Todo
tiene que ser perfecto siempre.
Todo
tiene que estar listo a la hora indicada. No puede fallar nada. Todo
tiene que parecer lo que es y ser lo que parece. Si algo al final no
es correcto o cómo crees que debería, que no sea por ti. Porque tú
tienes que ser intachable. Estar preparado para pasar la prueba del
algodón cada día, cada minuto, cada segundo… Sea de noche o de
día. Tras una larga jornada de trabajo duro, llegando a casa, cuando
no puedes con tu alma y te arrastras haciendo lo que siempre has
pensado que debes… Incluso entonces, te miras al espejo y ves tu
maquillaje corrido dibujando unas ojeras enormes bajo tus ojos y te
regañas porque no estás perfecta… Te culpas porque no te amas
suficiente como para perdonarte por no estar impecable. Te sientas en
el sofá y te susurras cosas terribles porque te permites un respiro.
Incluso
después de haber llegado a la luna, levantado una empresa solo,
solucionado un conflicto importante y dedicado todo tu día a otras
personas a las que amas, llegas a casa y piensas en todo lo que te
falta todavía. Te enfadas contigo y te reprochas. Te llamas vago,
inútil, fracasada, te miras y no te ves porque sólo ves tus fallos
(algún día descubrirás que no lo son porque en realidad son la
forma en que la vida te dice que puedes permitirte no ser esa versión
rígida y estudiada que tienes de ti y que te está llevando al
profundo foso del desamor contigo mismo). Incluso cuando ya se te ha
desdibujado la cara de tanto llevar una sonrisa puesta para
satisfacer a otros y negarte el llanto necesario para soltar y dejar
de medir y evaluar y buscar resultados…
Incluso
cuando te has perdido el descanso y actúas con el piloto automático
para no faltar a tus citas con la exigencia propia y ajena, cuando
caminas por inercia para no defraudar ni dejar de demostrar un minuto
que vales, que mereces, que aportas… Incluso entonces, cuando has
echado el resto buscando la perfección imposible y (lo siento, voy a
decirlo) totalmente indeseable, eres incapaz de darte una pequeña
tregua y decirte que ya basta, sentarte a sentir y tomarte un respiro
sabio que te dará una perspectiva distinta y te permitirá ver
que no
es necesario morir para demostrar que mereces la vida….
Que
no hace falta irse dejando la vida por el camino para que otros,
incluido tú, acepten que ya has llegado a ese punto de tu existencia
en el que no necesitas demostrar nada…
Que
todo lo que el mundo te exige en demasía no es más que tu propia
mirada sobre ti, una mirada cruel, severa, que juzga sin medida y
busca penetrar en ese dolor tan antiguo y guardado donde todo se
vuelve oscuro y triste. Eres
tú quién se pide tanto que no se deja nada… Y los demás son
simples comparsas en este juego terrible de lanzar el dardo a ver
quién toca directo al corazón.
Eres
tan exigente que incluso te pides el máximo cuando te clavas muy
dentro el aguijón lleno de veneno que tienes reservado para ti, que
incluso cuando te insultas y degradas vas tan en serio que nunca
fallas… Que incluso cuando te culpas, lo haces perfecto y calas
hasta los huesos… Te has convertido en una máquina eficaz de
engendrarte culpa y desasosiego. Y cuando intentas dejar de culparte,
te culpas todavía más por no ser capaz de hacerlo ahora y hacerlo
perfecto.
En
tu mundo completamente abocado a resultados imposibles sólo falla
algo, tú. Lo que pasa es que justo es esa la parte preciosa que
merece la pena y lo impregna todo de una belleza inconmensurable,
imposible de capturar, imposible de medir… Lo
que tú eres es tan grande que no cabe en un simple molde perfecto y
necesita toda la libertad del mundo para manifestarse…
Lo
que pasa es que no eres libre porque tú mismo te esclavizas. Te
impones una marca, un tiempo, una etiqueta, un certificado, un
diploma, un título, un mote ridículo, un archivo, una categoría…
Y te ciñes, te esperas en la esquina para saldarte cuentas y te
enfadas, te riñes, te reprochas, te azotas, te insultas, te juzgas…
No
importa lo que has conseguido hoy ni nunca, eso no cambia tu valor ni
tu capacidad de merecerlo todo.
Suelta
esa culpa insoportable por lo que no tienes o no consigues y ama cada
milímetro de tu imperfección maravillosa y necesaria…
Si
vas a hablarte, hazlo como lo harías a tu mejor amigo o amiga si
viniera a ti contándote tu historia. Usa tanta compasión como sea
posible en tu infinita capacidad todavía mermada de ver tu grandeza
y busca lo hermoso. Está ahí, esperando a que lo veas. Está ahí
buscando asiento en tu vida donde tienes todos los asientos ocupados
por reproches, exigencias y personas que colaboran activa y
eficazmente contigo en esto de tratarte mal y pedirte demasiado…
Suelta
esa necesidad de cuadrar caja y vuelta un rato.
Suelta
ese miedo al error y te darás cuenta que todas y cada una de tus
equivocaciones en realidad son aciertos.
Suelta
esa vergüenza que sientes de ti mismo y la angustia acumulada por no
llegar nunca a una meta que en realidad no importa.
Permítete
un momento de paz y verás como todo, absolutamente todo, es
distinto.
Suelta
esa libreta llena de listas, retos y tareas pendientes un rato y mira
lo que ya eres porque lo que realmente necesitas para seguir está ya
en ti y no lo ves… Porque sólo buscas resultados tangibles y
sobrevives a base de cafés para no parar y sentir el dolor que
acumulas.
Perdona
a tu yo imperfecto por no llegar a la altura de ese listón absurdo
que te impones… Perdona a tu yo exigente por haberle puesto ese
listón obscenamente insoportable.
Perdona
tus miedos y da las gracias por ellos porque están indicándote el
camino que debes seguir y no esquivar.
Perdónate
por haberte hecho daño hasta ahora intentando ser algo que, sin
duda, se quedaba corto ante lo que realmente eres porque tu esencia
siempre ha sido perfecta y es imposible que deje de serlo.
Perdónate
por haber creído que ser humilde es no amarse suficiente y descubrir
ahora que para ello es imprescindible reconocer la propia grandeza y
la grandeza ajena.
Y
perdóname a mí por todo esto que te cuento porque lo hago desde ese
yo que se ha roto la vida haciendo lo mismo y te miro y pienso que
eres tan maravilloso que no quiero que te rompas igual que yo…
Aunque
respeto tanto tu libertad que sólo te invito… Mientas busco la
forma de soltar y caminar sin culpa. Mientas suelto mi dolor
acumulado usando estas palabras con la esperanza de que sirvan y
bajemos todos un poco de la noria en que nos hemos subido sin darnos
cuenta…
Yo
también me exijo demasiado, no estás sola, no estás solo… Puedes
soltar eso y seguir. Puedes parar ahora y decidir que no vuelves a
ponerte en marcha hasta que no te hayas encontrado. Puedes escoger
dejar de pedirte tanto, hasta que no te hayas perdonado.
Perdónate
ahora.
Mercè
Roura
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