¿Estamos realmente seguros de que sabemos lo que es la
felicidad?
Me lo pregunto muchas veces… Gran parte de nuestra vida
la confundimos con el control, con la falsa sensación de que todo está perfecto
y programado, de que no hay margen para la sorpresa o el sobresalto…
Creemos
que vivimos momentos de felicidad pero en realidad perseguimos momentos de
placer, de satisfacción física y emocional, de estar de acuerdo con lo que pasa
en nuestra vida, de sentir que todo está en nuestras manos, de pensar que
estamos haciendo todo lo posible para que nada se nos escape…
Perseguimos el
imposible de querer que todo sea como hemos soñado que sea… Que todo se
encadene paso a paso con la ruta que hemos dibujado y que no deje espacio para
nada que nos suponga un rodeo o una dilación… Sin embargo, no podemos controlar
nada…
Nos enfadamos mucho con la vida, con el mundo y con
nosotros mismos cuando nuestra existencia recibe una sacudida no esperada,
cuando algo escapa al plan que hemos diseñado para tener una vida perfecta.
Pensamos que la felicidad es ese momento en que consigues desconectar del dolor
y creer que todo va a salir bien. Que son esas risas robadas a la rigidez de
una tarde sin momentos… Esa noche en que te acuestas y el sueño te llega sin
pelear con él porque estás demasiado cansado para pensar que no podrás dormir.
Creemos que este juego que vivimos consiste en transitar por él sin arañazos,
evitando caer en las trampas y compitiendo con otros para llegar el primero,
para llegar antes, para quedar bien, para ser el mejor…
Sufrimos por no ensuciarnos, por no perdernos, por no
asustarnos, por no romper las normas, por no quedar en falso, por no caer, por
no parecer vulnerables… Sufrimos por no sufrir. Sufrimos como si con el
sufrimiento pagáramos una prenda necesaria para estar en paz, para esquivar
tragedias, como salvoconducto para una vida sin sobresaltos ni problemas…
Sufrimos para sumar méritos y expiar culpas que nadie sabe cuáles son pero que
pesan como una losa insoportable en nuestro pecho.
Nos tomamos el sufrimiento por adelantado como una forma
de ofrecerle a la vida un sacrificio en pequeños pagos para evitar así llegar
al precipicio de nuestras vidas y tener que saltar al abismo y besar nuestro
miedo más grande y notar el escalofrío…
Y nunca funciona, nunca. La felicidad no es esa paz
ficticia que conseguimos al eludir arañazos y no ensuciarnos con la vida… No es
esa sensación de alivio momentáneo cuando esquivamos nuestro miedo más atroz y
nos ahorramos saltar o cruzar la puerta que conduce a él… No es la sensación de
orgullo y amor falso que sentimos cuando ganamos la batalla dialéctica o
llegamos primero porque eso es placebo puro… Es felicidad de pacotilla a la
espera de ser vapuleada por otro momento complicado… Eso es la sala de espera
del siguiente reto a superar y el siguiente miedo a esquivar hasta que no haya
más remedio que afrontarlo y sentirlo.
La felicidad no es esa sensación de gratificación al
evitar el conflicto ni la satisfacción de meterse en él y ganarlo… Es la paz de
vivirlo en paz… La paz de dejar de esquivarlo… La paz de no tener que ganarlo
ni competir en él… La paz de dejar de defenderse de todo y decidir que no hay
enemigos a vencer ni miedos a evitar… La paz de saber que no tienes que
esconderte de la vida sino sentirla.
La felicidad no es la ausencia de obstáculos… Es el
compromiso de atravesarlos en paz. Es el amor que sientes por ti cuando los
atraviesas…
La felicidad no es la ausencia de problemas, es la paz de saber que
cuando vengan sabrás verlos desde la paz…
La felicidad es ese cambio en tu
mirada que te hace dejar de percibir la vida desde el miedo y te permite verla
desde el amor… Esa poderosa sensación que se asienta en ti y te permite ver la
oportunidad oculta en aquello que ayer era un abismo insuperable…
No es la ausencia de dolor sino la paz de no sumergirse
en él y construirse una cabaña. Esa voluntad de dejar la necesidad de sufrir
para merecerse lo mejor de la vida y expiar culpas inventadas e imaginarias…
La felicidad que te lleva a no estar esperando lo peor
nunca más… Ni lo mejor porque ya lo vives ahora.
Y dejar de arañarle a la vida momentos de risas para ser
la risa.
Y dejar de buscar momentos de calma para meditar porque
ya eres la calma…
Y dejar de esperar que todo sea perfecto porque siempre
lo es, aunque no lo parezca, aunque esté cuesta arriba, aunque el camino sea
oscuro y retorcido y ahora duela mucho…
Felicidad de la buena, de esa que no depende de nada que
pase porque está en ti y sólo depende de ti.
Nota importante:
Me gustan las amapolas. Es una flor poco valorada,
pero es preciosa y radiante. Nace en los márgenes, al lado de un flamante campo
de hierba verde o de un vertedero, no le importa ni se inmuta por ello… Y
siempre convierte ese lugar en un lugar hermoso, haya lo que haya alrededor, su
color intenso lo inunda todo de un forma majestuosa y exultante.
Mercè Roura
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