CUANDO NO VES LA SALIDA
Cuando
todo está muy mal, la mente se colapsa y no puede pensar, no vemos
por donde avanzar, por donde seguir y bloqueados como estamos, solo
nos queda desear que todo se ponga bien.
Una
buena táctica es suponer que lo peor que puede pasarte. Te va a
pasar.Entonces,
rápidamente experimentarás una serenidad que te aliviará al
instante porque habrás aceptado que de ese punto no puede pasar.A
partir de ese punto, todo lo que suceda es para mejorar la situación
en que nos encontramos.
En
mi experiencia, a veces en mi vida las cosas han estado muy mal, y en
ese momento, me he hecho el propósito de ir paso a paso, día a día
procurando no alimentar los fantasmas de mi mente, ni dejar que los
temores me paralicen.
¿Qué
puede pasar? ¿Que todo se derrumbe?...demos espacio al pensamiento.
Abramos canales de aireación para la mente. Respiremos
profunda, lenta y repetidamente. tengamos el odio sujeto y la rabia
encerrada. seamos sensatos y la ira contenida.
Muchas
veces te suceden cosas que no podrías ni haber pensado nunca. A ti o
a los de tu alrededor. Circunstancias que no están dentro de tus
previsiones, que te descolocan y que se salen de lo que llamamos
“vida normal”; luego uno piensa que en realidad, si no queremos
sufrir debemos aceptar que todo es cambio continuo y que nada en la
existencia es matemático ni predecible.
La
sabiduría de todos los tiempos, definía con una frase que lo dice
todo, estas situaciones “LAS VUELTAS QUE DA LA VIDA” y con esa
frase se dejaban resueltas horas de angustiosos pensamientos que
ahora nosotros no paramos de fabricar en nuestra mente.
No
queremos sufrir. A nadie le gusta ser lentamente devorado por la
tristeza, la angustia o el desencanto. Sin embargo, muchas veces nos
metemos en el ojo del huracán sin darnos cuenta y cuando pretendemos
tomar las riendas es tarde.
Lo
peor es que no somos seres humanos aislados, sino que a nuestro
alrededor hay otros entes vivos que se entrelazan con nuestra vida
que sufren las consecuencias.
Todo
lo que hacemos o decidimos, nos guste o no, siempre afecta a alguien
más. Son los llamados efectos colaterales.
Posiblemente
no seamos conscientes y si lo somos ni nos preocupe porque suponemos
que sobre nuestra vida solo decidimos nosotros y efectivamente, tiene
que ser así, porque por mucho que analicemos y pensemos nuestras
decisiones, los daños colaterales existirán.
Las
consecuencias, sin embargo, serán siempre compartidas.
Es
algo semejante a cuando conducimos. Creemos que toda la carretera
está disponible para nosotros si somos capaces de dirigir bien el
coche y no contravenir las normas que protegen a todos. Pero no es
así. Una parte de nuestra seguridad, dependera de los demás, de lo
predecible o de lo impredecible.
El
factor de riesgo, es real. Puede conducir un loco o alguien con una
gran dosis de alcohol o drogas; puede que al de enfrente le suceda un
accidente cardiovascular o que se despiste cogiendo algo de la
guantera. Puede que esté deprimido y quiera terminar con todo o tal
vez demasiado eufórico y su celebración le descoloque. Nada de esto
es nuestro y sin embargo, arremeterá contra nosotros.
Me
gusta pensar que la vida tiene un plan para cada ser humano y que en
ese plan ya están contempladas las consecuencias para los demás,
para los que nos rodean.
Esa
especie de determinismo me deja, a veces, un poco más tranquilo
porque es como no poder hacer nada más. Solamente dejar fluir que lo
tenga que suceder, suceda y aceptar lo que venga, con serenidad y
energía para cambiar aquello que no me guste.
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