EL
SILENCIO de
Pablo Neruda es, posiblemente, uno de los poemas más bellos jamás
escritos. En
él se nos anima a que, al menos por un momento, nos quedemos quietos
y callados. Es una invitación a la participación del ser a través
de la naturaleza. Es reencontrarnos con nuestras esencias para
abrazar la bondad y el respeto, permitiendo que cada pieza
desordenada vuelva a su lugar.
El
tema del silencio es, sin duda, una dimensión recurrente en el campo
de la psicología, lo sabemos. Sin embargo, no
podemos pasar por alto el valor que siempre ha tenido en disciplinas
artísticas y literarias.
Decía Claude Debussy que el silencio no es más que aquello que
queda contenido entre una nota y otra. Es eso que a su manera,
confiere mayor impulso y hermosura a cualquier pieza musical.
Borges,
por su parte, expresó en uno de sus poemas la belleza y la hondura
que se contiene en el silencio como dimensión reveladora, ahí donde
recordar quiénes somos y qué amamos. Ahora bien, entre todas esas
piezas poéticas y musicales, el mensaje que nos dejó Neruda con su
oda El
silencio sobresale
entre todo este legado cultural por varias razones. Es
una invitación a quedarnos inmóviles, a detener el engranaje de
nuestras máquinas y ese sentido de humanidad artificial y vacía
para recordar qué es lo más importante…
El
silencio como aprendizaje
Las
personas, por término medio, aborrecemos el silencio de igual forma
que la naturaleza aborrece el vacío y
se apresura en llenarlo con presteza de matojos. El silencio alimenta
nuestra imaginación, pero también nos hace caer en abismos de
ansiedad, en el remolino de las preocupaciones.
No estamos habituados a ese escenario, como tampoco lo están
nuestras ciudades, habitadas siempre por el murmuro mecánico de los
coches, a los comercios que nunca cierran o a las industrias
insomnes…
Se
nos ha olvidado que el silencio tiene poder, que es didáctico y que
como si de un sortilegio se tratase, es capaz de potenciar en
nosotros aspectos que creíamos olvidados.
Neruda evoca en su poema un canto a la reflexión conjunta, sin
importar nuestro idioma. Nos indica, al igual que hacemos a veces con
los niños,
a que contemos hasta doce y nos quedemos quietos.
Es
momento por tanto de detenernos y pararlo todo, nos dice. Es
hora ya de permanecer inmóviles, solo por un instante, dejando los
brazos caídos para sumergirnos en esa dimensión a veces incómoda
que es el silencio.
Tal vez, al dejarnos atrapar por esa mansa quietud, por ese espacio
entre nota y nota que decía Debussy, nos demos cuenta de lo que
estamos haciendo con nuestras vidas. Y
con el mundo.
“Ahora
contaremos doce
y nos quedamos todos quietos.
Por una vez sobre
la tierra
no hablemos en ningún idioma,
por un segundo
detengámonos,
no movamos tanto los brazos.
Sería
un minuto fragante,
sin prisa, sin locomotoras,
todos
estaríamos juntos
en una inquietud instantánea.
Los
pescadores del mar frío
no harían daño a las ballenas
y el
trabajador de la sal
miraría sus manos rotas.
Los
que preparan guerras verdes,
guerras de gas, guerras de
fuego,
victorias sin sobrevivientes,
se pondrían un traje
puro
y andarían con sus hermanos
por la sombra, sin hacer
nada.
No
se confunda lo que quiero
con la inacción definitiva:
la vida
es sólo lo que se hace,
no quiero nada con la muerte.
Si
no pudimos ser unánimes
moviendo tanto nuestras vidas,
tal vez
no hacer nada una vez,
tal vez un gran silencio pueda
interrumpir
esta tristeza,
este no entendernos jamás
y amenazarnos con la
muerte,
tal vez la tierra nos enseñe
cuando todo parece
muerto
y luego todo estaba vivo.
Ahora
contaré hasta doce
y tú te callas y me voy”.
La naturaleza como sinónimo de bondad
El
silencio es una herramienta terapéutica a menudo descuidada y de la
que todos deberíamos hacer mayor uso.
Los silencios son los acomodos del pensamiento y ese espacio donde
comprender mejor a los demás, aprendiendo a ser más compasivos y
cercanos con quienes nos rodean. Porque el silencio nos permite
escuchar y también nos permite ver con mayor delicadeza y atención.
Neruda,
por su parte, nos transmite con su poema una naturalización del
silencio. Nos evoca esa conexión con la tierra como aproximación a
nuestro auténtico ser. Porque ahí no están las locomotoras, ahí
no existen las prisas ni se orquestan las guerras. Lo
natural es a su vez lo primordial, ese origen al que conectarnos de
vez en cuando para reiniciar prioridades,
para ajustar nuestra mirada a
lo que de verdad importa.
El
silencio es en esta bella composición poética un soplo creador que
nos anima a existir de otro modo. Uno donde podamos entendernos
mejor, uno donde podamos ser más transparentes y respetuosos. Pocos
legados culturales tienen sin duda tanta fuerza en
solo unos versos,
esos que deberíamos recordar con más frecuencia para dar forma a
una realidad más hermosa, digna y beneficiosa para todos.
Así
que hagámoslo, contemos hasta doce y callemos. Dejémonos abrazar
por el silencio.
Valeria
Sabater
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