra interpretación de la realidad.
Axel Piskulic
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