El
miedo existe como emoción porque nos es útil. Es
una emoción que nos acompaña desde que nacemos para asegurar
nuestra supervivencia en contextos reales.
Sin
embargo, hoy no residimos en medio de un bosque junto con otros
potenciales depredadores. En realidad, buena
parte de los elementos que nos generan miedo en la actualidad no
constituyen una amenaza o,
al menos, una amenaza de la que podamos escapar corriendo. Hoy
hablaremos de uno de estos miedos familiares: el miedo a dar el
salto.
Como
bien dice María Dolores Pérez en su estudio El
miedo y sus trastornos en la infancia. Prevención e intervención
educativa “el
miedo es una respuesta normal ante peligros o amenazas reales, que
puede convertirse en desadaptativo cuando ocurre en situaciones que
han dejado de ser peligrosas, aunque lo hubieran sido en el pasado”.
Por
lo tanto, el
miedo se vuelve desadaptativo cuando,
en lugar de “salvarnos” de una situación potencialmente
peligrosa, nos
bloquea en circunstancias en las que no hay nada que temer.
Pensemos en quienes tienen miedo
a hablar en público.
¿Está su vida en peligro? ¿Corren algún riesgo de morir? La
verdad es que no, sin embargo, su cuerpo reacciona.
Cuando
el miedo nos impide crecer
Es
natural tener miedos desadaptativos como los ya mencionados.
Aunque existen muchos otros como perder el dinero, a la pareja o el
estatus social. Todos ellos, no son miedos que escondan una amenaza
real o al menos una amenaza correlativa a la intensidad de la emoción
que nos producen.
El
miedo a dar el salto es uno de esos miedos que solo existen en
nuestra mente y nunca llegan a hacerse realidad. Pero es tan
incapacitante que provoca que en lugar de participar de la vida que
queremos y, así crecer, nos estanquemos notando
cómo nos vamos apagando a medida que pasa el tiempo.
El
miedo a dar el salto en ocasiones está fuertemente influenciado por
lo que nuestro entorno espera de nosotros.
Imaginemos que lo que esperan los demás es que adquiramos una
residencia fija, pero nunca lo hacemos porque en realidad lo que
queremos es comprar una furgoneta y recorrer el mundo. Debido a esto,
puede que estemos siempre sumergidos en la duda, con el pie levantado
pero sin atrevernos a dar el paso.
Porque nadie puede saber por ti.
Nadie puede crecer por ti. Nadie puede buscar por ti. Nadie puede
hacer por ti lo que tú mismo debes hacer.
La
existencia no admite representantes.
Jorge Bucay-
¿Vives
tu vida o la que los demás han diseñado para ti?
En
las consultas de psicología muchas veces los profesionales se
encuentran con personas a las que les han ido marcando uno a uno
todos los pasos que han dado.
Estudiar una carrera determinada, encontrar una pareja y un trabajo
estables, tener hijos… Pero ¿y si sus aspiraciones iban por otro
lado?
Además,
esto, en muchos casos, se produce de manera sutil. No es que nos
digan “tienes que hacer esto”, sino que nosotros mismos nos vamos
orientando hacia un lado u otro en función de cómo
los demás nos miran.
Así, puede
que deseemos emprender otros estudios o buscar un trabajo alternativo
al que tenemos,
sin embargo los demás nos admiran por lo que estudiamos o por la
labor que hacemos en nuestro trabajo. Son estos los motivos que hacen
de eco y los que mediatizan nuestra decisión.
Arriesgarse
o estancarse
Frente
al miedo a dar el salto, solo tenemos dos opciones: arriesgarnos o
estancarnos.
Si nos arriesgamos a salir del hogar de nuestros padres quizás ya no
tengamos tanto contacto como antes. Si cambiamos de trabajo, tal vez,
al final ese nuevo trabajo no nos guste.
No
obstante, todo esto nos permitirá aprender y salir de nuestra zona
de confort. En caso de no hacerlo rumiaremos constantemente sobre ese
“y si…” tan doloroso y tan incapacitante que nos impedirá
crecer, experimentar y, en definitiva, vivir. Pero como bien
dijo Voltaire:
“El que vive prudentemente, vive tristemente”.
La
sensación de bloqueo no deja de ser más que una ilusión pues,
en realidad, hay menos obstáculos de los que vemos. Esto no quiere
decir que no tengamos limitaciones o problemas reales, pero siempre
podemos adaptarlos para avanzar.
En
caso de no intentarlo, la ansiedad empezará
a estar cada vez más presente, haciendo que aumente la sensación de
no tener ninguna dirección hacia la que dirigirnos. Aunque esto no
sea cierto.
Raquel
Lemos
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