Quererse a uno mismo tiene el poder de sanar heridas y recomponer partes rotas. Es ese antídoto contra la desidia, la apatía y el autodesprecio. Ahora bien, ¿qué podemos hacer para cultivarlo?
¿Cuánto
te quieres? Piénsalo. Puede
que no te hayas hecho esa pregunta o que ni siquiera hayas
reflexionado sobre ello. No pasa nada. Es más normal de lo que
imaginas. Tenemos
la mala costumbre de olvidarnos de nosotros. Es
como si no existiéramos, como si fuéramos invisibles a nuestros
ojos, como si cuidarnos estuviese fuera de nuestra lista de
prioridades. Es más, me atrevo a decir que el amor propio no ocupa
un lugar en ella.
¿Cómo
te tratas? ¿Alguna
vez te habías detenido a reflexionar sobre ello? La forma que
tenemos de hablarnos, la concepción que tenemos sobre quiénes somos
y, en definitiva, cómo nos valoramos influye en cómo nos sentimos.
El problema es que apenas pensamos en ello.
Solemos
vivir de puntillas, por encima, sin profundizar demasiado
en cómo nos afecta lo que sucede a nuestro alrededor. Es como si no
diésemos importancia a nuestro bienestar personal. La cuestión es
que, con el paso del tiempo, el peso del día a día aumenta y, si
nos descuidamos, podemos vernos envueltos en una neblina gris que,
poco a poco, nos atormenta.
Vivir
desconectados de nuestro interior tiene sus consecuencias,
aunque no seamos conscientes de ello. Ahora bien, ¿qué podemos
hacer para liberarnos de la telaraña del automatismo? ¿cómo
impedir que las etiquetas y los mensajes negativos que hemos recibido
no sigan creciendo en nuestro interior? Profundicemos.
El
peso de los mensajes recibidos
Desde
pequeños, crecemos
recibiendo todo tipo de mensajes sobre quiénes somos, qué debemos
sentir y cómo actuar. Padres,
familiares, profesores, amigos, compañeros de vida… todos tienen
algo que decirnos, la mayoría de las veces con buena intención
aunque no siempre sea favorable o adecuado para nosotros.
Desde “eso es
imposible, pon los pies en la tierra” o “estás perdiendo al
tiempo, céntrate en lo importante” hasta “no lo conseguirás”
o simplemente, “eres demasiado soñador”. La cuestión es que
todos los mensajes que recibimos nos afectan de un modo u otro, sobre
todo, durante nuestra infancia. De hecho, algunos
de ellos configuran nuestra identidad,
y otros funcionan como mandatos a
los que regirnos, y cuando no lo hacemos, nos sentimos culpables.
En algunos
casos, esa culpabilidad aprendida
origina la herida emocional del rechazo. Una
huella muy profunda y dolorosa que se traduce en un profundo
sentimiento de autodesprecio, que tiene como consecuencia la
infravaloración de uno mismo y un vacío en el amor propio. Así,
crecer con esta herida configura una realidad muy dolorosa.
“Me tomó mucho tiempo aprender a no juzgarme a mí misma a través de los ojos de otro”.
-Sally Field-Las sentencias del crítico interno
Sentirse
rechazado por los demás y, en definitiva, por uno mismo genera una
trampa mental originada por el crítico
interno.
Esa voz que surge desde nuestro interior y que se
dedica a juzgar cómo pensamos, sentimos y actuamos. Para
ello, se vale de cualquier estrategia: comparaciones, críticas
destructivas o descalificaciones diversas.
“No
debería haberlo dicho“,
“tendría
que haber actuado de otra manera“,
“no
me sale nada bien”
o “soy
un desastre”
son solo algunos ejemplos de diálogos llevados a cabo por nuestro
crítico interno. El problema es que no lo ponemos en duda, todo lo
contrario. Tenemos
tan integrados este tipo de mensajes que les otorgamos el valor de
verdad absoluta y
de hecho, todo cuanto hacemos lo confirma. Porque si no nos
consideramos válidos para un puesto de trabajo, para dirigir un
equipo o bien para escribir, probablemente ni siquiera lo intentemos
o nos boicotearemos para desterrar la mínima esperanza que
alberguemos en nuestra mente.
La
influencia de las redes sociales
Uno de los
problemas que aumentan en gran medida las comparaciones y la
autocrítica negativa en la actualidad son las redes
sociales,
ya que crean realidades alternativas que pueden atraparnos si no
estamos atentos. Estar
horas y horas sumergidos en ese escenario de apariencias y
sentimientos simulados puede hacernos creer que eso es lo único que
existe; lo cierto es que tan solo es un escaparate, en el que cada
persona puede controlar la imagen que quiere dar a los demás.
Según la psicoterapeuta Sherrie Campbell, las redes sociales pueden crearnos una falsa ilusión de pertenencia y conexión con los demás, lo cual incentiva que le demos más peso a ese mundo online imaginario.
La cuestión es
que si
nos despreciamos y rechazamos, es decir, si tenemos una imagen
negativa de nosotros mismos, las redes sociales aumentarán esta
percepción. De
hecho, son las pruebas -falsas- que nos confirmarán lo aburrida que
es nuestra vida, lo poco divertidos que somos y lo solos que
estamos.
No
es fácil seguir el ritmo de vida que otras personas muestran en
redes sociales. Un
estudio de la Universidad de Pittsburgh, Pensilvania (EE.UU), afirma
que consultar con demasiada asiduidad las redes sociales genera
envidia y la creencia distorsionada de que los demás tienen una
vida mucho más original, feliz e interesante.
Como
vemos, somos
expertos en maltratarnos, pero
sobre todo en comparar nuestras vidas con las de los demás, sin
caer en la cuenta de que es un absurdo. ¿Para qué perder el tiempo
comparando si las condiciones, características, perspectivas y
experiencias de las personas son diferentes unas de otras?
La
protagonista del corto Overcomer es
un ejemplo de cómo
las
redes sociales pueden ser un arma de doble filo; sobre todo, si
existen heridas del pasado que
no han sido sanadas, ya que la persona que soporta el peso de
una herida suele filtrar la realidad a través de esta. Su mente a
menudo opera a partir de distorsiones
cognitivas (formas
erróneas de procesar la información o malinterpreaciones), como la
abstracción selectiva, la personalización, la etiquetación o el
razonamiento emocional y las redes sociales fomentan este tipo de
mecanismos.
“En el pasado, eras lo que tenías, ahora eres lo que compartes”.
-Godfried Bogaard-
Amor propio: el reencuentro con uno mismo
¿Qué
hacer para detener al crítico interno? ¿Cómo
reconstruir nuestras partes rotas? ¿Es posible detener el laberinto
mental que nos atrapa en el autodesprecio? El ingrediente
secreto: el amor propio.
“Eres tan increíble como te dejas a ti mismo serlo”.
-Elizabeth Alraune-
Ahora bien, no
es fácil reconciliarse con uno mismo, y
mucho menos cuando la mayor parte del tiempo el trato ha sido
negativo. Son muchos años entrenando en la crítica, la exigencia,
la descalificación para que, de repente, casi por arte de magia
comencemos a querernos. Se necesitan muchas dosis de paciencia,
esfuerzo, aceptación y, por supuesto, compromiso con uno mismo.
A
menudo, abrazar
nuestras partes rotas conlleva, en un principio, sufrimiento, pero
también mucha valentía y la habilidad de perdonar y
perdonarnos. Ser
capaces de darnos amor cuando es lo que más necesitamos -y no lo
sabíamos-, requiere mucha fortaleza y mucho empeño. Por esta razón,
hay una serie de aspectos que debemos tener en cuenta:
-
Considerarnos valiosos. Somos mucho más que nuestros errores y fracasos, mucho más que nuestros resultados. Somos edición limitada y eso nadie puede robárnoslo. Quizá puede que hayamos crecido sin darnos cuenta de ello y que incluso en estos momentos nos cueste creerlo, pero nunca es tarde para mirarnos al espejo y comenzar a ver todo el potencial que tenemos.
- Practicar la autocompasión. Atender y aceptar nuestros errores y limitaciones con respeto es fundamental para avanzar. Saber que confundirnos es una oportunidad para aprender y que juzgarnos es un hábito que no nos ayuda cambia nuestra perspectiva. De hecho, la autocompasión facilita alcanzar la plenitud personal.
- Perdonar. El perdón es un acto liberador de las ataduras del pasado. Perdonar es una oportunidad para sanar nuestro resentimiento, ese que en algún momento tanto daño nos hizo. Ahora bien, no solo hay que perdonar a los demás, sino también a nosotros mismos por el trato que nos dimos.
-
Vivir con intención. Ser conscientes del momento presente es un modo de dejar ir al pasado y evitar que el futuro nos abrume con sus preocupaciones. Vivir en el día a día, saboreando lo que sucede a cada instante, comprometidos con cuidarnos y atendernos es un mecanismo de protección.
- Desconectar para conectar. A pesar de estar en la época de la conexión digital, es recomendable desconectar de ese mundo intangible para conectar con el que se revela ante nuestros ojos y, por supuesto, con las personas de nuestro alrededor. De esta forma, evitaremos que el teatro de las apariencias domine nuestras vidas.
“El amor es una cura milagrosa. Amarnos a nosotros mismos hace milagros en nuestras vidas”.
-Louise L. Hay-
Como vemos, el
amor propio se construye poco a poco, se teje con delicadeza y se
riega cada día. Es
esa luz que todos llevamos dentro, pero que, a veces, tanto nos
cuesta cargarla de intensidad. Querernos es el sostén de nuestro
bienestar, el abrazo que nos cobija y el bálsamo que cura nuestras
heridas.
Por
último, os dejamos con este maravilloso corto.
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