Juegos
de guerra es
el título de una película ciencia ficción y suspense del año
1983. Un chico que todavía va a la escuela secundaria consigue
hackear a la supercomputadora que centraliza el manejo de las armas
nucleares de los Estados Unidos y casi desata una guerra nuclear
global. Este joven hacker involuntariamente le hace creer a la
computadora que la Unión Soviética ha lanzado un ataque nuclear
masivo. Es que el chico pensaba que sólo se trataba de un juego de
simulación y estrategia, un simple “juego de guerra”.
La
película se estrenó hace 35 años. Si no la viste en todo este
tiempo seguramente ya no pensabas verla, así que voy a contar aquí
cómo termina. En los últimos minutos, cuando ya parece inevitable
que la supercomputadora comience a lanzar una infinidad de misiles
nucleares, el protagonista tiene la brillante idea de enseñarle a la
máquina un juego muy sencillo. En mi país se llama Tatetí pero
creo que es más conocido como Tres
en línea.
Este
juego es muy simple y sólo puede entretener a los más chicos porque
después de haberlo jugado algunas veces cualquier adulto entiende
que siempre termina en empate. Este último punto es el que importa
en la película: si el rival es mínimamente inteligente, en este
juego es imposible ganar. Y la “inteligencia artificial” de la
computadora rápidamente comprende este nuevo concepto y lo aplica a
todos los escenarios posibles de una guerra nuclear global.
La
computadora, entonces, llega a la conclusión de que si procede a
lanzar los misiles, no habría un verdadero ganador, el mundo en su
totalidad sería destruido. Y simplemente desiste.
Los juegos que sí se pueden ganar
En
todo momento estamos elaborando planes. Algunos son muy importantes,
tal vez a largo plazo, y otros mucho más modestos, como la lista de
las tareas que haremos durante el día.
Normalmente
tenemos diferentes proyectos en curso, en distintas áreas de nuestra
vida y que abarcan diferentes lapsos de tiempo. No hay nada malo con
eso. Nuestro ego es el que identifica los problemas y el que propone
una estrategia para resolverlos, o el que fija metas y ve luego la
mejor manera de alcanzarlas.
Para
eso es útil el ego, es una herramienta valiosa.
Podríamos
comparar cualquiera de estos proyectos con un juego, ya que llevarlos
adelante puede demandar de nosotros energía, talento, atención…
y, si sabemos disfrutar de las actividades que desarrollamos
habitualmente, hasta pueden ser entretenidos o agradables.
Hemos
llevado a cabo muchísimas de estas tareas a lo largo de nuestras
vidas. Y casi siempre lo hacemos bastante bien. La lista sería
interminable. Cada día que vamos al trabajo es una sucesión de
actividades que llevamos a cabo. Cada vez que vamos de vacaciones
organizamos nuestro tiempo lo mejor que podemos y disfrutamos lo que
el lugar nos ofrece. Cada vez que hacemos una compra comparamos
opciones y tratamos de tomar la mejor decisión.
Pero
a veces el ego nos embarca en otro tipo de proyectos… en
actividades que en realidad están completamente fuera de su alcance.
Decíamos
que el ego nos ayuda a identificar y resolver problemas, y que para
eso es muy útil.
Y
cuando el objetivo es simplemente “ser felices”, el ego también
nos mostrará diferentes caminos para alcanzar esa meta y nos
asegurará que conoce las mejores estrategias para llegar a ese
anhelado estado.
Pero
en realidad el ego no conoce la manera de hacernos felices. Pondrá
delante de nosotros diferentes “zanahorias” y nos hará avanzar
en distintas direcciones, pero nunca nos mostrará el camino
correcto.
Y
esto es siempre así porque en realidad el ego se alimenta de
nuestras preocupaciones y temores. Existe sólo si nos sentimos solos
y culpables. Se reduciría a su mínima expresión si estuviéramos
libres de cualquier emoción negativa, si aprendiéramos a disfrutar
plenamente de nuestra vida tal como es hoy, aquí y ahora.
Por
eso nos dice todo el tiempo que algo nos falta para poder ser
felices. Y entonces se propone como nuestro guía para ayudarnos a
superar los problemas que, según él, nos impiden sentirnos bien.
Para
las personas de clase media, por ejemplo, un proyecto de vida muy
repetido es más o menos así: estudiar, formar una pareja,
graduarse, conseguir un buen trabajo, casarse y formar una familia. Y
está muy bien tratar de alcanzar estas metas si es que realmente nos
interesan. Pero también hay que tener muy presente que la felicidad
no depende de ninguna de estas cosas, sino que es un estado de
plenitud que sólo podemos cultivar en nuestro interior.
Intentar
vivir la vida de esa manera, tratando de ser felices alcanzado
primero determinadas metas, es como jugar uno de esos juego en los
que nunca podemos ganar. La computadora de la película “Juegos de
guerra” aprendió acerca de este tipo de juegos, jugando al Tatetí
o Tres en línea. Luego lo aplicó a los posibles escenarios de una
guerra global, y entonces dijo: “Extraño juego. La única manera
de ganar es no jugar”.
Y
la única manera que conozco de ser feliz es decidirse a no jugar el
juego que nos propone el ego, sino sólo disfrutar el momento
presente. Y la única manera que conozco de disfrutar el momento
presente es apreciar el aquí y ahora, independientemente de todos
los problemas que parezca haber en nuestra vida.
Se
trata simplemente de hacer una pausa, poner en nuestros labios una
sonrisa imperceptible y llenar nuestro corazón de paz y gratitud.
Cualquiera
puede hacerlo por un momento. Y quien realmente se lo proponga
finalmente aprenderá a vivir cada día de su vida de esa maravillosa
manera.
Axel
Piskulic
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