El sentido de la vida
no siempre se experimenta estando enamorado ni a través de una pasión… que
tal como viene, en ocasiones se va. Es a través de un corazón en calma
y un interior tranquilo desde donde se aprecian mucho mejor los tesoros que nos
envuelven, así como esas fortalezas dormidas de las que todos
disponemos y que aún no hemos logrado desarrollar o incluso apreciar.
Algo que comentan
muchos filósofos y también algún que otro psicólogo especializado, sobre todo
en logoterapia, es que resulta muy complicado hallar nuestros
propósitos personales en medio de la cultura que nos rodea.
Recibimos tantos estímulos de tantas fuentes y en un mismo momento, que resulta
muy complicado poner filtros a toda esta intoxicación para poder escuchar
nuestra propia voz, el rumor de nuestro auténtico ser.
“La finalidad de la vida
es vivir, y vivir significa estar consciente,
gozosa, ebria, serena,
divinamente consciente”.
Cuenta Adam Steltzner, el científico de la NASA que diseñó el
Curiosity, y que llevó a cabo con éxito el aterrizaje de este vehículo móvil en
el suelo de Marte, que en ningún momento de su infancia y primera juventud,
pensó que iba a dedicar su vida a semejante proyecto. En realidad, él
iba para cantante de rock. Tenía su propio grupo, hacía conciertos y
ni siquiera tenía interés en ir a la universidad como el resto de sus
compañeros.
Ahora bien, todo cambió
una noche. Volvía a casa tras un ensayo, caminaba solo por la calle y el cielo
no podía estar más despejado. Silencio y calma. Fue entonces cuando miró hacia
arriba y quedó como hipnotizado al ver las estrellas; en concreto, la
constelación de Orión. Se quedó allí durante más de media hora fascinado. Ahí
estaba él, alguien acostumbrado al sonido, a la música y al bullicio,
encontrando de pronto el sentido de la vida en medio del silencio.
Unos meses después se
matriculó en la universidad para ser físico. Su aventura personal no había
hecho más que empezar…
Ver, pensar y hablar con calma: la teoría de Nietzsche para hallar el sentido de la vida
A veces,
tenemos la clara sensación de ser como una hoja llevada por el curso de un río. Apenas tenemos tiempo de deleitarnos de aquello
que nos envuelve. No podemos permitirnos que la brisa del viento nos eleve unos
segundos para tener una mejor perspectiva de lo que nos rodea, ilusiona o
atemoriza. Incluso de lo irrelevante.
Nuestra cultura,
nuestra educación e incluso la propia sociedad incentivan a aquellos que nos
hacen prisioneros, nuestros propios hábitos. Algunos hasta nos hemos vuelto
adictos de las recompensas inmediatas, a los placeres fugaces… Queremos de todo
y al mismo tiempo nos sentimos vacíos, queremos ser únicos y
especiales, pero al mismo tiempo anhelamos los rasgos o las pertenencias que
vemos en la persona a la que miramos.
Complicado hallar el
sentido de la vida en medio de esta dinámica irreflexiva y al mismo tiempo
insatisfactoria. Así, y como curiosidad, cabe recordar lo que Friedrich
Nietzsche nos dijo al respecto de este problema: para encontrar la meta
de nuestra existencia debemos ser capaces de ver, pensar y hablar con calma. Son los tres
principios que el filósofo definió como aquello que erige a la cultura
aristocrática.
La cultura aristocrática o la necesidad de educar a través de la calma y la paciencia
En el “Crepúsculo de
los ídolos”, Nietzsche explicaba que todo educador debía tener una meta en su
labor: sentar las bases de la llamada cultura aristocrática. Ahora bien, lejos
de relacionar este ideal o propósito con las clases más elevadas, lo
que buscaba el célebre filósofo alemán era capacitar a todas las nuevas
generaciones en un modo de pensar más refinado y exigente. Lograr
que cada persona hiciera de su vida una auténtica obra de arte.
Para ello recomendaba a
los educadores que focalizaran su labor en tres ejes muy concretos:
- Aprender a ver lo que nos rodea de forma pausada, sin anticiparse. Al menos, no hacerlo antes de mirar.
- Aprender a hablar y a escribir del mismo modo. Si habituamos al ojo a que aprenda a mirar con calma, también nuestra mano y nuestra comunicación debe proceder de igual forma, con calma y sentido.
- El tercer pilar de la educación sería evitar que las personas reaccionen por mero instinto. Para ello, debemos ser capaces de pensar con equilibrio y sobre todo con juicio.
Así, todos aquellos que
integren estas capacidades en su ser, quien logre ver, mirar y hablar
con calma y paciencia, tarde o temprano hallará el sentido de la vida, el que
más le defina, el que mejor se ajuste a su identidad.
El sentido de la vida, una búsqueda que no requiere gastar la suela de nuestros zapatos
Para encontrar el
sentido de la vida no hay que viajar al Tíbet. No hay que dar la vuelta al
mundo con una mochila a la espalda y haciendo auto-stop. Ganaremos en
experiencias, no hay duda, pero lo más probable es que no demos con las
respuestas que necesitamos. Como decía Hakuin, un poeta japonés del siglo XII, cuando
uno no sabe dónde está la verdad, comete el
error de ir a buscarla lo más lejos posible. Cuando en realidad, el
secreto a todas sus dudas se halla en su propio interior.
Por tanto, no
necesitamos desgastar las suelas de nuestros zapatos para tener un sentido de
la vida propio. Se trata solo de crear un espacio mental donde favorecer la
auto-reflexión. ¿Cómo lograrlo entonces? Las siguientes claves pueden
ayudarnos.
- Baja el ritmo.
- Haz una lista de lo que es prioritario en tu vida y lo que no, de aquello que te hace sentir bien y de lo que te arrebata la calma. Higieniza espacios vitales.
- Dedícate más tiempo, busca espacios a lo largo del día donde estar en calma y en silencio.
- Recupera tu capacidad de asombro. Sé esa persona que puede permitirse mirar las estrellas en la noche, apreciar los matices inusuales en medio de las ciudades, la magia escondida en nuestra cotidianidad.
- Toma conciencia de esas cosas que te confieren alegría, que te hacen sentir bien y te inspiran curiosidad, porque es ahí donde se esconde lo que te da sentido, lo que te define…
Nuestros
propósitos vitales suelen cambiar en diversas ocasiones a lo largo de nuestra
existencia. Es algo normal y
hasta deseable, porque responde a nuestro propio movimiento, a ese crecimiento
humano donde a medida que vamos consiguiendo y descubriendo cosas, alimentamos
nuevas aspiraciones, nuevas metas.
Al fin y al cabo, la
vida es movimiento, y si sabemos escuchar nuestro interior con la calma que
merece, hallaremos siempre las respuestas que necesitamos.
Valeria Sabater
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