LIBERTAD
A
veces, la única forma de darte cuenta del peso que llevas a cuestas
es ver si al soltarlo te caes, si pierdes el equilibrio, si te
tambaleas porque te sientes
tan ligero que no sabes manejar tu cuerpo sin arrastrar ese fardo
pesado… Si hace tanto tiempo que llevas ese dolor a cuestas que
habías llegado a pensar que era parte de ti, que era una extensión
de tu conciencia y tu necesidad de culparte… A veces, para darte
cuenta de que puedes ser libre, debes primero tomar conciencia de que
estás atado.
Vamos
acumulando cosas viejas, sentimientos que arañan, emociones
contenidas, tareas pendientes, tareas de las que nos
responsabilizamos nosotros porque creemos que otros no lo harán,
obligaciones bárbaras que nos imponemos para que los demás no nos
miren mal… Llevamos la culpa de ese día en que tal vez no dimos la
cara o la vergüenza de esa tarde en que alguien nos humilló.
Llevamos el peso de recoger lo que otros tiran y pegar lo que otros
rompen… Y un día ese cúmulo de cachivaches pesa tanto que nos
hunde y nos quedamos rotos… Y no sabemos qué pasa porque hemos ido
acostumbrándonos a llevar el peso y no soportamos sentirnos libres…
Nos
olvidamos de nosotros porque nos hemos colocado tantas máscaras
encima para satisfacer al mundo que ya no recordamos qué queríamos,
qué soñábamos, qué era respirar sin sentirse limitado. Soltar es
complicado. Llevamos tan adheridos esos pensamientos que pensamos que
son una parte de nosotros… Como si el lastre fuera nuestra cola y
el dolor una nube que nos sigue a dónde vamos, impregnándolo todo
de bruma e incertidumbre.
Soltar
exige tanta fuerza que es imposible no sentir que te vas y te pierdes
cuando sueltas, que arrancas una parte de ti, que en el fondo te
deslizas por un camino que resbala… Soltar cuesta porque nos han
educado para acumular y temer, para pensar que sólo se gana cuando
se tiene, cuando se llega primero, cuando se destaca y en realidad
sólo se fluye cuando se deja la necesidad de marcar, de conseguir
una cifra, de aparentar que eres, de demostrar que puedes…
Cuando
se ama el camino escogido lleve a donde lleve, cuando se actúa para
ser y no para tener, cuando se confía y se deja de acumular tanto
que al fin puedes ver el horizonte. Soltar cuesta porque llevamos
siglos agarrados al miedo, sin confiar en lo que realmente somos, sin
ejercer nuestro poder. Y cuando aflojas las manos para dejar ir, te
sientes perdido, asustado, indefenso… Y te das cuenta de que tus
manos están dormidas, cuando en realidad lo
que sucede es que estás despertando y esa sensación de peligro e
ingravidez se llama libertad.
La
libertad parece a veces una carga pesada… Una responsabilidad que
parece inasumible y que nos obliga a soltar necesidades que en
realidad no necesitamos y sueños que nunca soñamos, pero que
arrastrábamos porque alguien nos dijo que eran hermosos, que valían
la pena, que deberían ser nuestro camino.
La libertad da miedo porque exige decidir qué no queremos y dejar de
hacer cosas que hacíamos porque no queríamos defraudar o dejar de
ser aceptados.
La
libertad pide soltar la culpa que tanto duele y dejar el papel de
víctima que tanto corroe, pero que se ha convertido con el tiempo en
la excusa perfecta para no cambiar, para no hacer lo que asusta, para
quedarse quieto… Para no quitarse la máscara y descubrir que en
realidad el director de escena eres tú y en el escenario no pasa
nada que no aceptes que pase, que no toleres que pase, que no des
permiso para que aparezca… Y que lo que llega sin avisar, en cierto
modo, no tiene por
qué ser acatado siempre… Porque aceptar que las cosas son como son
no implica vivirlas sin esperanza, sino hacer el trabajo de empezar a
verlas de otro modo para descubrir cómo cambiarlas. No es una lucha,
es un trabajo de tesón y confianza. Es una decisión.
La
libertad es asumir el vértigo de aprender a caminar sin la carga y
notar como todo tu cuerpo duele y cruje porque se readapta, se
equilibra, se recompone… Hacer balance de pérdidas y comprender
que cada momento es un regalo inmenso, a pesar de tardar una
eternidad en llegar a él y ser consciente de lo que implica. Soltar
duele porque implica dejar de esconderse y dejar las coartadas,
porque es cambiar de postura y abrir los ojos a luz después de haber
tragado penumbra durante siglos y notar como las lágrimas caen por
tus mejillas y saber que es un llanto necesario… Soltar duele
porque llevamos años atados a nosotros mismos y seguimos notando las
cadenas y caminando sólo hasta la esquina pensando que se acaba el
margen, esperando el tirón que nos recuerde que no somos amos de
nuestros deseos… Soltar asusta porque cuando el tirón no llega
descubres que en realidad habías permanecido atado para evitar este
momento en el que tienes que decidir a dónde vas, cuando el
perímetro que antes circundaba tu vida se acaba y debes elegir…
Soltar te hacer ver que siempre fuiste tú quién asumió la carga y
ató la cadena porque tenías tanto miedo de llegar a esta
encrucijada que preferías una vida a medias.
Aunque
el miedo, el dolor, el llanto de asumir tu libertad es un instante
ronco que se termina cuando das un paso, sólo uno. Cuando tragas
saliva y miras hacia delante y te dices, no sé cómo, pero confío
en mí y lo haré. Y lo haces, sin esperar a nada concreto, sin saber
cómo, sin buscar nada más que dar otro paso… Y confías en algo,
que no sabes que es… Una sombra que te recuerda que ahora llevas
las riendas de tu vida y caminas por la cuerda floja siempre. A
cambio, no arrastras nada, no hay reproches, no hay tirones, no hay
pasados que cargar ni futuros pendientes que colmar…
A
veces, ser libre parece tan complicado que muchos salen corriendo de
su propia libertad y se inventan un mundo cruel que les impide seguir
adelante…
Otras
veces, algunas personas se dan cuenta de que ya eran libres, que la
esclavitud estaba solo en sus mentes, en sus almas cansadas de llegar
sólo hasta la esquina y esbozar un intento amargo de carrera, un
simulacro de felicidad, un amago de vida que al final parece que se
aleja… A menudo, no vemos la línea que separa la realidad del
sueño porque la estamos pisando y tardamos mucho en percibir
que ya somos lo que deseamos ser pero no estábamos ejerciendo como
tal… Porque éramos grandes y nos imaginábamos diminutos, éramos
genios en una lámpara y pensamos que éramos solo un mota de polvo…
A
veces, la libertad, si no se une a la confianza, es una carga tan
pesada como la esclavitud.
Como
todo lo que importa en la vida, la libertad es una emoción que
elegimos sentir, una percepción de la realidad que escogemos a cada
momento… Es una forma de pensar y de vivir… Una actitud, un
estado mental que decidimos instalar en nuestra vida y que nos empuja
a caminar hacia nosotros mismos sin ataduras. La libertad se escoge.
A
veces, la única forma de ser libre es decidirlo y llevar esa
decisión hasta las últimas consecuencias.
Mercè
Roura
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