EL SENTIDO DE LA VIDA
Conforme
 la capacidad de percepción del ser humano evoluciona, observamos
 que ésta atraviesa el mundo de la apariencia y se adentra en capas
 de cebolla más profundas. Se trata de niveles en los que habita la
 fuente del sentido que
 moviliza el camino de
 la vida.
Sucede
 que, cuando tenemos un motivo profundo para hacer las cosas, el
 esfuerzo se minimiza y, en su lugar, aparece una corriente de
 «fuerza». ¿Acaso la vida en sí misma tiene sentido? No sabemos
 si un gato puede hacerse esta pregunta, ni tan siquiera si la
 necesita. Sin embargo, hay seres que al atravesar determinados
 tramos de la existencia se hacen tal pregunta desde la hondura de
 sus raíces, tal vez por sentir llegada su hora de madurar en el
 alma.
Si
 el rumbo de nuestra navegación por la vida tiene sentido, los
 vientos a favor o en contra no serán vividos como casuales ni
 impedirán continuar la travesía. En este sentido resulta curioso
 comprobar que, cuando nuestro acto de remar hacia adelante está
 enraizado al significado profundo, aparece un faro en la tormenta. Y
 bien sabemos que el hecho de tener un motivo profundo en la travesía
 permite llevar grandes cargas.
Al
 señalar el sentido de la vida, no puede menos que evocarse a Viktor
 Frankl, el psiquiatra austríaco que padeció años de tortura y
 privación en los campos de concentración nazis de Alemania. Victor
 Frankl observó que sus compañeros morían irremediablemente ante
 la extrema dureza de las circunstancias. Y, por el contrario,
 reconoció a personas que, al igual que él, desplegaban una
 increíble fuerza para sostener el infortunio y la vejación de
 aquella locura humana.
¿Qué
 era lo que permitía a algunos seguir con vida y no morir en la
 impotencia? ¿Qué factor convertía en invencibles aquellos
 cuerpecillos desnutridos y castigados por la crueldad y la venganza?
 Frankl señaló que quien poseía un sentido en su vida y, por
 consiguiente, un sentido a lo que incluso atormentaba, sobrevivía
 tal y como sobrevivió él, desplegando capacidades vitales
 insospechadas.
Valoremos
 la fuerza que emerge al tornarnos conscientes del sentido que tiene
 lo que ocurre cada día. El sentido que para cada cual tiene la vida
 no solo es una fuente de fuerza que deviene del propósito, sino que
 además conforma nuestra propia misión de vida, y con ella, la
 vocación que nos inspira.
►Quien
 tiene un para qué puede soportar cualquier cómo.
Cuando
 el dolor llega y nos vemos fuera de nuestra zona de confort, resulta
 muy reconfortante encontrar sentido a lo que sucede y no tirar la
 toalla. Podremos sostener mejor el dolor de nuestros hijos, de
 nuestras parejas y familias, de nuestros amigos y de la humanidad
 entera, tal vez porque el hecho de acompañar y sostener tiene
 sentido en nuestra vida. Sostendremos también nuestras íntimas
 desavenencias y contradicciones si detrás de cada obstáculo que
 hay que superar se revela un significado en sintonía con el
 propósito raíz de nuestra vida.
¿Cuál
 es el propósito último que nos moviliza? ¿Acaso haber sido
 encontrados por un propósito profundo es parecido a disparar
 flechas en dirección a una gran diana? La conciencia ordinaria vive
 en las superficies, por lo cual carece de sentido, en todo caso se
 mueve para acercarse al placer; y, por el contrario, allí donde
 huela a dolor tenderá a escapar rauda. Sin embargo, la conciencia
 profunda y el consiguiente significado que desde su nivel aparece
 permite sostener el dolor cuando este es comprendido como un
 tránsito a territorios de mayor armonía y más alta frecuencia
 vibratoria.
No
 parece raro que miremos atrás y nos preguntemos: ¿tuvo algún
 propósito mi vida?, ¿tuvieron algún sentido mis sucesivas
 experiencias? Bien sabemos que un barco sin rumbo naufraga más
 fácilmente en las tormentas. Desde la lógica científica, la vida
 podrá tener o no sentido y, además, no sabemos si la presencia de
 este será necesaria en la mente de un gato o en quien ya devino
 Buda. Lo que sí sabemos es lo saludable que resulta para el ser
 humano hacer cada día lo que resuena con su propósito y, por el
 contrario, lo frágil que resulta deambular desconectados de nuestra
 esencia.
Tal
 vez no podamos encontrar el sentido que la vida tiene tan solo
 merodeando por los rincones de la filosofía. El sentido existencial
 quizás sea un regalo que, cuando llega nuestro momento, es él que
 nos encuentra y se revela. En realidad la identidad pequeña, es
 decir, nuestro «yo persona», no puede controlar ni manejar la
 infinitud de la dimensión transpersonal, tan solo puede mantenerse
 atenta para que, cuando llegue el momento y ésta le busque, tenga
 encendida la llama de su pequeña lámpara.
Con
 respecto al sentido último de la vida, recordemos la «pirámide de
 necesidades» que formuló el psicólogo transpersonal Abraham
 Maslow. En ella se hace referencia a la escala de las necesidades
 humanas. En el primer nivel básico se hallan las necesidades
 fisiológicas: respiración, alimentación, descanso y sexo. Más
 tarde, el ser humano despliega un segundo nivel inherente a las
 necesidades de seguridad, por el que se orienta al empleo,
 propiedad, familia, así como la seguridad física y moral. El
 tercer nivel corresponde a sus necesidades sociales o de
 pertenencia, para lo cual busca amistad, afecto y formar parte de un
 grupo. El cuarto nivel señala la necesidad de estima, una etapa en
 la que se busca el reconocimiento del prestigio y de la autovalía.
 Finalmente se corona lo alto de la pirámide, en donde se halla la
 necesidad de autorrealización, un nivel que corresponde a la
 creatividad, al desarrollo de los potenciales y al sentido de la
 vida. El ser humano entonces precisa de un desarrollo más profundo
 desde el que contribuir a la sociedad ejerciendo su misión de vida.
Es
 por ello por lo que el sentido de la vida no es un plato para
 quienes todavía no han recorrido determinados niveles de la escala.
 En realidad, tal sentido no aparece dándole vueltas a la cabeza,
 sino que brota desde el corazón como gestor directo de la
 autoconsciencia. Este motivo, si nuestra vida tiene sentido,
 significará que la inteligencia transpersonal se ha desplegado y,
 que muy a menudo, viviremos en consonancia con los niveles de
 bondad, verdad y belleza que laten en el alma humana.
José
 María Doria
PUERTA
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