La regla
de las tres “eses” nos ofrece una sencilla pero valiosa
lección. Según
esta propuesta, en la vida hay que aprender a dejar ir porque al
soltar damos paso al propio potencial. Tras ello, hay que sonreír,
permitiéndonos de este modo conectar con nuestro interior para
generar optimismo y confianza. Más tarde hay que sentir el
instante y abrirnos a todo aquello que está por llegar.
Decía
José Luis Sampedro que todos tenemos el deber de buscar la
libertad. Sin
embargo, y eso lo sabemos bien, en ocasiones la libertad exige
ciertas dosis de valentía y para eso no siempre estamos preparados.
De niños nos enseñan a cruzar la calle cuando el semáforo está en
verde, a obtener el mínimo común múltiplo de dos o más números
naturales, a diferenciar las células eucariotas de las procariotas y
mil conocimientos más que a la larga, no revierten demasiado en
nuestra felicidad y crecimiento personal.
“Al fin y al cabo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.
-Eduardo Galeano-
 Según el
 psicólogo James
 O. Prochaska ,
 a las personas nos deberían iniciar desde bien temprano en dos
 dimensiones muy concretas. Esos dos conceptos son en realidad dos
 pilares para el aprendizaje vital: hablamos de la perseverancia y
 del proceso saludable del cambio.
 La
 perseverancia es, por un lado, la capacidad de comprometernos con un
 objetivo. Es aunar recursos, motivación, tiempo y energía por esa
 meta, por ese sueño, por esa persona. Ahora bien, en
 ocasiones, ese compromiso deja de tener sentido cuando ya no hay
 beneficio, cuando nos alimentamos más de falsas ilusiones que de
 realidades.
 Ese será el instante en que deberemos aplicar la conocida regla de
 las tres “eses”.  Veamos
 en qué consiste.
 La
   regla de las tres “eses” para el avance y el crecimiento
   emocional
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 En nuestra
 educación o incluso en la crianza recibida en casa, nadie nos
 prepara para los cambios. Nadie
 nos enseñó, por ejemplo, qué hacer cuando la rabia, la decepción
 o la frustración se amontonaban dolorosamente en nuestro
 interior. Ese
 puzzle emocional, desordenado e imposible de resolver era algo que
 terminábamos engullendo a la fuerza, para después, dejarlo a un
 lado como sin nada ocurriera.
 Esto tan común
 y conocido, no ocurría en el pueblo hawaiano del siglo XIX. Ellos
 consideraban que la mente, el cuerpo y el alma estaban
 relacionados de manera integral. De este modo, quien
 acumulara emociones negativas, quien libraba batallas internas en
 soledad, terminaba enfermando.
 Asimismo, y para evitar ese malestar que conducía a un sinfín de
 dolencias físicas y psicológicas, los hawaianos llevaban a cabo
 una evocadora y maravillosa práctica que fue recogida y descrita
 por David
 Kaonohiokala,
 un sacerdote que popularizó y mostró al mundo gran parte de esta
 cultura nativa.
 Se trata de la bolsa negra y la regla
 de las tres “eses” que pasamos directamente a detallar.
Las bolsas negras y la necesidad
    de dejar ir
 Cuando
 algún miembro de la comunidad pasaba por un mal momento, el grupo
 se reunía y llevaban a cabo la ceremonia de la bolsa negra. Se
 trataba simplemente de que esa persona enumerara en voz alta todo lo
 que le molestaba, preocupaba o temía. Cada pensamiento se
 simbolizaba con una piedra que más tarde se introducía en esa
 bolsa.
 Después, dicha
 bolsa se enterraba en un lugar secreto. Solo cuando ese miembro de
 la comunidad hubiera llevado a cabo la regla de las tres “eses”
 se procedería a simbolizar la liberación y la destrucción de la
 bolsa negra. Y
 para ello, el primer paso era aprender a dejar ir.
 Esa práctica,
 ese enclave de nuestro crecimiento personal se genera mediante una
 adecuada “limpieza emocional”. Tal
 y como explicaba la comunidad hawaiana, al igual que limpiamos
 nuestra ropa, hogar o utensilios de comer, también debemos ser
 capaces de limpiar y dejar ir esas emociones que nos aprisionan.
 Que nos “ensucian” por dentro.
Sonríe de forma sincera
 El
 siguiente paso de la regla de las tres “eses” es sonreír. Así,
 y aunque el hecho de dibujar una sonrisa en nuestro rostro no sea
 nada fácil cuando nos hemos atrevido a dejar ir ciertas cosas, es
 necesario intentarlo. La razón es evidente: cuando uno se atreve a
 liberar las emociones negativas y romper lazos respecto a lo que ya
 no es útil o no beneficia, lo que experimenta muy a menudo es
 vacío.
 Es como quedar
 suspendido en el aire. Somos conscientes de que a nuestras espaldas
 ha quedado mucho lastre, mucho equipaje, muchas piedras sorteadas en
 el camino. Ahora bien, lo que tenemos ante nosotros es una tabula
 rasa. Para
 evitar que ese vacío o ese lienzo en blanco nos asuste, hay que
 atreverse a sonreír.
 Hay que abrazar con  optimismo
 lo que
 tenga que venir.
Siente el placer de la libertad
 La
 última clave de la regla de las tres “eses” es la más
 esperanzadora, la más revulsiva: sentir la libertad. Pensemos
 en ello ¿cuándo fue la última vez que nos sentimos verdaderamente
 libres? Esta sensación arrolladora surge cuando no hay pesos en el
 interior. Cuando no hay bolsas negras que ocupen nuestros
 pensamientos. Que atenacen nuestro cuerpo quitándonos la salud.
 Sentir es
 abrazar el presente, es confiar en uno mismo, es escucharse y
 sintonizar con lo que está ocurriendo. Sentir
 es vivir sin miedo y eso es en lo que deberíamos trabajar en
 nuestro día a día tal y como lo hacía la antigua comunidad de
 Hawai.
 Porque solo cuando la persona llegaba a este último paso, el de
 sentirse libre emocionalmente, el grupo volvía a reunirse para
 destruir esa bolsa negra donde se contenían sus pesares, sus
 miedos, sus iras, sus bloqueos…
 Reflexionemos
 en ello. Apliquemos la regla de las tres “eses” en el día a
 día.
Valeria
 Sabater

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