EL QUIJOTE QUE TODOS LLEVAMOS DENTRO
Alonso Quijano es un hombre a quien “se le seca
el seso” de tanto leer libros de aventuras. Un día cualquiera rompe la frontera que separa el mundo
real del mundo literario y es entonces cuando se convierte en “Don Quijote de
La Mancha”, el personaje que emprende una lucha sin cuartel
contra enemigos imaginarios, por el amor de una doncella que no pasa de ser un
nombre.
Para muchos, Don Quijote es una magistral
representación del idealismo más puro. Un hombre que está por fuera de la
realidad y que actúa erráticamente en pos de objetivos que, finalmente, solo
están en su mente. Para otros, en Don Quijote
se condensa el deseo humano de trascender a un mundo ordinario y ser capaz de verlo desde una
perspectiva superior.
“El
que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”
-Don Quijote de La Mancha-
Para Alonso Quijano no es suficiente ese mundo
grotesco que lo rodea. No quiere adaptarse y por eso renuncia a él, primero
sumergiéndose en las historias de caballería y luego escribiendo con sus
propias acciones una historia que va más allá de comer, dormir y sacar pequeños provechos egoístas de
cada situación. Cuando Alonso Quijano
recupera la razón, muere.
La razón y la sinrazón de Don Quijote
Lo que llamamos “sentido común” nos
lleva a veces a actuar de una forma verdaderamente irracional.
Algunos son capaces de pasar por encima de los que aman, e incluso de sí
mismos, por ser consecuentes con lo que ambicionan. O llegan a adaptarse a
rutinas asfixiantes en las que jamás se sienten felices, ni libres. Otras
personas se vuelven obesas comiendo basura frente a un televisor…
Sin embargo, y aunque resulte paradójico, todas esas “locuras” son consideradas
como relativamente “normales” en la sociedad. Como no rompen
realmente con lo habitual, no se consideran un riesgo, ni un peligro, ni algo
que realmente deba ser cuestionado.
Pese a todo, en el fondo de
cada uno de nosotros hay una llama que de vez en cuando se enciende y nos
insinúa que la vida es mucho más. No nacimos para crecer,
trabajar, reproducirnos y morir. No nacimos simplemente para aceptar mandatos
sociales sobre cómo debemos ser y vivir. A veces, presentimos que podemos ir más allá, pero no
siempre tenemos el valor de escuchar esa voz que nos llama a elevarnos por
encima de lo que somos.
Todos soñamos con un gran amor, que nos vuelva
capaces de realizar hazañas impensables, como le ocurrió a Don Quijote. Todos
soñamos con tener una causa que llene de sentido nuestras vidas y despierte ese
héroe audaz que llevamos dentro. Algunos de los
momentos más felices son precisamente aquellos en los que alguna convicción nos
lleva a movernos en contra de lo impuesto.
Los idealismos y las pasiones
Desafortunadamente, hasta nuestras pasiones son muchas
veces inducidas y canalizadas por otros. Hay quien asume ese
papel de Don Quijote en torno a un equipo de fútbol. Se sabe que algunos
aficionados son capaces de morir o matar por “defender” una camiseta. Lo mismo
ocurre con algunas ideologías políticas o religiosas. Quienes las ostentan, se
sienten como cruzados que deben llegar a cualquier extremo con tal de que
triunfen sus ideas.
A otros, que quizás buscan
un mundo en donde haya más justicia, mayor solidaridad o más amor,
suelen llamarles “Quijotes”. A los grandes proyectos,
con alto toque de imaginación y grandes obstáculos por vencer, se les denomina
“quijotadas”. Todo esto para remarcar que se trata de idealismos, los cuales,
como es obvio, van en contra de lo práctico.
Aún así, son también
muchos los hombres y las mujeres que logran romper esa coraza impuesta por los
mandatos sociales. Escuchan a su corazón y por eso logran
acopiar suficiente valor como para romper con los esquemas impuestos. Son
capaces de salir a luchar por un mundo mejor, como Don Quijote, sin que les
importe si deben enfrentarse con molinos de viento que parecen gigantes o con
gigantes que se disfrazan de molinos de viento.
Tener ideales hacia los que
encaminar nuestros esfuerzos hace que la vida sea más intensa y enriquecedora.
Despierta virtudes que a veces ni siquiera éramos conscientes de tener.
Al mismo tiempo, puede desatar rechazos, reprobaciones o burlas, porque esa es
la reacción normal de quienes están domesticados frente a los que deciden
empuñar su voluntad. Para algunos, El Quijote es una caricatura hilarante. Para
otros, una metáfora
de la enorme grandeza y la profunda, pero válida, frustración que origina el
atreverse a seguir los sueños.
Edith Sánchez
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