SENTIRNOS BIEN EN EL MOMENTO ACTUAL
EL PODER DE LA MENTE
El momento actual que nos toca vivir a
los seres humanos, no cabe duda que es bastante confuso, vivimos en
un mundo lleno de conflictos, de inseguridades, de escasez, con un
futuro incierto tanto a nivel individual como colectivo, lleno de
incertidumbre y sin saber muy bien qué decisiones ni qué dirección
tomar, ante tanto cambio, que nos impide ver con claridad hacia dónde
vamos.
Cuando ya no somos capaces de
cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de
cambiarnos a nosotros mismos.
¿Quién cree todavía que puede
cambiar el mundo en los momentos en que éste parece empeñado en
seguir otro rumbo?
En realidad, podemos influir más o
menos en situaciones y personas con nuestro tesón e inteligencia,
pero donde sí podemos operar con plena eficacia es modificando
nuestra manera de ver e interpretar los aspectos que nos perturban e
inquietan. Y lo más curioso es que, tras la inteligente aceptación
de los hechos que nos tocan vivir, no sólo equilibramos nuestra vida
emocional, sino que, además, el mundo también cambia.
Una vez que aceptamos y adaptamos
nuestra mirada interna al curso de “lo que hay”, experimentamos
una nueva forma de sentir que nos lleva a preguntarnos: ¿qué
extraña ley modifica incluso las actitudes y conductas de personas
ajenas?
En realidad, según explican las más
avanzadas leyes de la física cuántica, la película que vemos en el
exterior no deja de ser, en buena medida, una proyección del
programa o los programas que tenemos actuando en nuestro interior.
Los
acontecimientos discurren en función de unas leyes naturales, pero
la interpretación que hacemos de lo que sucede es una opción íntima
y subjetiva, y por ello, susceptible de ser modificada.
Ejemplos de ello hay muchos, pero uno
de los más significativos fue el que nos dejó un prisionero de la
segunda guerra mundial. ¿Qué hizo sobrevivir al judío Víctor
Frankl de la torturadora vida en un campo de prisioneros nazi? La
respuesta fue dada por él mismo al señalar su profundo sentido de
la vida y la capacidad de optar por una óptima interpretación de
los acontecimientos que a otros torturaban. No había salida, no
podía cambiar las normas de aquel campamento nazi, tan sólo podía
cambiar su mente y con ella el signo de lo que sucedía.
A menudo, el hecho de aceptar y
comprender una situación eligiendo la interpretación más positiva,
desencadena una insólita influencia sobre la faceta externa que
considerábamos inamovible y ajena.
Una vez que nos adaptamos a la
situación, se mueven energías insólitamente favorables. Una vez
hemos logrado relativizar las cosas que, anteriormente nos
perturbaban, adquirimos un grado mayor de templanza. Sabemos que
nuestra forma de mirar el mundo y de pensar a las personas, influye,
tarde o temprano, en el diseño y guion de nuestras experiencias.
Sabemos también que muchas de las
emociones que experimentamos son consecuencia de un proceso que se
desarrolla en la parte inconsciente de nuestra mente. Es por ello que
merece la pena evitar culpar a los demás, y tener en cuenta que si
no nos gusta lo que recibimos, convendrá prestar atención a lo que
emitimos.
Cuando somos conscientes de que
nuestro conjunto de creencias son las que crean el mundo emocional
que habitamos, uno se torna alerta con las opciones de pensamiento
que aparecen ante su corriente de consciencia. Atención a las
palabras que pronunciamos y a los patrones que subyacen tras nuestras
actitudes.
La persona que ha comprendido el
enorme poder que su mente tiene en la configuración del mundo, ya no
controla tanto las circunstancias externas sino que, más bien,
dirige su mirada hacia las propias actitudes y pensamientos que
sutilmente las posibilitan.
Tenemos mucho más que ver de lo que
parece en aquello que “nos sucede”. Cuanto más conscientes
seamos de nuestros pensamientos y anhelos, el destino, cada vez,
estará, en mayor medida, en nuestras manos.
Se trata de cambiar el foco de visión
elaborando opciones más positivas y formulando el mundo tal y como
lo deseamos vivir. Sin duda, una competencia nacida de nuestra
madurez creadora que aprendió que el secreto que mueve el mundo está
en la esencia de la propia alma.
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