A veces te
quedas sin voz y otras se te acaban las ganas porque topas tanto con
la misma pared que te quedas roto, entumecido, agotado. Y luego
cuando te paras un momento, te das cuenta que tocaba callar y cambiar
de rumbo, dejar de golpear paredes que no llevan a ningún lugar y
respirar hondo para saber qué quieres realmente.
Insistimos
tanto en besar al sapo, obsesionados con que es un príncipe… Nos
obsesionamos porque los demás cambien y sean como creemos que deben
mientras pasa un tiempo precioso en el que no miramos en nuestro
interior… Un tiempo en el que no somos nosotros de verdad porque
nos ocupamos de cambiar el escenario, el attrezzo
y decidir qué tienen que hacer y decir los demás actores. Cuando el
cambio real de la obra sólo llega cuando asumimos que somos nosotros
quienes tenemos que interpretar otro personaje.
Discutimos
sobre las palabras que nos dicen, nos enfadamos por lo que ven o no
ven en nosotros, porque no nos valoran y no nos aman como merecemos…
Y ni siquiera nos tomamos tiempo para darnos cuenta que no prestamos
atención a lo que nosotros hacemos ¿Y nuestras palabras? ¿Y
nuestra valoración de nosotros mismos? ¿Y la forma en que nos
miramos y nos definimos? ¿Y la forma en que nos tratamos? ¿Y todo
lo que hemos hecho hoy que nos denigra en realidad porque creemos
necesitar aprobación?
Cada
vez que pensamos que los demás son el origen de nuestros problemas
estamos perdiendo la oportunidad de solucionarlos, les estamos
entregando el poder de seguir haciéndonos daño… Les entregamos la
varita mágica...
Nos hacemos daño nosotros mismos por persona interpuesta… Y no es
que ellos no sean responsables de herirnos, lo son, pero destinar
energía a desear que cambien, es como pasarse las noches concentrado
en ver la otra cara de la luna desde el balcón de casa.
Sean como sean,
hagan lo que hagan, digan lo que digan no tenemos opción a
cambiarlo. Tan sólo podemos hacer dos cosas… La primera, decidir
si se quedan en nuestra vida o se van. La segunda dejar de mirarles a
ellos y empezar a concentrarnos en nosotros, comprendernos, mimarnos,
recuperarnos, cosernos, escucharnos… Dejar de prestar atención a
lo que no está a nuestro alcance y mirar dentro, en nosotros, donde
todo cobra sentido, donde realmente se puede hacer magia.
Cerrar puertas y
heridas. Decidir que hemos comprendido la lección y que estaban ahí
para mostrarnos que todavía nos amamos poco… Soltar nuestra
necesidad de mirarles y juzgarles, evitar que nos sigan haciendo
daño, dejar de darles un papel protagonista en nuestras vidas y
ocupar nuestro verdadero lugar en el mundo.
La
verdadera magia consiste en aprender a mirar sin dolor.
Dejar de buscar lo que no funciona y dejarse seducir por lo que
realmente nos hace sentir inmensos, radiantes, poderosos. Contemplar
con ojos inocentes cada día para así poder imaginar historias
hermosas y empezar a crear una realidad más acorde con lo que
realmente somos.
Abandonar esa
idea gastada y triste que tenemos de nosotros y que nos habla de que
estamos a medias en todo. Que nos dice que no llegaremos nunca, que
no somos todavía perfectos y tenemos que continuar demostrando y
batallando para conquistar a unas metas que ya no nos representan ni
ilusionan… Porque ya eran huecas el día que alguien te dijo que
eran las tuyas y dijiste que sí por temor a parecer desconsiderado,
por temor a no encajar, por temor a destacar y parecer distinto, por
no dejar la tradición.
El
ejercicio que lo cambia todo es aceptar que nada de lo que nos rodea
va a cambiar tal y como creemos que debe cambiar y hemos llegado a
necesitar que cambie. El
cambio real es dejar de necesitar y concentrarse en sentir, en notar,
en depositar la energía en este momento y decidir que el poder es
nuestro.
Ya
lo sé. Ahí afuera llueve mucho a veces y otras el sol quema, quema
sin parar. Hay mil historias tristes y mil lobos feroces. Mil caminos
oscuros y mil noches frías. Aunque también hay mil formas de amarse
cada día y mil personas maravillosas esperándote en el camino.
Algunas te llaman por teléfono o te envían un mensaje. Otras te
sirven café o te venden unos zapatos. Algunas comparten tu vida y
otras se cruzan contigo un solo instante y sonríen y te recuerdan
que tú también puedes sonreír ahora. Algunas brillan y otras están
apagadas. Unas están para recordarte que tú también brillas y
otras que te has apagado y está a un paso de volver a
conectarte a la vida. Hay amigos de cien años y amigos de dos días.
Y en este mar de dudas en el que todo se mezcla y te arrolla, lo que
cuenta es saber guiar tu barca. Dejarte llevar a favor de viento y
saber cuándo virar y mantenerse firme.
Y dejar
de mirar a los lobos esperando a que sean corderos porque
mientras ves su crueldad te pierdes la belleza que te rodea, incluso
la que está en ti.
Soltar
el intento loco de control de todo lo que jamás podrás controlar y
usar esa rabia por no conseguirlo para crear algo nuevo. La
verdadera magia es comprender que hay cosas que no podemos evitar y
aprender a concentrase en lo que sí está en nuestra mano.
Y en tu mano
estás tú. Y lo único que tienes que hacer es descubrirte
realmente. Salir del decorado y escribir tu guión usando tus
palabras. Y cambiar tu mirada ante lo que ves y detenerte un momento
a contemplarlo con ojos inocentes y nuevos. Y dejar de juzgar lo que
es para esperar a comprender lo que te cuenta de ti… Ver que cada
persona que se cruza contigo lleva un mensaje para ti.
Percibimos
lo que somos a través del mundo, pero si queremos cambiar no podemos
actuar en el reflejo sino en el original. Y ver lo que
realmente eres. Encontrar tu valor. Potenciar todo lo maravilloso que
descubres en ti… La
verdadera magia es aprender a mirarte de otro modo y descubrir que
esa magia está ya en ti, pero no la usas porque has olvidado que la
tenías. Porque llevas una eternidad ignorando tu grandeza.
Deja de ignorar
tu magia… Deja de ignorarte.
Mercè
Roura
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