AHORA
No
somos conscientes de hasta qué punto nuestras palabras y nuestros
actos pueden ayudar a cambiar otras vidas… Aquello que para ti en
este momento no es importante, un pequeño gesto, una palabra, puede
suponer para otra persona un empujón necesario para tomar esa
decisión pendiente.
La
vida se expresa a través de nosotros mientras
vamos por la calle pensando que este día tan gris nos molesta o nos
estorba, nos cubrimos con nuestro paraguas y maldecimos la lluvia…
Y no sabemos que hace un rato, al salir a la calle le hemos sonreído
a alguien o hemos dicho algo que ha puesto en marcha un engranaje de
piezas diminutas que algún día tendrá sentido pleno. Hay quién
llama casualidad al hecho de encontrar una señal o de repente sentir
algo que te ayuda a comprender que opción tomar o que te permite
reafirmarTe en una decisión. Tal vez sea nuestra forma de refutar
nuestras propias creencias pero, a menudo, las señales nos llegan y
nos invitan a cometer pequeñas locuras, a salir del camino trazado y
hacer esas cosas que no hacemos nunca…
He
intentado recordar de dónde vienen los grandes cambios en mi vida…
Y me doy cuenta que a pesar de haber dado mil vueltas y llevar tiempo
trabajando en mí, el detonante siempre es algo imprevisto, algo
inesperado, algo que aparece de repente y cambia el curso de la
historia… Algo sobre lo que yo no he tenido nunca el control ni he
podido planear. Eso significa que nada de lo que hagamos sea
necesario, al contrario, pero nos recuerda que la vida cambia en un
momento y que ahora puede que se esté amasando un gran cambio del
que no sabemos nada…
Somos
puertas, somos
caminos,
somos piedras con qué construir fortalezas, somos rayos de luz en
una noche oscura, somos palabras escritas en los libros que cuentan
historias extrañas que explican que todo es posible, somos cartas
que llegan, cartas que se envían… Somos a veces decepciones que
invitan a cambiar de rumbo… Nos hacen y hacemos daño, tal vez como
parte necesaria de una cadena de sucesos que nos lleva a lugares
nuevos e insólitos a los que nunca llegaríamos sin ese dolor y,
sobre todo, sin saberlo usar para evolucionar.
Somos
recuerdos, somos viento que trae respuestas y olas de mar que llegan
a la orilla cargadas de preguntas.
Si
estoy aquí, escribiendo esto es porque un día alguien me dijo que
ya tenía dentro de mí todo lo necesario para cambiar mi vida y sólo
tenía que usarlo… Y si lo llevaba dentro es porque unos años
antes, una mañana de domingo en la que estaba rota y agotada de
pensar y sentirme culpable me decidí a ir a un lugar donde nunca
hubiera ido… Y allí encontré a una persona a la que le conté
cómo me sentía y me recomendó un libro. Cuando empecé a leerlo
supe que aquello era el principio de mi nueva vida. Escribo porque
una tarde cuando tenía apenas cinco años, regresé a casa y me
sentí destrozada, sola, perdida, y empecé a juntar palabras una
tras otra. Buscaba respuestas pero sólo tenía preguntas… En aquel
momento terrible, necesité un salvavidas y me dije a mí misma que
algún día escribiría libros para que mi soledad fuera compartida.
Siempre hay un día en tu vida al que llegas dando mil vueltas y
encuentras algo que te indica el camino… Al mirar atrás te das
cuenta que no era la primera vez que te llegaba ese mensaje, pero sí
la primera vez que tu ánimo te hacía capaz de afrontarlo… Las
respuestas en el fondo no llegan, están. Vienen y aparecen, pero ya
existían… Para verlas hay que estar en ti y sentirte entero… Las
llevamos dentro y a veces, una chispa ahí afuera hace que nos
pongamos a hurgar en la dirección correcta, a ser capaces de ver
dónde creíamos que no había y nos hagamos las preguntas que son
realmente necesarias.
A
veces, no encontramos las respuestas porque no hacemos las preguntas
adecuadas. Porque tenemos miedo de darnos cuenta que lo que buscamos
ya está ahí y no nos decidimos a cogerlo porque en realidad no
queremos solucionar nuestros problemas… Nos aferramos al conflicto
porque aprendimos a vivir en él y nos asusta ser libres, como si
viviéramos en un acuario y siempre soñáramos con regresar al mar,
pero llegado el momento nos asustara su inmensidad.
Nos
pasamos los días recibiendo mensajes que ignoramos porque nos
parecen locuras o barbaridades. Nosotros mismos enviamos mensajes y
soluciones a otros sin apenas saberlo como un legado que vamos
compartiendo que no para jamás y que no sabemos ver. Imaginamos
finales felices que luego en realidad no queremos asumir, porque nos
da miedo que todo salga bien, por si eso supone una responsabilidad
extra o nos encontramos viviendo una vida tan plena de la que no
sería comprensible escapar. A veces, ser felices nos asusta porque
estropea nuestros maravillosos planes para seguir sufriendo, porque
nos parece que somos tan indignos de ello que si rozamos la
felicidad, tendremos a cambio un grave castigo por tanta osadía…
No
somos conscientes del poder que tenemos porque nos asusta ese poder.
Porque ejercerlo supone saber que nuestro destino se compone a cada
instante de nuestros pensamientos y no creemos que vayamos a estar a
la altura de ello con nuestra actitud. Porque dejar de preocuparse es
como soltar la carga pesada y descubrir que a partir de ahora ya no
tendrás excusa para no caminar ligero… Y que serás responsable de
tu camino… Y que decidirás tu futuro a cada paso… Y eso para el
pez acostumbrado a la pecera diminuta es demasiado grande como para
poder abarcarlo con la imaginación… La libertad es un lastre
enorme para quién tiene miedo a soltar el verdadero lastre de su
dependencia. La
felicidad es a veces una mala pasada para el que ya se acostumbró a
ser infeliz y se había buscado todas las coartadas para no tener que
intentar conseguirla…
No
somos conscientes de nuestra innata capacidad para volar… De
nuestra inmensa suerte de estar aquí y ahora pensando qué soñar y
a dónde dirigirnos… De nuestra fortuna para encontrar el hilo de
la cometa que nos marca el camino a lo que buscamos. De todas la
veces que hemos vuelto a despertar… De ver en unos ojos una mirada
que nos dé el aliento que necesitamos para seguir en este día gris
cubierto de paraguas. No sabemos cuántas vidas cambiamos con un
gracias, un lo siento, una risa o un rato de escucha ante un café.
Nunca llegaremos a saber cuántas veces sin querer hemos roto
esperanzas o abierto caminos con alguno de nuestros gestos… Y
siempre es para bien, porque a menudo cuando hemos dicho no,
hemos obligado a llamar a otras puertas y explorar otras realidades y
cuando hemos dicho sí, hemos dibujado un nuevo camino donde antes
sólo había una hoja en blanco. A
veces, el que rompe el corazón te despierta del sueño en el
que creías que necesitabas un amor a medias para que sepas que
mereces uno entero…
No
lo sabemos, pero nos pasamos la vida haciendo magia y creando nuevas
realidades. Por eso, cada pequeño detalle cuenta. Cada momento
cuenta. Cada persona cuenta… Todo está en constante
transformación. Todo está pendiente de un pensamiento, de una
emoción, de una decisión… La revolución que tienes
pendiente en tu vida se está gestando ahora. El milagro que esperas
está en la incubadora esperando a que lo elijas. Todo cambia en un
instante. Todo es presente. Todo es ahora…
Mercè
Roura
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