A veces nos
conocemos muy poco y si no es así realmente parece que lo fuese. No tenemos
previsión de nuestras reacciones o controlamos, escasamente, las respuestas que
se disparan automatizadas hacia los demás, a quienes culpabilizamos de todos
nuestros males.
Incluso, en
ocasiones, los malestares que establecemos con nosotros mismos nos sorprenden
asomando con toda su magnitud cuando estamos en medio de una aparente calma.
Nos acercamos a
todo lo que nos rodea, creyendo obtener en cada ocasión migajas de felicidad
que siempre terminan tornándose efímeras y dejándonos la ansiosa necesidad de
continuar intentando conseguirla. Se nos escapa de las manos como si se
escurriese lánguida y lentamente hacia lo profundo de nuestro deseo insatisfecho.
Probamos, una y
otra vez, las sensaciones que van unidas a lo externo y así, una y otra vez nos
demostramos también que lo de fuera siempre termina o se transforma en otra
cosa que nada tiene que ver con lo que queríamos conseguir al principio.
El secreto de
conseguir un estado emocional que atrae la serenidad, la armonía, la calma y la
felicidad, está en acercarnos a nosotros mismos, en estar cada vez más unidos a
nosotros mismos, algo que en los tiempos actuales nos cuesta mucho, ya que por el
ritmo y la velocidad con que vivimos, lo cotidiano es alejarnos de nosotros, de
nuestra esencia.
El secreto está
en saber conectar con lo que desde dentro de nuestro yo más íntimo se nos
reclama; con decidir a su favor mientras abandonamos esa huida hacia ninguna
parte que recorremos sin sentido cuando todo parece ir mal.
Estar junto a
nosotros implica ternura para tratarnos, amor incondicional al juzgarnos y
sobre todo una dosis inmensa de paciencia sin límites para cumplir, a largo
plazo, la misión más importante que traemos al llegar: aprender que la
felicidad no se compra, no se busca, no se inventa…solamente se siente y se
regala y en ese gratuito intercambio se engrandece y se multiplica.
Es tiempo de
atreverse a pasar adentro e iniciar una charla tranquila, en el umbral sagrado
de nuestro templo, con ese yo muchas veces desconocido que mora por detrás de
las creencias, los complejos, el desconocimiento y las máscaras que usamos a
diario.
Es tiempo de
empezar a contarnos la verdad sin hacer caso a nuestros miedos, siempre
dispuestos a cubrir con su pesado manto la conciencia, impidiendo de esa forma
mostrar al exterior lo que brilla en nuestro corazón.
Demos paso a la
emoción de sentirnos libres cuando nos damos la mano a nosotros mismos y somos el
hombro propio en el que llorar.
Seamos más y
mejores para regalarnos a los demás sin restricciones.
Te invito a que
lo hagas. Es toda una experiencia que no quedará sin recompensa.
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