8.5.18

Nos conformamos con lo que ya tenemos aunque no nos aporte felicidad

ESAS COSAS QUE NOS HACEN SENTIR VIVOS

Esperar menos. Consentirse un día sí y otro también. Atreverse. Buscar refugio en el pequeño espacio de un abrazo para sentirnos más grandes. Escapar de vez en cuando. Subirnos a ese tren que un día dimos por perdido. Descansar. Soñar con los ojos abiertos como si no hubiera mañana… Todas esas cosas que nos hacen sentir vivos no tienen precio y nos dan la felicidad.

Vivir no es lo mismo que sentirse vivos. Sin embargo, no siempre es fácil llegar a estos estados casi perfectos donde todas nuestras fibras despiertan. Donde nuestros sentidos se afinan y por un instante, todo adquiere sentido, trascendencia y armonía. Resulta muy difícil sentirnos realmente vitales en un mundo donde se nos anima más bien a asumir una actitud pasiva y dependiente.

La risa es el sol que ahuyenta el invierno del rostro humano”.
-Víctor Hugo-

Nuestra realidad está orquestada por la presión casi continua de que nos falta algo. Gracias a ello nos convertimos en consumidores natos, en personas ávidas por poseer o conseguir cosas con las que llenar una eterna sensación de vacío. Porque siempre hay algo que anhelamos, algo que no tenemos: otro producto, otro trabajo, una pareja más afectuosa, un viaje a un país exótico… Cosas, dimensiones y estados que ansiamos disponer para sentirnos (supuestamente) realizados.


Somos como una pieza triangular intentando encajar en un puzzle de formas ovaladas. Nos centramos demasiado en nuestro entorno, queremos encajar en él sí o sí, olvidando que la felicidad parte de un lugar muy concreto. El mismo que sitúa justo bajo la propia piel: nosotros mismos. Es un hábitat que a menudo olvidamos nutrir con ese ingrediente que realmente nos hace sentir vivos: la pasión.

Vivir significa implicarse

Uno de los mayores riesgos que podemos experimentar es vivir en un estado de pasividad permanente. Ese en el que nos dejamos llevar, arrastrar por los estímulos y circunstancias limitándonos solo existir, pero no a sentir. Ese donde nos disolvemos en nuestras obligaciones hasta tal punto que la propia vida, se convierte tarde o temprano en otra obligación. La esperanza se diluye entonces de nuestro horizonte y damos paso a una existencia aséptica y carente de propósitos.

Debemos tenerlo claro: vivir significa implicarse. Significa correr riesgos, ser valiente aunque el miedo muerda y tener no uno, sino decenas de propósitos por los que levantarse cada día. Aunque a veces, y ahí está nuestro error, elegimos el camino fácil: el conformismo.


Nos conformamos con lo que ya tenemos aunque no sea de nuestra talla y no nos aporte felicidad. Lo hacemos de este modo porque más vale pájaro en mano que ciento volando. Aunque eso sí, cuando abrimos la mano, ni siquiera hay pájaro, solo plumas, solo el triste atisbo de lo que parecía una promesa pero que en realidad no era nada. Solo un ensueño, una falsa seguridad.

Esas cosas que nos hacen sentir vivos no surgen en los caminos que otros nos trazan.Tampoco en las jaulas doradas de nuestras zonas cotidianas de confort. Para experimentar la vitalidad y esa felicidad que da sentido a todo, hay que tener pasión. Debemos dejar de pensar en condicional (si yo tuviera, si esto fuera, si aquel hiciera…) para actuar en el aquí y ahora, en el presente inmediato sintiéndonos dueños de nuestros pasos, exploradores de nuestra realidad y artífices de nuestros sueños.

Esas cosas que nos hacen sentir vivos

Atrevernos y fracasar. Volver a intentarlo una, diez y doce veces y entonces sí… Alcanzar el éxito. Un paseo a media tarde donde permitir que surjan ideas nuevas. Practicar un deporte. La satisfacción de un trabajo bien hecho. Una mano que nos coge en el instante más necesitado. Un instante de soledad. La complicidad de los amigos. Un camino que construir en pareja. Nuestras aficiones y placeres. La risa de un niño. Cerrar una etapa e iniciar otra con más ganas, más miedo pero con mayor fortaleza…

Esas cosas que nos hacen sentir vivos son las que encienden nuestra alma. Son las que ponen cimientos a nuestro ser, ilusión a nuestros proyectos, motivos a nuestra conducta y energía a nuestra capacidad de crecimiento. Tenerlas presentes es algo fundamental, porque de no ser así nuestro tejido psicológico y resistencias se desvanecen. Y entonces ocurre lo más peligroso: llega el vacío y la certeza de que la propia existencia carece de sentido.

Experimentar ese vacío es lo opuesto a sentir la vida y por ello, debemos ser capaces defendernos de él, de llenar cada rincón y recoveco de nuestra mente de esas cosas que sí nos den sentido. Ya lo dijo Viktor Frankl en su momento. El padre de la logoterapia y superviviente de varios campos de concentración, nos enseñó en sus libros que nuestra misión como seres humanos es hallar un propósito. Asumir una responsabilidad para con nosotros mismos y para el propio ser humano para poder así sentirnos plenos, realizados y libres.

Las cosas que nos hacen sentir vivos de verdad están hechas de un material sin igual: el entusiasmo. Cada uno de nosotros tendremos que hallar esos propósitos personales y ser lo bastante valientes como para darles forma, como para hacer de ellos nuestra razón, nuestra auténtica pasión cotidiana. Porque como dijo Helen Keller una vez, si uno tiene el impulso de volar, no tiene por qué seguir gateando aunque otros lo hagan.

Valeria Sabater 

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